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 jueves, 12 de mayo de 2005  
Desastre. Un médico argentino cuenta su trabajo en la indentificación de víctimas del maremoto del sudeste asiático
"El mundo no tomó conciencia de lo que provocó el tsunami"
Ricardo Nachman identificó los cuerpos del ingeniero rosarino Diego Talevi y de su hijo Bruno en Kravi

"El mundo no tomó conciencia de lo que provocó el tsunami" en el sureste asiático, advirtió el médico forense argentino Ricardo Nachman, quien trabajó 15 días en el hallazgo y la identificación de cadáveres en la isla Phi Phi y en la ciudad de Kravi, en Tailandia, junto a un equipo israelí que él dirige (integrado además por Dorit, una médica voluntaria, y los policías Alfi y Malka), el de mayor experiencia en el mundo por la cobertura de atentados en Medio Oriente.

Nachman, de 39 años, nació en General Roca, Río Negro, y llegó a Rosario a los 5 años, se graduó de médico en la UNR y estudió medicina legal en Israel, donde vive desde hace 13 años y donde es vicepresidente del Centro Nacional de Medicina Forense.

Durante su estadía en Tailandia, identificó los cuerpos del ingeniero rosarino Diego Talevi, de 33 años, y de su hijo Bruno, y el de Francisca Cuper, la maestra y militante social chilena de 27 años que murió en el bungalow que ocupaba en su luna de miel. Su esposo se salvó porque madrugó para escalar una montaña, desde donde sólo pudo mirar lo que pasaba.

"Yo identifiqué por ADN el cuerpo del ingeniero Diego Talevi en Singapur, donde fue operada su esposa luego de ser arrastrada por el maremoto. Ella pudo sobrevivir y ahora hace rehabilitación psicofísica en una clínica en Buenos Aires".

Talevi y su esposa Carolina Vardabasso (de 29 años) estaban ese domingo 26 de diciembre con su pequeño hijo Bruno en la isla Phi Phi. Quisieron escapar del maremoto pero una de las grandes olas los arrastró y los separó.

El matrimonio residía en Kuala Lumpur desde hacía cuatro años y estaban pasando las navidades en Tailandia.

El especialista recordó que "un amigo de Talevi me pidió ayuda en Kravi (al sur de Tailandia). Los cuerpos estaban depositados en un templo budista. La familia no me dio señas particulares de los fallecidos. Diego tenía una alianza con el nombre de su esposa, pero yo no tenía referencias científicas para identificarlo. Entonces, tomé muestras de su ADN y de su hijo y las envié a Singapur, donde las cotejaron con las de familiares directos y la esposa. Después de un tiempo, se confirmaron las identidades".

En el caso de la maestra chilena, recordó que "a través de la impresión de su dentadura, de sus huellas dactilares, de signos del cuerpo y de fotos empezamos a buscar el cuerpo de Francisca. Fue un milagro lograrlo, porque nadie creía que íbamos a poder encontrar ese cuerpo entre miles", recordó. "Francisca era una chica muy querida en su barrio de Santiago de Chile, donde con un amigo tenía una casa donde recibían a los chicos de la calle. Fue la única chilena que murió en el tsunami y se la toma como un hecho nacional", señaló Nachman, quien el fin de semana pasado participó de un programa en la televisión trasandina en un homenaje muy emotivo junto a los Cuper. "Ellos me tomaron como si fuera de la familia. Estuve cenando en un clan de unas 60 personas, algo inolvidable. Nunca pensé qué íbamos a tener una relación tan estrecha", confió.

Los familiares de las víctimas encuentran en el trabajo de Nachman un oasis en el desierto. Una gota de consuelo en un océano del dolor. "Nos veían como dioses. Es gente que perdió a un ser querido y éramos la única esperanza de recuperar su cuerpo. Nos pasó como en los atentados dinamiteros, cuando los familiares quieren aunque sea recuperar un pedazo del cuerpo de su ser amado porque tanto en el judaísmo como en el cristianismo es muy importante poder sepultar a los muertos y tener un lugar donde rezar, llorar y expresar los sentimientos", subrayó el médico al revivir las imágenes del horror.

"Siempre me preguntan cómo hago para trabajar con la muerte. Sin ninguna duda, el momento más duro es hablar con los padres y pedirles los datos para ubicar el cuerpo, pero la satisfacción más grande es sentarte a decirles que encontramos a su hijo. Los padres nos abrazan y lloran, y nos decían que estaban aliviados. Y uno los entiende", reveló.


El principio del fin
A las 6.15 del 26 de diciembre de 2004 un temblor sacudió la plataforma submarina de varios países del sudeste asiático y a las cuatro horas cuatro olas de unos diez metros de altura surcaron la isla tailandesa Phi Phi, a unos 900 kilómetros por hora, como si una montaña se desplazara a la velocidad de un avión supersónico. "La isla Phi Phi es un paraíso turístico, como la Polinesia. Es alargada y tenía una vegetación muy profusa. Antes del maremoto no podía verse de una costa a la otra; ahora sí, no quedó nada", explicó.

Dijo que sólo sobrevivieron quienes pudieron escapar a las montañas o "los que fueron tocados por la mano de Dios". "Soy creyente, pero también creo que el destino de uno está escrito por Dios. No hay que tentarlo. No me voy a tirar del Monumento, pero cómo explicás que una pareja israelí chocó contra una gran antena. El pudo treparse y se salvó. Y ella chocó contra la misma antena y murió".

-¿Algún día se sabrá cuántas víctimas fatales dejó el maremoto?

-¡No! No, porque las masas de agua que barrieron todas esas áreas en algún momento se retiraron y han arrastrado cuerpos, estoy seguro. Un cuerpo flota por los gases del estado de putrefacción, pero cuando esos gases se escapan por las mordeduras de los peces, el cuerpo se hunde y nunca más se lo encuentra. Hay una cantidad muy grande de víctimas que nunca podrán ser recuperadas, y entre las halladas, muchas nunca podrán ser identificadas.

-¿Ni siquiera por el ADN?

-Se puede hacer el ADN, pero hay que ver qué tipo de muestras han sacado. Por eso yo no acepté ser el jefe del centro de ADN de Kadaby. Me negué porque no quería robar ningún título ni posición. Sólo fui a ayudar, pero no nos sirvió de mucho porque la única delegación que hacía identificaciones era la israelí. Fuimos la primera en llegar, a la mañana del tercer día de ocurrido el desastre, y trabajábamos entre 12 y 15 horas por día.

"Aún hoy el mundo no ha tomado conciencia del tsunami, ni siquiera viéndolo por televisión. Ver un paraíso que de pronto aparece sembrado de cadáveres es un contraste demasiado abrupto entre el paraíso y el infierno. He visto demasiados niños muertos. Esto fue el desastre natural más grande de la historia", resume fatalmente Ricardo Nachman.
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El equipo israelí en plena tarea en Tailandia.

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