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 domingo, 20 de marzo de 2005  
Una historia por hacer
Las ex presas políticas de la alcaidía de Rosario trabajan en la preservación del espacio donde fueron recluidas. Aqui se cuenta el origen del proyecto

Irma Antognazzi

Cuando las ex presas políticas de la Alcaidía de Rosario leímos en el diario La Capital que se iba a demoler ese lugar de detención para transformar el sitio en una plaza seca para mostrar la obra en noviembre en el Congreso de la Lengua, saltamos como un resorte. Nos buscamos para encontrarnos. Nunca nos habíamos reunido como tales, sin embargo pudimos convocarnos rápidamente ante semejante información. Nos conmovió la noticia. Teníamos que impedirlo. Hicimos un plan y un contraproyecto.

Teníamos la convicción de que muchos nos apoyarían y empezamos a pedir adhesiones a nuestro proyecto. Logramos centenares de adhesiones en menos de una semana. Nos sentimos unidas por un hilo que nos vinculaba entre nosotras y con muchos a quienes ni conocíamos. Todas coincidimos en defender el lugar de las palas de demolición. Descubrimos, sin palabras, que esas experiencias vividas en el sótano estaban a flor de piel, pero todavía sin una elaboración colectiva.

Al planificar los pasos a dar con el poder político y los equipos técnicos de la Gobernación nos confesamos que nunca desde aquellos momentos habíamos vuelto al lugar. Y nos empezamos a sorprender de nosotras mismas. ¿Qué nos pasaba ahora? Nos sorprendimos de nuestro entusiasmo por actuar y frenar un despropósito. Alguien se nos estaba metiendo en nuestras vidas por la ventana.

Descubrimos que "el lugar" no era actualmente un sitio evocador de la memoria del terrorismo de estado para el pueblo de Rosario. Pero, sin embargo, apenas informábamos lo que estaba por pasar, concitaba adhesiones y apoyos. A muchos sorprendía, porque no se recordaba, más aún, nunca se había instalado colectivamente que la Alcaidía también había sido un centro de horror y de lucha por la sobrevivencia, que también allí en el centro de Rosario hubo presas políticas viviendo en la oscuridad del sótano durante largos meses, junto al sitio clandestino de exterminio de personas que funcionaba apenas unos 30 metros de este lugar, conocido como El Pozo.

La situación nos encontró perplejas, sorprendidas y dispuestas a evitar que llevaran adelante el proyecto de demolición total. ¿Qué nos movió para evitarlo? Nos sentimos dueñas, con derecho y con deberes para nosotras y para muchos más. Y salimos a enfrentar el absurdo proyecto. No nos habían consultado, no se había llamado a concurso de proyectos, nadie reparó que esos lugares de la memoria formaban parte de nuestra vida y no estábamos dispuestas a que se decidiera por nosotras. El proyecto oficial estaba muy avanzado desde el punto de vista administrativo.

Demoler, dice el Diccionario de la Real Academia Española es deshacer, derribar, arruinar. Demolerlo era destrozar la memoria, hacer desaparecer otra vez. Era eso lo que iban a hacer.

Aunque hasta este momento no habíamos pensado colectivamente en ese lugar, el lugar estaba. Me confieso que cada vez que pasaba lo veía, estiraba la cabeza desde la ventanilla del ómnibus para ver algo más allá del custodiado portón de entrada, de esa pared amarillenta, a la que el tiempo sin cuidado le había hecho brotar barbas de helechos y de palán- palán, como todo edificio abandonado. Ninguna de nosotras había vuelto desde el día en que nos sacaron, pero ahora nos reímos al descubrir que a todas nos pasaba lo mismo: estirábamos la cabeza para mirar adentro durante años, era una manera individual de recordar y de constatar que estaba.

Ante nuestro empeño por evitar la demolición, algunos nos miraban asombrados: "¿cómo quieren conservar eso, no tuvieron ya bastante?" Y alguien más cercano llegó a decir, "¿es que fue tu casa, fue una de tus casas, tanto tiempo viviste allí?" Eso. La vida allí. Era eso lo que nos unía, la vida cotidiana colectiva, compartida en el dolor y en la alegría. La demolición nos caía sobre las cabezas como la espada de Damocles.

