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 jueves, 12 de mayo de 2005  
Novias del dolor

Soy una novia, pero no una novia común, soy una novia del dolor. Hay madres del dolor que marchan y muestran carteles en donde las fotocopias a color, las remeras con las caras de sus fallecidos se han convertido en una pesadilla que emociona al más templado. Dirán que fui una novia del dolor, pero no, soy una novia en tiempo presente, en puntos suspensivos porque aún no me he movido del sitio atemporal donde me obligaron a convertirme en una ex novia en tan sólo unas pocas horas, en lo que tarda el día en hacerse noche. Por eso escribo, para ser una novia actual, sin pasado de flores ni monumentos privados. Veo sólo sombras en los labios y escucho como ecos en las palabras. Todo me llega difuminado, asordinado, envuelto en bruma. Aquel que ha sufrido sabe a lo que me refiero. Leo periódicos, veo la televisión; todo es un maremagnum de discordias, fútbol de dictadura, entretenimientos pavorosos con sonrientes bufones que no soportarían, seguramente, ni una pizca tan sólo de la pena, de la impotencia nuestra. Soy una novia del dolor en soledad: a nadie he confiado que lo soy. No hay entidad que nos reúna, que nos junte en círculos para marchar quien sabe donde por qué plaza, por qué barrios siniestros donde han caído nuestros amores. Yo puedo escribir, algunas otras no, nunca lo harán, disueltas sus tristezas en casitas semiluminadas donde siempre se habrán de refugiar a través de este largo invierno de sombras, soñando en la leve culpa de poder volver a ser enamoradas y besar sin fantasmas otras bocas; guardando un luto que se circunscribe a la pieza en donde dormimos solas. Tenemos sus cosas, sus regalos, sus cartas, el cajón de escritorio con sus poemas o sus fotografías congeladas. En unas lucimos abrazadas a ellos, en otras están ellos solos, tal vez, iluminando un poco lo que fueron: vestidos de futbolistas, escalando montañas, estudiando, disfrazados en alguna fiesta, manejando una moto, soplando una velita. Yo, yo, apenas puedo mantenerme sobre las cenizas calientes de este recuerdo que es más presente que nunca. Esto es la guerra. Esto es un pabellón con crucecitas amarradas a velas. Cada cual vela su difunto, cada cual reza como puede. Yo lo hago como él hubiese querido: en soledad, vestida aún con la ropa que él me regalara y la bijouterie que en cada aniversario depositaba en el umbral de mi casa. No los quiero agobiar con mi angustia. He visto a esta guerra de cerca y todavía ando salpicada con el barro de las pisadas de energúmenos. Una Bosnia, un Cromagnon en blanco y negro repleto de humo, un Irak de pisos de tierras agujereadas a morteros, un barrio de la ciudad donde tantos cayeron, incluido mi amor, el que me convierte cada noche, mientras hay luna o lluvia furibunda en una auténtica novia del dolor, en esa que necesito ser quién sabe hasta cuando; mucho antes de ser esposa o madre o alguna de esas categorías solemnes que nada dicen pero a las que iba a abrazar con la naturalidad de nuestro sueño edificado, si supieran, con tanta paciencia, con tanta conversación y madrugadas y peleas y sensación de alivio al entender que en el mundo, en este mundo adverso, había una voz y un cuerpo para nosotros. No he de llevar luto, no he de llorar en público, no he de hablar en cámara, no he de decir más nada que esta escritura facilitada gracias a mi gimnasia en las palabras. Yo puedo hacerlo, otras no. En nombre de ellas, yo, una novia del dolor les tiendo un puente de manos sabiendo que nada ya se puede hacer, más que rogar por el fin de esta batalla por algunos empezada y en donde los soldaditos de primera línea han sido nuestros novios. Yo, una novia del dolor, me prometo intentar volver a enamorarme, porque si el amor existe y nos ha rozado alguna vez, debemos no ofenderlo con el olvido. Pues, se sabe: a los muertos los visitamos en el cementerio, pero los enterramos primero en nuestro corazón. El día que eso suceda dejaré entonces de ser lo que ahora me acompaña y me confirma, una novia del dolor.

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