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domingo,
16 de
abril de
2006 |
Nota de tapa. El poeta encantado
Hojas que iluminaron años de oscuridad
En los años 70 y 80 Francisco Gandolfo reunió voces notables de la poesía argentina en una colección de plaquetas. Una pequeña empresa que perdura como un gran momento de la cultura de Rosario
Osvaldo Aguirre / La Capital
En la historia de las revistas literarias, "El lagrimal trifurca" ocupa un lugar reconocido. Entre 1968 y 1976, cuando apareció en Rosario, fue el lugar de difusión de una nueva generación de poetas, el canal de difusión de muchos autores ignorados, del país y de diversos puntos del mapa literario, y el sitio de muchas y arduas discusiones. En esa rica experiencia hubo una serie de publicaciones que quedaron un poco al margen de la consideración de las lecturas más recientes: se trata de una importante colección de plaquetas que apareció en dos etapas y estuvo a cargo del poeta e imprentero Francisco Gandolfo (Hernando, Córdoba, 1921), por otra parte codirector, con su hijo Elvio, de "El lagrimal trifurca".
La primera etapa incluyó ocho plaquetas, que aparecieron entre 1972 y 1974. Era una hoja desplegable en cuatro partes e impresa de ambos lados, que en su primera entrega ofreció textos de los que entonces asomaban como nuevos poetas de Rosario: Orlando Calgaro, Fernando Molina, Eduardo D´Anna, Alberto C. Vila Ortiz, Samuel Wolpin, Jorge Isaías y Francisco Gandolfo. "Solicitamos colaboraciones inéditas (poemas y dibujos) para su publicación y suscripciones voluntarias para sostener la periodicidad de la plaqueta", se consignaba en la contratapa.
El pedido de colaboraciones se repitió en lo sucesivo. Y entre las respuestas hubo una sorpresa: un supuesto texto inédito de Julio Cortázar, que se publicó en la plaqueta número 3. El texto salió con una nota al pie donde Jaime Poniachik explicaba su procedencia. "Casualmente -decía- llegó a nuestras manos un cuentito inédito de Cortázar, por intermedio de Fassio, que es amigo de (Francisco) Porrúa, que es amigo del tal Julio, que nos lo cedió para una posible revista de aparición incierta". La edición dio lugar a una curiosa historia (ver aparte).
El número 5 de la serie se llamó "Plaqueta del secuestro" y estuvo integrada por poemas de Francisco Gandolfo. "A poco de publicar la plaqueta 4, sufrimos el secuestro judicial por ejecución prendaria de nuestra máquina impresora automática. Los amigos ayudaron a recuperarla. Entonces, en homenaje a la amistad, busqué entre mis versos inéditos los que se prestaban a dicho homenaje y armamos este número", explicó el editor. El siguiente número también propuso un tributo, pero más doloroso: la muerte de Alejandra Pizarnik era el motivo, y para evocar a la escritora se presentaban poemas de su juventud, "donde ya vive auténtica su originalidad", según la nota explicativa de Elvio E. Gandolfo.
El número 7 fue otra joyita. Se llamó "Plaqueta del amor" e incluyó textos de Tilo Wenner ("La chica del fonógrafo", uno de sus más hermosos poemas), el peruano Winston Orrillo, el nicaragüense Alfonso Cortés y Francisco Gandolfo. Tilo Wenner dirigía en la ciudad de Escobar el semanario "El Actual", una de las experiencias más originales del periodismo de la época, y se encuentra desaparecido desde marzo de 1976, cuando lo secuestró el Ejército.
La mirada del búho
En agosto de 1976 apareció el último número de El lagrimal trifurca. Sin la ayuda de su hijo Elvio, que se había radicado en Montevideo, Francisco Gandolfo sintió que la tarea de continuar la revista excedía sus fuerzas. Fue entonces cuando decidió volver a editar las plaquetas, esta vez de un modo más sostenido y con un nombre: El búho encantado.
