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 domingo, 20 de marzo de 2005  
Rescates: Francisco Gandolfo
Poesía y expresión del secreto
Dirigió la revista El lagrimal trifurca y concibió una obra literaria intensa y singular. Un escritor para redescubrir

La poesía de Francisco Gandolfo es uno de los secretos mejor guardados de la literatura argentina. No se trata exactamente de un autor ignorado, ya que su actividad como director de la revista El lagrimal trifurca es conocida y ha sido reivindicada por editores más jóvenes. Como ha ocurrido con otros escritores distantes de Buenos Aires -Juan L. Ortiz es el ejemplo más elocuente- debió hacerse cargo de la edición de sus libros, el último de los cuales apareció en 1992. La producción posterior, que ordenó en cuatro volúmenes, permanece inédita. Y sus obras publicadas son hoy inhallables.

Nacido en Hernando, provincia de Córdoba, en 1921, Gandolfo publicó su primer libro, "Mitos", en 1968, el mismo año en que apareció el número inicial de El lagrimal trifurca, que dirigió junto a su hijo Elvio. La publicación puede parecer tardía, pero había sido precedida por años de producción intensa. Según ha contado el propio Gandolfo, comenzó a escribir en la adolescencia, tras el descubrimiento de que "lo que merecía ser escrito podía permitir el acceso a regiones ansiadas imposibles de alcanzar físicamente". Su formación fue lenta y esforzada: dada la prematura muerte del padre, trabajó desde muy chico, primero como canillita y después en distintas imprentas hasta tener la propia, en Rosario, donde se radicó, y pudo completar su escolaridad siendo adulto.

Esa primera etapa ha sido narrada por Elvio E. Gandolfo en su relato "Filial" (incluido en "Cuando Livia vivía se quería morir", 1999): "Lo que mi padre escribía antes de la «escritura» eran textos que no eran «de él». El creía haberlos escrito, pero cuando fue terminando la secundaria, y fuimos leyendo, no sé, a Borges, a Kafka, a Arlt, a Faulkner, empezó a darse cuenta de que sencillamente había estado rompiéndose el alma para escribir mal lo que los escritores del Siglo de Oro español, que idolatraba, habían escrito bien". Gandolfo resolvió en definitiva destruir los textos en los que se había empeñado durante más de veinte años; de las cenizas de esos papeles surgió su poesía. "Elvio me ha orientado tanto -dijo Francisco, en varias ocasiones- que en literatura vengo a ser yo su hijo".

El segundo libro, "El sicópata, versos para despejar la mente" (1974), lo instaló en la escena literaria. Los poemas estaban ordenados en cuatro series y sorprendieron al incorporar procedimientos desusados en poesía -el diálogo y la narración- y sobre todo un humor de registro variable, absurdo y tierno, corrosivo e inocente. No solamente recibieron el reconocimiento de otros poetas y de los críticos, sino también del público, ya que la edición se agotó. Con el personaje invocado en el título, en la voz de ese otro, Gandolfo hallaba su voz propia: "Yo no me sentí yo -confesó en una carta a Luis Luchi- hasta que escribí «El sicópata»". El uruguayo Mario Levrero, alma gemela con la que tramó una intensa relación epistolar, apuntó que el libro podía leerse como una novela. "Cada una de las partes está en función de un todo que, como se sabe, siempre es algo más que la suma de sus partes; la cosa funciona, pero eso no basta para mí; funciona y es verdadera, que es lo que me importa", escribió Levrero en una carta. En otro pasaje situaba el lugar de la obra emergente: "Dentro de la poesía actual, que me es ajena, lo suyo tiene de particular y original el mostrarse a usted mismo (y no de cualquier manera, sino con alegre afirmación). De lo que he visto por ahí, siempre he recibido la impresión contraria, de poetas escribiendo para ocultarse, para ocultar".

Gandolfo veía nuevas posibilidades de escritura: "Se me ha abierto un mundo nuevo en el cual penetro como un niño asombrado por la emoción de lo que va descubriendo -escribió en una carta a Mabel Itzcovich-, a la manera de Alicia en el país de las maravillas, atendiendo la exploración con seriedad jovial (...) Pienso que pese a todo, hoy a la poesía (al hombre) le hace falta un poco de alegría, de fe, de seguridad y en eso estoy. Y estoy tranquilo porque al fin puedo darlo. Es una manera de dar vida tras el esfuerzo, como lo hacen las mujeres al parir, porque para la muerte sobra con los fascistas".

