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 domingo, 03 de julio de 2005  
El viaje del lector
Líbano, la puerta de Oriente

Todavía no me explico bien cómo fui a parar al Líbano. Pero seguramente debo estar comprendido entre esos españoles que no han podido liberarse de la dominación árabe, además, mi esposa es hija de libaneses.

Llegamos a Beirut en cuyo aeropuerto nos esperaban tres sobrinos a quienes veíamos por primera vez, igual que otros tantos y sus respectivas familias que conocimos al siguiente día. En la fiesta de recepción eran más de cuarenta familiares, todos con nombres de difícil pronunciación como Kamel, Azíz, Haisam, Mona, Fadua o Jala.

Las mesas tendidas eran propias de "Las mil y una noches", exageradamente repletas de comidas y bien condimentadas con "baharat". Qué decir de los postres, que además de riquísimas confituras sumaban todas las frutas conocidas y otras no tanto: pistachos, dátiles, piñones y caquis.

Tras medio día de descanso (en un hotel muy confortable, u$s 80, con desayuno) iniciamos las salidas por las Grutas de Jeita, una sucesión de laberintos con estalactitas y estalagmitas muy similares y posiblemente más grandes que las cuevas de Nerja cerca de Málaga.

Otro día fuimos a Tiro y a Sidón, puertos sobre el Mediterráneo con reminiscencias fenicias y restos de su otrora poderío comercial.

De regreso a Beirut nos detuvimos en un impresionante comercio de confituras como no había visto nunca. Más de 200 metros cuadrados de exhibidores repletos de turrones, maamul, baklaba y otras en sus distintos gustos y formas..

Para llegar a Baalbeck (Paraíso de los Dioses) cruzamos casi todo el país, unos 200 kilómetros. Allí se conservan ruinas con más de 4000 años y cinco dominaciones, que nada tienen que envidiar a la acrópolis griega. La leyenda árabe hace de Baalbeck la ciudad más antigua del mundo. La habría construido Caín para encontrar en ella refugio contra la maldición divina.

A la hora del almuerzo fuimos a ¡una carnicería! Sí, allí el cliente elige la parte del cordero que desea y en pocos minutos el diligente cocinero la convierte en riquísimas "kafta" o "quebbe al sihj" bien condimentadas con "zahatar".

Al pasar nos detuvimos en Biblos, una ciudad que ya figuraba en antiquísimos mapas donde floreció la escritura. Hoy es un importante puerto mediterráneo con claras señales de lo que fue la dominación fenicia.

Especial atención -y emoción- nos deparó llegar a Khiam, un pueblito de 30.000 habitantes muy al sur de Líbano, donde recogimos tierra de lo que fuera el viejo solar de mi suegro, Mohamed. Todavía se observan muchos edificios dañados por la guerra (hasta el año 2000) y desde La Prisión un ex fuerte francés convertido ahora en museo, se ven claramente los campos minados y, a lo lejos, las montañas de Siria y el pueblo de Israel más cercano.

La frontera con Israel es, en algunas partes, un largo paredón de cemento y, en otras, una maraña de alambres de púa. Del lado israelí hay terrenos cultivados y regados; del lado árabe sólo puestos de guardia con música estridente y algún que otro olivo centenario que se salvó de la intencionada destrucción consumada para evitar que sus troncos sirvieran como escondite a la resistencia islámica.

Beirut es una hermosa ciudad de un millón de habitantes con una bien cuidada costanera sobre el mar donde sus habitantes caminan, patinan, venden sus mercancías, charlan y fuman su "narguile" en confiterías o en la calle.

Muy pocos semáforos regulan su endemoniado tránsito de automóviles. Las calles no respetan ningún trazado. Por todas partes se ven edificios, algunos muy importantes, total o parcialmente destruidos por los morteros y otros reconstruidos según la línea arquitectónica anterior.

En la calle Al Hamra, una de las principales, se encuentran boutiques con joyas, perfumes, ropas y calzado de marcas extranjeras y se puede saborear un delicioso café oriental en el refinado y acogedor "Starbucks". Si piensa encontrar en Líbano apacibles casitas como "colgadas" de la montaña, y sus moradores disfrutando de la sombra de higueras y olivos, o un pintoresco cosechero de dátiles o un humilde agricultor transportando su mercancía en un carrito tirado por un burro en un polvoriento camino, seguro que lo descubrirá a poco que salga del centro de Beirut.

Ricardo Ruiz

(Ganador de esta semana)
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Los restos de Biblos, la mítica ciudad donde nació la escritura.

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