Ese nombre remite al logo de las publicaciones del Lagrimal, un grabado de la artista esquimal Kenojuak Ashevak. La primera plaqueta de la nueva colección se imprimió en abril de 1978, con el poema "Antes", del rosarino Raúl García Brarda, y una ilustración de María Graña. "En abril de 1977 -explicó Francisco Gandolfo en una nota que acompañaba la edición- le oímos leer este poema en Amigos del Arte, aquí en Rosario y nos interesó leerlo detenidamente. Un amigo le comunicó nuestro interés y el autor nos trajo copia. Si bien no hablamos de publicación, el trabajo la merecía para iniciar la aparición de nuestras hojas encuadernables de poesía".
La colección El búho encantado se extendió hasta 1990 e incluyó en total 24 plaquetas numeradas. En sus páginas aparecieron textos inéditos de grandes poetas, que por entonces eran casi desconocidos fuera de Rosario, como Hugo Padeletti, traducciones y homenajes (a Raúl Gustavo Aguirre, a Daniel Giribaldi), en ediciones de notable factura técnica, en las que se destacaron las portadas de Sergio Kern.
El rescate de grandes poetas fue uno de los criterios visibles de Francisco Gandolfo para la selección del material. La segunda plaqueta, en julio de 1978, ofreció "Entre Diamante y Paraná", poema inédito de Juan L. Ortiz. La cuarta incluyó una selección de poemas de Irma Peirano, cuya obra era entonces inhallable, y la siguiente, en noviembre de 1979, "Doce poemas", de Hugo Padeletti, entre ellos algunos de sus textos emblemáticos, como "Pocas cosas" o "La paciencia". En una nota incluida en la misma edición, Angélica Gorodischer aludía a la obra secreta de Padeletti, que de hecho sólo había publicado hasta entonces un libro, veinte años antes.
En el mismo sentido puede explicarse la plaqueta dedicada a Saúl Pérez Gadea (1929-1969), poeta uruguayo que sufrió internaciones psiquiátricas y cuya obra, al momento de la salida de la plaqueta (1980) permanecía inédita.
Los poetas rosarinos tuvieron un lugar importante en El búho encantado. En 1989 salió "Por encima del silencio", una selección de textos de Beatriz Vallejos. "Hay que extraer la palabra del silencio, con cuidado. Sólo tomo del silencio las palabras necesarias", decía la gran escritora, en un reportaje de Enrique Butti que se incluía en la contratapa. Antes, en 1982, Rubén Sevlever publicó a su vez "Poemas inéditos", una selección de textos por entonces desconocidos y cuya historia ha quedado documentada en la correspondencia personal de Francisco Gandolfo.
Un éxito inmediato
La antología de Sevlever contaba con un estudio del escritor uruguayo Mario Levrero (1940-2004), a partir de una solicitud que Gandolfo formuló así: "Esotérico: necesito la colaboración de tu inteligencia críptica abierta sólo a la calidad oculta y reservada, a la posibilidad solícita de algún búho encantado, como ese del dibujo del artista esquimal que preside nuestras publicaciones. Se trataría simple y complejamente de expresar algo sobre la poesía de Rubén Sevlever (...). Como buen poeta, llega sin apuro".
Gandolfo mantuvo tan en secreto el pedido, que ni siquiera el propio autor de los poemas estaba al tanto. Levrero había conocido a Sevlever en 1969, cuando vivió durante unos meses en Rosario, y luego ambos mantuvieron una correspondencia esporádica.
En febrero de 1982 el texto encargado llegó con el correo a Ocampo 1812, el domicilio de Francisco. "Esto no será una plaqueta -escribió entusiasmado, en una carta de respuesta-, sino un duelo del poeta con su crítico, oficiando yo de juez. No pasará nada, pero está bien que el poeta muera a manos del crítico para que su fracaso toque fondo y se eleve si no a los astros, por lo menos a los árboles o a las nubes: mejor a los seres humanos (...) La plaqueta saldrá interesante como un western, con las tensiones del duelo a la hora señalada".
