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 viernes, 20 de octubre de 2006  
Reflexiones
Luis Andorno: ejemplo a seguir

Angel Fernando Girardi (*)

Desde que el hombre tuvo conocimiento de sí mismo y de su vida en relación con los demás seres vivos, todas las religiones, como las múltiples y diversas corrientes filosóficas, se afanaron por definir un ideal de plenitud para la persona humana. Así la humanidad conoció la crítica cínica de nuestra especie a través de Diógenes, que con una vela encendida a plena luz del día buscaba "un hombre" en su ciudad de Atenas.

No faltaron ideas falsas basadas en una falacia como aquella de que el hombre "es lobo para el hombre". Hoy ya nadie puede sostener semejante insensatez, toda vez que el lobo es apenas un predador más que sólo mata por su instinto animal para subsistir. En realidad, se puede decir que el hombre, en tanto único depredador puede constituirse en "un monstruo" para sus semejantes, ya que ningún ser vivo detenta más poder irracional de destrucción como el humano.

El ideario del hombre en paz consigo mismo y con sus semejantes alcanzó su punto más siniestro con la idea de autosuficiencia selectiva y destructiva del siglo XX forjadas por el nazismo, facismo y demás corrientes totalitarias.

Hoy, asistimos a una imagen del hombre atomizado, con un bagaje de soledad extrema y falta de comunicación interpersonal nunca antes visto, carente de virtudes elementales, atrapado por una sociedad de consumo masivo altamente alienante.

Basta esta breve reseña -a grandes rasgos y con muchos sobreentendidos- para concluir que para todos los seres humanos ha sido y es un gran desafío el vivir la única y breve vida que poseemos en plenitud física y espiritual a partir de lo más sencillo: la cotidianidad. Por simple que parezca, el logro de esta meta es, posiblemente, el más difícil y extremo de los desafíos que debe afrontar cualquier ser humano por su condición de tal. Esto es así, por cuanto "la virtud es la que hace bueno a quien la posee, y ella se adquiere mediante una constante disposición del espíritu humano por alcanzarla".

Por ello, ninguna duda me cabe acerca de que si Diógenes el Cínico hubiera conocido personalmente a Luis Orlando Andorno, se hubiera quedado sin argumentos para su teoría negativa de la condición humana. En efecto, Luis era un dechado de virtudes. No hacía gala ante nadie de sus inagotables dotes intelectuales, tanto como profesional del derecho cuanto como profesor universitario y, mucho menos aún, de su condición de jurista notable cuyas publicaciones traspasaron las amplias fronteras de nuestro país.

Andorno, en tanto hombre bueno, fue más que un humanista en el estricto sentido de la palabra. Ello lo demostraba en su vida diaria, donde no quedaba acotado dentro de los estrechos límites abstractos de la ideología basada en la preocupación constante por la situación y destino del hombre en el universo. Todo lo contrario, sin perder de vista en absoluto su ideal de coadyuvar al crecimiento del ser humano, Luis vivió en plenitud las pequeñas cosas que surgen de los simples actos de la vida diaria, tales como el afecto, la cordialidad y el compartir la vida en cercanía de sus semejantes, cualquiera fuere el grado o nivel de cultura del interlocutor. La ira, el rencor, la vanalidad y cuantas otras bajas pasiones que nos afectan a diario no hicieron mella en la prístina personalidad de este egregio jurista.

Mucho antes de que saliera el sol, con más de setenta años de existencia, todos los días Luis Andorno leía por Internet los diarios más importantes del país y del mundo, de modo especial los de Francia, Inglaterra, Alemania, Suiza y Austria. Por lo demás, manejaba con una fluidez envidiable idiomas como el alemán, francés, italiano, ingles y latín. Era a su vez amante de la pintura, la música y las letras, por ello el ciberespacio le representaba un nuevo mundo sin fronteras a su natural intelecto.

Por todo lo dicho, aquellos que tuvimos el honor de tratarlo asiduamente, si tuviéramos que calificar el ser y obrar del leal amigo, ilustrado maestro, juez independiente, académico ejemplar, notable humanista, Luis Orlando Andorno, no necesitaríamos demasiado palabras, nos bastaría con decir: fue un hombre cabal.

Y, en esa personalidad incuestionable de hombre cabal , desarrolló toda su vida como buen hijo, buen esposo, buen padre y buen amigo, siendo en todo excelso. Como Jurista, profesor, magistrado, es decir, como un profesional del derecho cuya única condicionante fue la Justicia, brilló en todo su esplendor.

Luis, inolvidable amigo, quiero expresarte mi agradecimiento por todo lo que me enseñaste y mi admiración por todo lo que hiciste y cómo lo hiciste. Finalmente, quiero decirte que tu presencia hoy me hace falta. Me consuelo pensando que muchos jóvenes abogados que formaste seguirán tu ejemplo.

(*) Doctor en derecho y ciencias sociales


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