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 viernes, 02 de diciembre de 2005  
"No todo está perdido en el rock"

José L. Cavazza / Escenario

Así como la Gran Manzana a fines de los 60 latió al ritmo frenético que marcó la famosa Factory de Andy Warhol, la estrella del rock local Coki Debernardis presentó el laberíntico álbum "Perdida" en los ex silos Davis, junto al Paraná. Una segunda vuelta de happenings, arte pop y, obviamente, música; porroncitos de cerveza, vino tino y arrolladitos de fiambres, bajo la mirada melancólica asomada al túnel del tiempo de dos veteranos del paño rosarino: la de Jorge Galfione creyendo revivir aquellos años de la mismísima Velvet Underground en el Café Bizarre y la de Juan Venesia, que llegó a ver al rocker rosarino junto a su prole completa, viéndose niño otra vez y metiendo el hocico en aquellos rincones de los silos levantados en 1904 y hoy vestidos de colores pasteles. El estrecho recinto del séptimo piso se transformó en un túnel a punto de explotar en mil pedazos, con guitarras abrasivas, primitivismo rítmico y la voz arenosa de Coki. Los techos bajos, las tuberías del aire acondicionado, la bocaza brumosa y sin salida a 15 metros del césped, provocaban la sensación de que los dientes se disolvían en cualquier momento. Y los chicos, afortunadamente quietos como frente a la tumba de Jim Morrison. Esto, que se parece más a una nota de viajero claustrofóbico en busca del primer reactor para volver a casa que a una crónica estándar de presentación de un álbum, es sólo el intento de explicar algo simple: no todo está perdido en el rock. Y aunque ya no quedan viajes placenteros por los paraísos artificiales y se sabe de sobra que el sueño hippy fue una falacia, Coki le mostró a los amigos su "Perdida", esa ciudad cruda como un pollo exhibido en el supermercado, ciudad de cientos de maquetas que buscan dibujar la casa propia. Coki, como una especie de laguna en medio de un circo que rebalsa de tanta frivolidad y marketing, devuelve al rock algo de frescura y espontaneidad y, afortunadamente, no cree en trampolines, esos saltos a veces mortales que casi siempre terminan en un jacuzzi de la metrópolis. A él le basta y le sobra su ciudad "perdida", ciudad que seguramente le permite ver las luces de la estación siguiente al final de un túnel oscuro.
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