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 martes, 09 de mayo de 2006  
Viajeros del tiempo

No hay premio a la virtud. La juventud se la pasa haciendo esfuerzos por ser gentil y bondadosa, pero más tarde se da cuenta de que esas cualidades no son armas para la lucha por la subsistencia sino puntos débiles sobre los que todos tiran. Media vida, pues, impulsamos nuestro perfeccionamiento moral, y la otra mitad nos ocupamos en destruirlo.

La soprano ligera Amalia Bona. El debut de una artista tan joven como la señorita Amalia Bona, la soprano ligera de más corta edad que se haya presentado en nuestro coliseo, llevó anoche al teatro Olimpo una concurrencia numerosa y selecta. Se puso en escena la célebre ópera Rigoletto, de Giuseppe Verdi, y apenas apareció en escena la señorita Bona se notó en el público una impaciencia por aplaudir, efecto de la voz y la figura simpática de esta niña. El auditorio, comprendiendo que Bona canta con todo lo que le permite su voz infantil, la aplaudió en el rondó final del segundo acto y en el duetto con el barítono Cesarotto, quien tuvo que repetir el aria "Vendetta, vendetta tremenda" ante el insistente pedido del público.

Un émulo de Tancredo. En la última corrida de toros hecha en el Empalme de Villa Constitución se exhibió un imitador del doctor Tancredo quien, como se sabe, desafía las iras del toro sugestionándolo desde un pedestal colocado en medio de la plaza. El émulo se llama Martos (a) el Malagueño, y según cuentan llenó satisfactoriamente su papel, recibiendo por ello grandes aplausos.

Nota: Tancredo López, "El rey del valor", fue un novillero natural de Valencia que alcanzó celebridad a comienzos del siglo XX introduciendo en la tauromaquía el "principio de la inmovilidad" en una época en la que el toreo era más que nada arte de destreza y de movimientos. Murió olvidado de todos en un hospital de Valencia en 1923. La suerte llamada de Don Tancredo consistía en subirse a un pedestal en el centro del ruedo, vestido de blanco y con la cara empolvada también de blanco, y esperar allí inmóvil la salida del toro. El animal llegaba hasta el pedestal, lo olfateaba y se iba a otro lado de la plaza. Durante varios meses repitió el tenso espectáculo con gran regocijo del público. Se rumoreaba que Tancredo hipnotizaba a los toros, pero él tenía otra explicación para el fenómeno: el toro creía estar ante una estatua de mármol y temía romperse los cuernos si la embestía. Según algunos, el que realmente inventó esta forma "estatuaria" de torear fue un mexicano llamado José María Vázquez, alias "El esqueleto taurino". Tancredo suscitó numerosos imitadores: El Cojo Bonifa, Manuel Alvarez, El Arrongatito, El Fideísta, y las mujeres Olga Miñón, la francesa Mercedes Barta y hasta la propia esposa del artista, María Alcaráz, doña Tancreda, la que sufrió en Madrid una grave cornada. "Hacer la Tancredo" se llama en España a inmovilizarse como estrategia ante un peligro.

Investigación y realización Guillermo Zinni.

Ver La Capital de 1900 y 1901.
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