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 domingo, 17 de julio de 2005  
Hacia el centro de la tierra

Entrar a una mina supone una experiencia única, ya que uno se interna en el corazón de la Tierra o más aún de la Pachamama. Es también un viaje al pasado si la misma dejó de producir y fue abandonada. Pero también es un viaje a la historia, que se repite a lo largo y ancho del país.

La Mina de los Cóndores, en las cercanías de la localidad de Concará, a la que se accede por un viejo camino de ripio, fue un pujante pueblo de la puna de San Luis. A fines del siglo XIX se descubrieron cerros riquísimos en tunsgteno. Fue entonces que una empresa alemana comenzó su explotación dinamitando los cerros. El tungsteno sirve para dar consistencia a las armas, de allí que el pueblo tuvo su esplendor entre la Primera y Segunda Guerra Mundial cuando se convirtió en la mina más importante de Argentina y la segunda de América latina.

Bajo la tierra llegaron a trabajar 4.000 mineros de distintas nacionalidades, en tres turnos de ocho horas. La mina llegó a los 430 metros bajo tierra, divididas en tres galerías de más de 300 metros de largo cada una.

Ahora sólo se puede acceder al primer piso que está aproximadamente a 40 metros de profundidad, ya que el agua tapó el resto de las galerías. Cuando los alemanes perdieron la primera guerra abandonaron el lugar y los nuevos dueños fueron una firma estadounidense.

El pueblo continuó creciendo con las casas para los mineros, otras mejores para los ingenieros, salones de comida, lugares de recreación como salas de proyección cinematográfica, y también sitios para bailar. Pero los dueños, tanto alemanos como americanos, fueron cuidadosos en que el pueblo no tuviera cementerio propio. Es que de ese modo la población podría contar día a día las cruces de los muertos que la mina se tragaba. En rigor nunca se contabilizó cabalmente cuántas almas costó la extracción del mineral.


La retirada
Concluida la Segunda Guerra la producción comenzó a decrecer, y los americanos emprendieron la retirada. Entonces fue la hora de que empresarios argentinos tomaran el negocio, hasta mediados de los •80. Pero ya el pueblo prácticamente había desaparecido y los mineros no superaban los cien.

Finalmente los precios internacionales terminaron con el emprendimiento y hoy un puñado de ex mineros erigió en el lugar un museo con elementos propios del trabajo, preserva el lugar e invita a los turistas a acercarse a un pasado controvertido, en medio de un paisaje sin igual. La excursión dura varias horas y los ex mineros ofrecen al visitante los elementos básicos para entrar a la mina, como linternas, botas de goma, casco y piloto.
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