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 sábado, 26 de agosto de 2006  
La colombiana Laura Restrepo pasa hoy revista a su trabajo y a su afán por perseguir la paz en su tierra
"En Colombia, la cultura es donde la muerte puede ser derrotada"
Militante, periodista y escritora, dice que "la crisis es tan profunda que tiene un sentido humanista"

Mujer de política y de letras, la colombiana Laura Restrepo fue militante en los 70; como periodista indagó en el mundo del narcotráfico y se acercó a los jóvenes sicarios de los barrios marginales de Medellín; en los 80 integró la comisión del presidente Belisario Betancur para negociar con la guerrilla, lo que le costó el exilio y dio lugar a su etapa más fructífera en la literatura. Escribió "La isla de la pasión", "Leopardo al sol" y "Delirio", con el que recibió el Premio Alfaguara en 2004. Ayer llegó a Rosario para participar de la Feria del Libro y, en diálogo con La Capital, se refirió a su país, a la política, a su vida y a su obra.

-¿Cómo analiza el proceso que va desde su militancia en los 70 a la actualidad, donde asegura que la cultura es el nuevo espacio político?

-Escucho a gente de mi generación hablar de lo apolítico que son los jóvenes de hoy y creo que se equivocan. Sucede que la política, entendida en términos tradicionales, no es lo que persiguen los jóvenes; porque la crisis es tan profunda que tiene un sentido humanístico y la política ya no es suficiente para dar respuestas. La cultura nos hace preguntarnos quiénes somos y para qué estamos aquí, y es allí donde entran sus expresiones, como la literatura, el teatro y la poesía. Quizá la política no tenga que ser tan explícita, sino más sugerente y deba convocar por otros lugares que no sean el de la formulación racional y cerrada. Y la cultura aparece suplantando el discurso.

-¿Cree que están desencantados?

-Es la búsqueda de otro discurso. Eso no quiere decir que no crea en la política, todo lo contrario. Creo que se necesitan instituciones, pero todo debe darse en un terreno de mayor libertad. Hoy se buscan expresiones libertarias incluso ante las viejas formas de rebeldía.

-Colombia tiene una gran tradición cultural y en los últimos tiempos la violencia que atraviesa el país es la materia prima de gran parte de las producciones. ¿Cómo analiza eso?

-Lo que genera una expresión cultural vital es la búsqueda de la paz. Así como Bolivia vive soñando con el mar, Colombia vive soñando con la paz. Es la necesidad de convertir en vida lo que es muerte, es afianzar la vida a través de la cultura, que es un campo donde la muerte puede derrotarse.

-En Colombia hay muchos poderes en puga: el propio Estado, el narcotráfico, los paramilitares y la delincuencia común, y usted husmeó en la mayoría de ellos. ¿Cómo lo vivió?

-En América Latina hay muchos países secretos debajo del país institucional. Se da por sentado que es suficiente que haya elecciones para que haya democracia, pero en realidad por debajo de eso está el país real que uno explora. Porque la mafia es altamente criminal e indeseable, pero no se puede dejar de considerar como parte del desbordamiento de estos países. La figura de Pablo Escobar, un criminal aterrador y políticamente incorrecto como el que más, es un campo a explorar desde desde el punto de vista de la literatura. Y no es reivindicación, porque son corrientes que se están llevando a nuestra gente por lugares que no tienen nada que ver con lo institucional.

-A veces habla de Colombia como un espejo de lo que todavía se puede evitar. ¿A qué se refiere?

-En el Primer Mundo parten de la base de que América Latina es el pasado. Sin embargo, con toda la crisis que implica estamos en la búsqueda. Porque te puede gustar más o menos Hugo Chávez, Fidel Castro o Manuel López Obrador, pero hay un común denominador que es la búsqueda de procesos democráticos más reales. Creo que se está dando una pelea muy interesante.

-Muchas de sus obras están relacionadas a períodos de su vida; sin embargo nunca escribió sobre su tiempo en la Argentina. ¿Por qué?

-Es un libro al que le estoy dando vueltas. Estuve aquí en un tiempo de silencio y eso deja más marcas de las que uno cree. Era la época de la militancia contra la dictadura. No sólo no podías hablar, sino que casi no pensábamos por temor a perjudicar a alguien. Esa imposición de silencio no se rompe de buenas a primeras. Hay un proceso interesante en la literatura argentina de ir rompiendo poco a poco con ese silencio: primero contando las historias más exteriores y después las resonancias interiores de esas historias. Pero también se necesita de la visión de los jóvenes, porque es difícil ver nuestra propia historia. Además, los cuentos de los que luchaban contra la dictadura tienen una cosa exaltada, de Ilíada contemporánea, que los jóvenes no se tragan. Con esto no minimizo la resistencia y no creo que seamos una generación fracasada. Pero sí creo que somos una generación retórica y la retórica es una forma de silencio.
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