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 domingo, 04 de septiembre de 2005  
Encuentro en Montreaux
Un viaje enlazado a los recuerdos y las esperanzas

"Algún día irás a Montreux donde yo nací y me contarás", así me decía repetidamente mi abuela. El gran día llegó. El viaje en avión Ezeiza-Milán-Ginebra fue sin historia. Ginebra es una ciudad cuidada, limpia, sin ruidos molestos. Está ubicada en la orilla de gran lago homónimo y atravesada por el río Rodano. Visité la hermosa catedral de San Pedro, la iglesia de San German y muchos otros lugares. Luego llegó el gran momento: fui a Montreux. Con mi modesto italiano, salí airosa en la zona francesa.

Montreux es una pequeña ciudad ordenada, silenciosa y limpia, como toda Suiza. En un negocio encontré un hermoso cristal de Bohemia. Era un poco caro. El vendedor, muy cordial, me consiguió un buen descuento. Al momento de pagar constaté que había olvidado casi todo el dinero en el hotel. Volví al día siguiente por la tarde. Entre charlas y explicaciones, me fijé un poco más en el vendedor. Albert era su nombre. El también me miró largamente. Inesperadamente me invitó a cenar. Me pareció un atrevimiento, pero su educación y su cultura me convencieron. Después de todo en Europa se estilan las invitaciones sin prejuicios.

Recuerdo que la noche era serena y agradable. Las lucecitas sobre las laderas de las montañas se confundían con las estrellas creando una única visión celeste. La luna estaba tapada por pequeñas nubes y a menudo se asomaba espiando nuestro encuentro, escondiéndose apresuradamente para no ser sorprendida.

A los pocos días, en tren fui a Basilea. Era primavera. El sol se levantaba lentamente al horizonte, indeciso si iluminar o no tanta belleza para el deleite de todos. Una suave brisa mecía las hojas de los árboles, acariciándolas. Desde la ventanilla se apreciaban gotas de rocío que brillaban como esmeraldas. El perfume de la tierra húmeda me infundía una paz agreste y ancestral.

El tren rodeaba las montañas lentamente, buscando un camino, un paso, con un cambio continuo de panorama. Como moderno David, mesuraba con precaución sus movimientos, seguros y lentos alrededor de su Goliat para luego arrojarse contra el "enemigo" en un choque frontal y sin retorno, obviamente sin consecuencias pues las galerías dejaban el paso al pequeño y audaz monstruo, cobijándolo en sus entrañas.

Los caminos bien cuidados y las casas que parecían de juguete eran el punto de ruptura de ese verde intenso. Algunos laguitos tal como gemas incrustadas en las alturas estaban en todo su esplendor. De repente habíamos llegado a Basilea. Visité también Francia e Italia, pero mi mente estaba obstinadamente en Montreux.

De vuelta a Rosario encontré la abuela conmocionada y muchos e-mails. Albert me llama a menudo por teléfono. La abuela mira, escucha y pregunta. ¿Cómo terminó mi historia? Albert vendrá pronto a Rosario. Mi historia, continuará.

Andrea Marta Alesci

(Ganadora de esta semana)
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Andrea en la villa suiza donde nació su abuela, rodeada de montañas.


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