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 sábado, 22 de abril de 2006  
"Lo que hicimos en la montaña fue un gran acto de amor, dignidad y entereza"
Dos sobrevivientes del avión que cayó en los Andes en 1972 estuvieron en Rosario

Diego Veiga / La Capital

El Coco Nicolich sintonizó la radio y escuchó lo que tanto temía. Se paró, fue hacia el grupo y lo dijo sin vueltas. "Tengo una buena y una mala noticia. La mala es que las búsquedas fueron canceladas; la buena es que de acá tenemos que salir ahora por nuestros propios medios". La frase marcó el inicio de una historia de sacrificio y fe que se forjó en plena Cordillera de los Andes hace casi 34 años. El avión que se estrelló llevaba 45 personas, sólo 16 se salvaron y para hacerlo tuvieron que comer los cuerpos de sus amigos. Dos sobrevivientes, Alvaro Mangino y José Luis Inciarte, estuvieron ayer en Rosario. Su objetivo fue trasladar a los jóvenes un mensaje de fe y esperanza. Sin tapujos, remarcaron que lo que hicieron en la montaña "fue uno de los actos de mayor amor, dignidad y entereza que convino en realizar un grupo de muchachos de 20 años".

Inciarte tiene hoy 58 y es ingeniero agrónomo. Mangino, 53 y es técnico agrónomo. Al momento del accidente tenían 24 y 19 respectivamente. Jugaban al rugby en un club de Uruguay y tenían las mismas preocupaciones que muchos jóvenes de su edad.

El 13 de octubre de 1972 sus vidas dieron un cambio radical. Perdieron 24 amigos en el accidente y estuvieron 72 días en plena montaña soportando temperaturas que durante la noche alcanzaron los 30 grados bajo cero.

Con esa experiencia sobre sus espaldas no dudan hoy en señalar que "el ser humano no tiene un límite. Siempre se soporta más de lo que uno piensa que puede tolerar".

Mangino está convencido de que "la fe te da fuerza para poder realizar todo aquello que pueda parecer imposible a toda lógica y razón. Siempre se puede salir. La elección es tuya".

Así, no dudan en remarcar que lo que los salvó en la montaña fue la actitud. "Ese término encierra un montón de cosas. Para tener actitud hubo que tener solidaridad, amor, fe, compañerismo. Eso fue lo que nos hizo sobrevivir", dice Mangino.

A su turno, Inciarte recuerda que en plena montaña anotó en una libreta todo lo que iba a hacer si se salvaba. Lo primero era casarse con su novia. Cuando lo rescataron tuvo que esperar ocho meses para hacerlo. "Con los 45 kilos que me encontraron estaba bastante débil para muchas cosas y tenía que cumplir", recuerda hoy entre risas.

Los dos estuvieron más de 30 años para decidirse a hablar públicamente del tema y no esquivar ninguna pregunta. ¿Por qué ese largo silencio? "Porque siempre tenés muy cerca el recuerdo del dolor, de los olores, de las angustias, la desesperación y la muerte de los amigos", admite Inciarte.

Junto a Mangino convinieron un día de 2002 que hablar los haría sentir mejor. "Teníamos la obligación de hacerlo para comunicar los valores y principios que nos impulsaron a hacer lo que hicimos. En la montaña conocimos al hombre totalmente desnudo de todo bien material. Sincero, sin egoísmos. En esas circunstancias lo que más extrañás es la familia, y para volver a verla sos capaz de hacer cosas inimaginables, como llegar a humillarte a un nivel tan grande como es alimentarte con tus amigos muertos", admite Inciarte.

Así, a renglón seguido explica que esa decisión fue producto de un pacto. "Se tomó después de una discusión de varios días. Nadie sabía quien iba a ser el próximo en morir. Así que nos dijimos: "«Si me muero, comeme, no seas boludo. Y si salís de acá, contá que por este acto de amor eterno nos ofrecimos para que después de muertos pudiéramos seguir dando vida»", remarca Inciarte.

A su lado, Mangino remarca que no siente culpa por lo que hizo. "Lo volvería a hacer mil veces. Al principio me mantuve alejado de comentar lo que habíamos hecho por respeto a los familiares de los fallecidos, Pero hoy muchos nos agradecen que les podamos contar cómo murieron sus hijos. Ellos de alguna manera viven en nosotros. Si no estuviéramos acá, sus parientes jamás habrían sabido lo que les pasó", señala.

Los dos estuvieron ayer en Rosario. Los convocó el Club Central Córdoba en el año de su centenario para dictar una conferencia a los jóvenes. "La esperanza es lo último que se pierde. Siempre se puede porque no hay límites. Es mentira el no doy más", le dijeron a los chicos. Nadie mejor que ellos para decirlo.
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Inciarte y Mangino hoy, 34 años después, cuentan su historia.

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