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 viernes, 20 de octubre de 2006  
Editorial
Los santafesinos abusan del alcohol

La noticia, revelada por un estudio reciente que abarcó todo el territorio nacional, ha provocado profunda preocupación: el consumo de la provincia supera en cinco puntos a la media argentina. El grave problema social adquiere rasgos aún más dramáticos si se recuerda que las políticas de prevención estatales son escasas e inefectivas. Urge vehiculizar un cambio.

Un reciente relevamiento efectuado en todo el territorio nacional sobre la incidencia de hábitos y conductas que pueden conducir al desarrollo de enfermedades no transmisibles desembocó en una penosa sorpresa para Santa Fe: sus habitantes consumen alcohol en una medida largamente superior a la recomendable, mayor que la de las restantes provincias argentinas.

Los números del estudio, efectuado por el Ministerio de Salud de la Nación, poseen la contundencia suficiente como para no admitir refutaciones e iniciar de inmediato la búsqueda de soluciones. Aplicado sobre un total de 41.392 hogares ubicados en ciudades cuya población supera los cinco mil habitantes a lo largo y lo ancho del país, el objeto de la curiosidad de los investigadores incluía los rubros calidad de vida, actividad física, peso y alimentación, entre otros aspectos cruciales del muchas veces ignorado día a día de la gente.

En materia de bebidas, Santa Fe reveló una realidad que permanecía oculta: el 21,2 por ciento de los varones mayores de 18 años reconoció practicar un consumo sostenido de alcohol, hábito que también alcanzó al 8,7 por ciento de las mujeres consultadas. Mientras ellas aseguraron beber más de una lata de cerveza, copa de vino o medida de bebidas blancas por día, el sexo masculino dobló estos guarismos, superando con amplitud los límites considerados de riesgo por los especialistas.

Y si bien el consumo elevado de alcohol no puede ser confundido con el alcoholismo —ya que no incluye la necesidad compulsiva ni la dependencia física—, sus riesgos sociales quedan crudamente expuestos, sobre todo si se recuerda el reciente y dramático accidente automovilístico sucedido en el norte santafesino donde un conductor ebrio provocó la muerte de doce personas al embestir el camión que manejaba a un colectivo.

Pese a tantos y tan habitualmente manifiestos peligros, la mayoría de las preocupaciones institucionales se enfoca sobre las sustancias prohibidas. El alcohol, lejos de ser combatido, es tolerado e incluso estimulado por parte de la sociedad, fundamentalmente los jóvenes. Y si bien los expertos remarcan que el problema no es sólo cuánto sino de qué manera se lo consume —es decir, no es lo mismo beber de más y luego conducir un vehículo que no hacer esto último—, la raíz cultural del dilema es profunda y sin dudas su extirpación resultará compleja.

Las políticas implementadas desde la esfera del Estado deben tender a generar responsabilidad en la ciudadanía. La moderación merece ser el rasgo que presida la relación entablada con la bebida. El abuso, tanto cotidiano como esporádico, tiene un final previsible y se vincula con los múltiples rostros con que se puede presentar la desgracia.


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