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 domingo, 04 de septiembre de 2005  
[Fotografía]
En la selva urbana
Alejandro Lamas retrata fragmentos de la vida en las ciudades, ocultos para la mirada corriente

Sebastián Riestra / La Capital

Las ciudades se han vuelto el único paisaje del hombre. Rota en mil pedazos la ilusión de la naturaleza -ya se sabe que no existe refugio en ninguna parte-, es en las selvas urbanas donde aún buscamos, con escasa fortuna, la felicidad. En los mismos lugares donde nada permanece, reinos de lo precario, de lo fugaz y de lo instantáneo, todavía -pese a todo y sin embargo- crecen cosas. Son desprendimientos involuntarios de la materia banal, resabios del descuido de la nada triunfante, florecimientos provisorios, luminosos e inadvertidos. Hasta que, sin aviso, irrumpe la mirada.

De eso sabe mucho Alejandro Lamas, el notable fotógrafo que durante tanto tiempo vivió en Rosario y desde hace largo tiempo camina por las calles de Madrid. Pero Lamas -infatigable trashumante- no ignora que todas las ciudades son, en el fondo, una. Y que entre el Paseo de la Castellana y Pichincha no media tanta distancia, así como semejantes son a su modo los fanáticos del Real de nuestros leprosos y canallas.

El camina sin embargo solo y mira, también, en soledad. Y así, los frutos de esa mirada son imágenes austeras plasmadas en austero blanco y negro, retratos de aquello que no tiene rostro. A veces, las breves epifanías son apenas el reflejo en un charco de agua de lluvia del movimiento delicado de los árboles; otras veces, pasos en la noche adoptan inesperada forma humana -si hasta es posible oír el silencio del que emanan y aquel hacia el cual, resignados, se dirigen: el del paseante solitario que retorna de sí mismo- y allí está el cazador de imágenes, al acecho.

El ve por nosotros y también para nosotros: fragmentos de un muro, veredas desiertas, tapas de cloacas bajo las cuales se puede percibir el fondo mismo de la vida, sombras que parecen sobras de sol ajeno.

El ve por nosotros, para nosotros, lejos de nosotros: lo hace, aunque no lo sepa ni lo crea, por pura ternura hacia los seres y las cosas, para rescatar lo que se pueda de ese incesante fin del mundo vislumbrado en los relojes que nunca se detienen.

Si él hasta hace nacer todo de nuevo. Nace para él, sólo para su mirada agazapada tras la lente, sólo para volver a mezclarse luego con el resto de lo que hay pero ya salvado para siempre de la noche sin nombre, del olvido.

Fijo en el centro de la luz, abierto y claro. Si hasta es posible decir: escrito.
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Una de la imágenes de "La otra ciudad". (Foto: Alejandro Lamas)

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