A vuelta de correo, Levrero aclaró que, "dejando expresa constancia de la excelencia del poeta, a quien sinceramente admiro" hablaba del "fracaso inherente a la condición humana, enfrentada a lo Absoluto". Por las dudas había dado a leer sus textos a unos amigos (a los que llamaba "mi equipo de ratas de laboratorio") y "el veredicto fue unánime: no sólo no se encontró nada lesivo para el autor sino que la opinión fue: «cuando el autor lea esto dirá por fin alguien me entiende»". Concluía con una pequeña broma: "Tal vez usted ya sepa muy bien todo esto, y no haya podido evitar esas imágenes de western: después de todo, Gandolfo bien podría ser una traducción apresurada de Wayne".
El 13 de junio de 1982 Francisco Gandolfo volvió a escribirle a Levrero a propósito de la repercusión de los "Poemas inéditos" de Sevlever. "La plaqueta fue un éxito inmediato en una mesa redonda de escritores locales", contaba. "Al terminar el acto, me animé a hacer una presentación informal, sentado junto a Sevlever y su esposa -seguía Francisco-. Me paré anunciándola y dándole una a Rubén dije: «en este momento su autor la conoce», agregando que si querían podían colaborar con 10 mil pesos o sea «un palo» viejo. Enseguida salieron a relucir los billetes, pero como Sevlever, emocionado, continuó mis palabras al ver tu nombre y decir que estaba comentada por un escritor uruguayo, paré la venta hasta que terminó de hablar y después me sacaban las plaquetas de las manos. Se me caían los billetes por falta de práctica pero Eve (nota: la esposa de Francisco), sentada a mi lado, los levantaba. Me sentía un poco ridículo y avergonzado, pero feliz".
En tiempos oscuros
También hubo una plaqueta en homenaje a Willy Harvey (1931-1982), poeta oculto de Rosario, poco después de su muerte, con textos elegidos de su libro "El riesgo de lo vivo" y una nota de Gary Vila Ortiz. Y se publicaron poemas de Carlos Piccioni ("está entre los que trabajan el verso en Rosario", se decía en una breve nota biográfica), Mirta Rosenberg, Armando Santillán, D. G. Helder y Martín Prieto, entre otros.
La atención hacia lo rosarino no significaba el encono contra lo que viniera de afuera, al contrario. Hubo plaquetas de entonces jóvenes escritores porteños, como Víctor Pesce y Hugo Salerno, y de consagrados, como Edgar Bayley (dos poemas que leyó en Rosario en la primavera de 1982, con nota de Daniel Freidemberg) y Francisco Madariaga (con epílogo de Víctor Redondo). Y las traducciones, que habían sido importantes en El lagrimal trifurca, tuvieron también un lugar destacado en El Búho Encantado.
Rodolfo Alonso hizo un aporte sistemático en ese rubro. En julio de 1982 apareció una selección de sus versiones del poeta portugués António Ramos Rosa. En el mismo número, cuya tapa estaba ilustrada por Roberto Fontanarrosa, se incluyó un ensayo de Ramos Rosa, "Poesía y espontaneidad", y un prólogo del propio Alonso. Gandolfo también le publicó traducciones de los stilnovistas Guido Cavalcanti y Cecco Angiolieri ("encontramos en nuestro archivo esta colaboración de Rodolfo Alonso, recibida hace ocho años. Consideramos que esta demora es el tiempo elegido por la poesía", decía).
Con el transcurso de las publicaciones, las plaquetas se hicieron más gordas. El homenaje a Raúl Gustavo Aguirre incluyó una selección de poemas, su ensayo "Los poetas en el mundo de hoy" y su bibliografía, un texto en su memoria escrito por Orlando Calgaro y un poema de Alfredo Veiravé donde se leía: "El poema sabe más que nosotros de la vida/ y percibe antes que nosotros el dedo de la muerte".
Estas plaquetas circularon en una época difícil, en que los canales de difusión eran contados y hasta riesgosos. Como observaba Rodolfo Alonso en una carta dirigida a Francisco Gandolfo, "más allá de la propia calidad de la edición", lo que contaba era "el significado que en tiempos tan oscuros alcanza la dedicación y devoción a la poesía". Y concluía, de modo simple y justo: "Gracias por hacer existir la Colección El Búho Encantado".
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Fotos
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Francisco Gandolfo, con su hijo Sergio.
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