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 domingo, 12 de junio de 2005  
Un hijo notable de Rosario

La detención, secuestro, torturas y asesinato de Juan Ingallinella marcan un hito en la perversa historia de la represión, del terrorismo de Estado. No fue un hecho aislado, solitario, realizado por torturadores en una noche demencial, sino que formó parte de un sistema de represión instaurado antes de ese hecho y, en años posteriores llevado hasta el infinito por la dictadura militar instaurada en 1976.

Ingallinella mismo había ya sufrido en reiteradas oportunidades detenciones, algunas prolongadas, desde su condición de estudiante universitario y militante político y estudiantil. Médico, se destacó por esa personalidad militante, por su sensibilidad social, por su humanismo en el ejercicio de su profesión, condiciones que lo hicieron objeto de los aparatos represivos.

Una larga secuencia de hechos similares fueron ejecutados por el terrorismo de Estado, por los denominados grupos de tareas, o por grupos parapoliciales. Los fusilamientos de José León Suárez, los fusilamientos de Trelew, el caso del estudiante Angel Brandazza en Rosario de características parecidas al de Ingallinella, los miles de detenidos desaparecidos de la última dictadura militar, y, agreguemos a ello tantos casos de gatillo fácil y represiones impunes, sin condena, como los de Pocho Lepratti y demás víctimas de diciembre de 2001, entre otros. La represión estuvo al servicio de los peores intereses del país, para imponer una política, una instrumentación económica al servicio de grupos hegemónicos, y una enorme extensión de la miseria, de la pobreza; fue dirigida contra los militantes políticos y sociales más diversos, contra laicos y religiosos, inclusive contra militares y funcionarios.

Aquella banda de la sección "leyes especiales" o de "represión al comunismo" capitaneadas por Francisco Lozón que asesinó a Ingallinella hace cincuenta años tuvo sus continuadores en la que comandaba Agustín Feced, cuyas atrocidades agravian la condición humana. La lucha por preservar la memoria tiene plena vigencia y constituye un imperativo que debe perdurar como así la exigencia de esclarecimiento de los hechos, la condena de los culpables, y la depuración del aparato del Estado, de la fuerza policial y militar de tanto elemento denunciado por su participación y que aun siguen enquistados.

Ingallinella fue un hijo notable de Rosario por cuyas calles caminó por un anhelo de un mundo mejor; en su facultad aprendió su profesión que ejerció con generosa sensibilidad social; en los ámbitos ciudadanos luchó por la libertad y los derechos humanos; donde tantos hombres y mujeres sufrieron vejámenes y torturas criminales defendió con integridad la dignidad humana; con su compañera Rosa Trumper y su hija Ana María formaron un hogar con las virtudes comunes de nuestro pueblo.

Hoy convoca a todas las generaciones a seguir con las banderas de la memoria y del reclamo de justicia.
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