En una carta a Martín Micharvegas, dio cuenta del suceso al recorrer las librerías porteñas donde había dejado ejemplares de "El sicópata": "Me pagaron 30 que habían vendido y rescaté otros 30 porque aquí (en Rosario) ya no me quedaban. En Galatea me dijeron que había sido el best seller de poesía porque habían vendido 7. La semana pasada recorrí el espinel aquí y cobré 23. El precio lo llevé de 20 a 50 y ahora a 100 pesos (...) Me da una gran alegría cuando me dan guita (aunque sea una miseria) por mis versos. Es como si me dijeran «qué lindo es usted, tome por su belleza». También es una hermosa satisfacción comprobar que no se vendió ni un volumen en la librería de la Facultad de Filosofía y Letras y sí los de la terminal de ómnibus, el aeropuerto y un quiosco".

Pero no todos fueron elogios. El humor de "El sicópata" no le hizo gracia a Leónidas Barletta, que en una breve reseña publicada en Propósitos en enero de 1975, acusó al autor de "hacerse el Carlitos Balá de los versos pelopincho". Barletta, que falleció poco después, cuestionaba la supuesta liviandad del libro en el marco de la situación política del momento; sin embargo, la revista Crisis observó en él "inconformismo y crítica social transformados en poemas".

Gandolfo tomó con humor aquella crítica de Barletta. "Pese a todo -dijo, también en la carta a Itzcovich- nosotros nos portamos bien dedicándole en nuestra revista una nota reconociéndolo como un viejo luchador pero aclarando al final que en su periódico siempre nos dieron con un año. Por otra parte, el otro día un psicólogo hojeó el volumen en una librería de aquí y opinó que el autor se drogaba. La empleada le aclaró que no porque me conocía pero el profesional mantuvo su opinión".

En junio de 1976 apareció el último número de El lagrimal trifurca. Francisco Gandolfo continuó editando plaquetas y una colección de títulos de poesía. Al mismo tiempo terminaba los textos que compondrían "Poemas joviales" (Levrero lo disuadió de ponerle como título a ese libro "Marxismo erótico", como se le había ocurrido en principio). Sus ideas sobre poesía se reformularon: "Poetas y escritores debemos trabajar no para nuestra fama sino para la gente se ame, superándose emocionalmente a través de la belleza", le dijo a Bernardo Verbitsky. Y en un reportaje: "El tema dominante de mi vida y por lo tanto de mi vocación literaria es la preocupación que se me presentó al llegar mi adolescencia y enfrentarme con el rostro descarnado de la muerte, antes de que el amor la superase sin eliminarla".

"Poemas joviales" (1977) fue bien recibido, pero para el autor implicó cierta decepción. "Creí que iba a superar la venta del anterior -confesó- y no pasó nada. Un locutor porteño que animaba la mañana del sábado en una emisora de Rosario se entusiasmó y empezó a propalar mis versos. Se corrió la voz y me enteré, fui a agradecerle y me dijo que habían recibido llamadas telefónicas de oyentes interesados en mi poesía. Un tiempo después fui a una librería donde había dejado cinco ejemplares seguro de que se habían vendido por la difusión radial y en vez de cinco había seis. A las señoras que me atendieron les mostré la boleta por los cinco y les dije, con asombro: «habrán tenido cría»".

La producción poética de Francisco Gandolfo ha estado asociada al procesamiento de lecturas: en "El sueño de los pronombres" (1980) resuena su abordaje de las obras de Sigmund Freud; el de los antiguos filósofos griegos preparó el terreno de "Plenitud del mito" (1982), que incluye una serie de poemas sobre fragmentos de Heráclito. Había escrito de manera ocasional algunos cuentos y en adelante se propuso dedicarse a la narración. En este marco se produjo otra de las iluminaciones notables de su obra, con la publicación de "Presencia del secreto (1987), un librito de prosas breves "que habla con seguridad definitiva, lírica, tanto cantada como visual, del tema del Secreto", según Elvio E. Gandolfo.

"El que ha llegado a descubrir el secreto no puede comunicarlo a nadie de inmediato -escribió Francisco en el texto que condensa el conjunto-: su sorpresa sobrepasa toda expresión a través de la palabra. De modo que el secreto buscado intensifica su ocultamiento al revelarse, hasta tanto la meditación en torno a su presencia se haga digna de expresarlo indirectamente, para que no deje de ser un secreto". Una lección de literatura.
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Gandolfo tiene cuatro libros inéditos.

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