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 miércoles, 26 de julio de 2006  
Viajeros del tiempo

Los tramways: un detestable servicio público

Parece increíble que todas las quejas del público y de la prensa no puedan hacer mejorar el pésimo servicio de tramways del Rosario, tan pésimo que se ha hecho famoso como spécimen único en su género. Si la Municipalidad hubiera concertado con la empresas que brindan ese servicio un acuerdo por el cual las dejaba en libertad para que tuvieran el horario que les viniera en gana, para que pusieran a su antojo en circulación coches abiertos o cerrados, viejos y rotos, sucios hasta lo insoportable, con caballos convertidos en esqueletos por el exceso de trabajo y la escasa comida, con un personal inculto, provocador y pendenciero, irrespetuoso con el público, atropellador sin consideraciones a la vida de los pasajeros y de los transeúntes..., si todo esto, decimos, se hubiera concertado de antemano entre las empresas y las autoridades municipales, seguramente que no tendrían tan ilimitada prerrogativa, como la tienen, los dueños del negocio más productivo del Rosario. No hay inspectores para los tramways y las estaciones son focos de inmundicia donde el ambiente se envicia al punto de hacerse irrespirable. Cada parada de un coche para el cambio de yunta es un suplicio para los pasajeros que reciben las asquerosas emanaciones que se desprenden de los estercoleros. No hay mangas de riego en las estaciones para el lavado de los pesebres y tampoco se asean los pavimentos. Se permite -porque nadie lo prohíbe- que se aten a los coche caballos en el último estado de extenuación, los que en cada curva de la vía deben detenerse porque les falta fuerzas para arrastrar el pesado vehículo. Las pobres bestias no tienen aliento para realizar ese trabajo y sólo se les da de comer a ratos. Se las hace andar a fuerza de latigazos, cruelmente aplicados por el conductor que se enfurece con los desgraciados animales y los martiriza horriblemente. Estas cosas se ven solamente en el Rosario y el forastero se queda perplejo ante lo licencioso de este sistema y por la libertad de sus concesiones. Lo que ocurre con este servicio es sencillamente una barbaridad y una vergüenza para las autoridades que lo toleran como si tuviesen especial empeño en ostentar incurias, negligencias y complicidades con las empresas. No hay atenuante alguno para disculpar este estado de cosas ya que la Municipalidad tiene un lujoso cuerpo de inspectores que es testigo cotidiano de estos atropellos e irregularidades pero que jamás interviene para hacer respetar al público y cumplir las ordenanzas. ¿No hay en el Rosario una sociedad protectora de animales que impida la crueldad que se comete atando a los tramways caballos desfallecientes? ¿No podría ahorrarse al público este espectáculo ofrecido a diario como una demostración de barbarie que contrasta con los adelantos de la segunda ciudad de la argentina y desmiente nuestros alardes de cultura ante los extranjeros que nos visitan? Por todo esto es que se deben excluir los privilegios de que disfrutan esas empresas y dar mayor crédito a la cultura de una población civilizada.

Investigación y realización Guillermo Zinni ©

Diario La Capital 1900/1905
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