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 jueves, 03 de mayo de 2007  
Reflexiones
Ségolène y las mujeres

Por Sandra Bustamante (*)

Por primera vez en la historia de Francia, una mujer está actualmente en situación de conquistar democráticamente el símbolo del poder político que es el Palacio del Eliseo. Si Ségolène Royal es electa el 6 de mayo, por la gracia del sufragio universal, será quien presida el Consejo de Ministros, dirija las Fuerzas Armadas, inspire la política internacional, y garantice la independencia de la Magistratura, todas funciones largamente reservadas a los hombres.

En Francia, las mujeres han adquirido el derecho de voto muy tardíamente. Ha hecho falta la ordenanza firmada en Argelia, el 21 de abril de 1944, por el general De Gaulle para que pudieran elegir y ser elegidas en las mismas condiciones que los hombres. Después de un debate en la Asamblea Consultiva provisoria que había precedido a esta ordenanza, la pequeña revolución del derecho de voto de las mujeres preconizada por el diputado comunista Fernande Grenier fue adoptado por 51 votos contra 16. "Piensen que es muy complicado, en un período tan problemático como el que hemos atravesado, lanzarnos ex nihilo en la aventura que constituye el sufragio femenino", se inquietaba Paul Giacobbi, que presidía la comisión de la legislación.

Este gesto a favor de la igualdad llegó más tarde que la mayoría de las democracias: las neozelandesas votan desde 1893, las australianas desde 1902, las finlandesas desde 1906. Tras la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña, Alemania y Austria le dieron el derecho al voto en 1924. En Argentina, aunque desde fines del siglo XIX se había iniciado una lucha por el reconocimiento de los derechos de las mujeres, pasaron muchos años hasta que las mujeres mayores de edad pudieran tener el derecho a elegir y a ser elegidas. No existía ningún fundamento legal para la exclusión de las mujeres a la hora de emitir sufragio, eran más bien las concepciones sociales predominantes, anticuadas, desactualizadas, no acorde con lo que sucedía en el mundo y con el protagonismo femenino a nivel mundial. Precisamente, esa ambigüedad legal permitió que en septiembre de 1947, en virtud de la ley 13.010 votada por el Congreso Nacional durante el primer gobierno de Perón, las mujeres tuviéramos por primera vez derecho a participar de una elección y a tener los mismos derechos civiles que los hombres, a pesar de que hacía muchos años que éramos una fuerza laboral importante en el desarrollo de la Argentina. Pero hubo que esperar hasta el 11 de noviembre de 1951 para que la mujer argentina pudiera emitir por primera vez su voto a la par de los hombres, del resto de los ciudadanos.

Volviendo a Francia, la relación entre las mujeres y la política ha tenido citas olvidadas: a fines del siglo XVIII, la revolución había proclamado los derechos del hombre y del ciudadano, prohibiendo toda distinción de sexo en la transmisión de la herencia y la instauración del divorcio civil, pero no se acordó el derecho al voto de las mujeres. Afirmaba en 1793 el diputado Jean Baptiste Amar: “¿Las mujeres tienen la fuerza moral y física que exige el ejercicio de sus derechos a discutir y tomar resoluciones relativas al interés del Estado por deliberaciones comparadas y de resistir a la opresión?”

Casi medio siglo después, los revolucionarios de 1848 proclamaron la República e impusieron por primera vez en Francia el "sufragio universal" pero excluyeron a las mujeres. "La igualdad política de los dos sexos, es decir la asimilación de la mujer al hombre en las funciones públicas, es uno de los sofismas en los que reposan no solamente la lógica, sino también la conciencia humana y la naturaleza de las cosas", escribió el socialista Pierre Joseph Proudhon en "El Pueblo", en 1849.

Hoy la ley sobre la paridad votada bajo la iniciativa de Lionel Jospin en el año 2000 permitió feminizar la vida política: en las asambleas elegidas por escrutinio de las listas _como los consejos regionales y los consejos municipales de las ciudades de más de 3.500 habitantes_ las mujeres representan más del 45% de los electos. Sin embargo, la Asamblea Nacional está apenas modificada: el Palais Bourbon cuenta solamente con el 12,3% de mujeres, lo que lo deja en el 88º lugar mundial, después de Bulgaria, Etiopía, Pakistán o Senegal.

En Francia, los partidos políticos continúan cultivando una cultura del "entre–soi" que es muy masculina, en los consejos generales y las alcaldías, donde la paridad no se aplica. Las mujeres representan menos del 11% de las elegidas y una sola mujer, Ségolène Royal, fue elegida en 2004 como presidente de un consejo regional.

A pesar de las reticencias, que existen en todos los países del mundo, las mujeres se imponen poco a poco en la escena política. Si la señora Royal es elegida presidente de la república francesa, pasará a integrar el cerrado club de jefas de Estado del planeta: Michelle Bachelet (Chile), Tarja Jalonen (Finlandia), Michaëlle Jean (gobernadora general de Canadá), Mary Mc Aleese (Irlanda), Vaira Vike- Freiberga (Letonia), Ellen Johnson Sirleaf (Liberia), Gloria Arroyo (Filipinas) y Angela Merkel (Alemania).

Estos comentarios sobre las elecciones en Francia deberían permitirnos reflexionar sobre la participación política de las mujeres en general y en la Argentina, en particular. Entendiendo a esta participación como la participación personal en los asuntos públicos, en un contexto democrático, mediante diversas formas: opinar, ser consultado, decidir, evitar que decidan por uno como no sea en consecuencia del correcto funcionamiento de las reglas de juego compartidas, y tomar parte en los procesos de elaboración de opciones y decisiones. Es anterior y posterior al proceso de otorgamiento de derechos. Es lo que autores como Fajardo, Perry y Palermo han denominado participación "desarrollante", ya que se considera como "factor importante para la perfectibilidad del ser humano, asociado a propuestas de reordenamiento social… (apreciando) críticamente los sistemas existentes".

Como en otras actividades humanas, la voluntad de participar depende de la posibilidad de hacerlo y de aprender a hacerlo. Es lo que Pizzorno denomina la "cualidad acumulativa de la participación política": "…cuanto más una persona participa junto a otros en la acción, con vista a ciertos fines colectivos, tanto más ella cobra conciencia de esos fines, y se sentirá aún más impulsada a participar".

(*) Licenciada en Relaciones Internacionales. Profesora de Política Internacional Contemporánea


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