Una de nosotras, la escritora Alicia Kozameh nos escribió desde Los Angeles, donde vive: "No lo permito, quiero que mi hija lo conozca y todos los hijos. Pido como ex presa política que habitó el sótano que no se demuela ni modifique físicamente el lugar que, en realidad, pertenece históricamente y por herencia ética a las que fueron obligados a habitarlo (...) la altura moral de las ex presas políticas que logramos sobrevivir en el sótano pese a la privación y a la incomunicación, y la de los que no lograron sobrevivir por haber sido asesinados durante la misma época, prueba que merecemos mantener intacto el lugar como monumento histórico a la vida y a la lucha por la Justicia". Nené Lucchetti de Bettanin desde Barcelona: "allí nació mi hija, no, no lo pueden demoler. Sólo pido en nombre de tantas compañeras y compañeros que ya no pueden hablar, se respete los lugares que evocan su memoria y su entrega en la lucha contra la dictadura oligárquico militar..." (...).

Un grupo de ex presas detenidas en 1975 organizamos una visita colectiva, con permiso oficial para fotografiar y filmar. Descubrimos en ese extraño recorrido que todas coincidíamos en nuestras vivencias. Queremos recuperar el lugar porque "vivimos" allí. Lo fotografiamos y lo filmamos, reconocimos los lugares con la débil luz de la cámara y de los flashes. Allí en medio del abandono del edificio, de pedazos de expedientes pisoteados y húmedos, del saqueo (de muebles, y hasta de rejas, cañerías, canillas) que han hecho cuando la policía fue desalojada a disgusto, íbamos reconstruyendo los lugares: de las cuchetas, del baño, de la mesa, "no, esa no", "si era más larga, ¿te acordás que tenía un cajón?", "¿te acordás cuando escondimos la radio para evitar la requisa?" Y brotaban nuestras risas, "¿cómo nos bañábamos?" con un jarrito y con agua fría. "¿Y te acordás la fiesta cuando murió Franco? y ¿cómo comíamos?, aquí jugaba mi nene con otro bebé cuando lo traían, te acordás que poníamos un colchón en el piso? Aquí era la guardia, vos te acordás cuando pusieron la chapa en la puerta?, y cuando nació el nene de Aliceta? Y cuando sacaron a la hermana de Mercedes y nunca más se supo de ella?"

Llegamos muy decididas a encontrarnos con nuestros recuerdos y fuimos armando las escenas, los pases de pabellón, las nuevas ingresantes, las anécdotas diversas; reconocimos donde era nuestra biblioteca, en una celda de castigo que no se usaba al fondo y que fue arrasada en una requisa en que nos dejaron sin libros; las caras de las celadoras, los gritos de las requisas, los llantos, los cantos -"para el pueblo lo que es del pueblo"-, las consignas a voz en cuello para pedir "fin de año con nuestros familiares" y las esposas de a dos para el traslado justo ese día. Fuimos uniendo tiempos dispersos, descubriendo que hay una periodización de la vida en el sótano que debemos conocer, una historia que todavía no hicimos colectivamente.

Decidimos que no podíamos tolerar ni siquiera que nos saquen la última cucheta de metal que quedaba de lo que habían sido nuestras camas. Ni la vieja y destartalada mesa donde comíamos; allí estaba el escenario material donde había transcurrido nuestra vida transitoriamente. Nos dimos cuenta que esto de recuperar la vida en la Alcaidía y la que construimos en estos 25 años posteriores, nos une fuertemente en este presente, es lo que nos identifica. Por eso decidimos defender el sótano, restaurarlo y abrirlo al pueblo de Rosario.

Irma Antognazzi es historiadora. Vicepresidente de la Asociación de Ex Presas Políticas de la Alcaidía de Rosario (Aeppar).
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