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 domingo, 20 de marzo de 2005  
Panorama político
De la necedad al cinismo y después al infierno

Carlos Duclós / La Capital

Si la necedad, como decía Cicerón, es "madre de todos los males" es posible suponer que el futuro sea desalentador para los argentinos. ¿Qué es exactamente ser necio? Es una intrincada mezcla de ignorancia, imprudencia y terquedad, compuesto a la que una violenta arrogancia envuelve sutil o no tan sutilmente convirtiéndola en un cóctel que arrojado contra otro individuo o grupo de personas puede devenir en infierno. Si se cumplieran los deseos de la señora Hebe de Bonafini, paradigma de necedad, tendríamos en menos que canta un gallo a Juan Pablo II, enfermo y todo como está, caminando por las calles de nuestra tierra, pues acaba de mandarlo al propio infierno. La amiga del presidente, como se sabe, apelando a su conocida, desfachatada y abundante verbosidad, le deseó al Papa una pronta muerte no sin antes, como si esto fuera poco, haberlo tildado de "cerdo". Después de todo si algo tiene de bueno la señora Hebe es que no oculta en absoluto sus dislates. Porque bien decía un antiguo poeta español: "No hay cosa más difícil, bien mirado, que conocer a un necio si es callado".

Y a propósito de este pensamiento, es menester discernir que hay varias clases de necedades y en consecuencia de necios. La más peligrosa es la necedad astuta del líder especulador, de aquel que pergeña sus trapisondas entre gallos y medianoche y tiene la suficiente habilidad para encubrirlas cuando aparece el sol. El necio astuto suele acoplar a la habilidad para disimular su carga de imprudencia, la persuasión. Cuando el líder necio persuade el destino del grupo puede ser fatal. Desde hace muchos años la Argentina tuvo en buena medida como conductora a la necedad persuasiva, reflejada en pensamientos, palabras y acciones. El gobierno, tal vez envalentonado por los relativos éxitos económicos logrados gracias a Lavagna, ha salido a dar batalla a cuanto crítico se le cruce en el camino sea éste el diario "La Nación", la Sociedad Interamericana de Prensa, el Fondo Monetario, a cuyo presidente lo tildó de "franquista" y lo mandó a entremeterse en las cuestiones españolas; a la Iglesia Católica, etcétera. No conforme con estas y otras actitudes, el propio presidente Kirchner, al mejor estilo de un líder de barricada, pasando por alto todo formalismo y recato, instó a realizar un boicot contra Shell. La verdad sea dicha, deben ser contados con los dedos de la mano los argentinos que no han adherido, razonable y justamente, a esta proclama. Pero se plantea el siguiente interrogante: ¿Un presidente no debe cuidar las formas y en todo caso actuar de otro modo y conseguir incluso mejores resultados que beneficien al pueblo? Un amigo que acaba de arribar del exterior decía que en ciertos círculos esta arenga presidencial primero asombró y después movió a risa y fue comparada con aquellas palabras exultantes de borrachera dirigidas a la Otán desde el balcón de la Rosada: "Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla". En rigor de verdad, han sido muy pocos los líderes que aplicaron la recomendación evangélica: "Manso como la paloma, astuto como la serpiente".

"Un rey desenfrenado arruina su país", advierte el Eclesiastés y ciertamente que es así. Por eso sería una verdadera pena que los logros alcanzados por la actual gestión nacional (aunque muy insuficientes) lejos de profundizarse se vieran afectados por atropellos inconcebibles. No fácil, claro, abstraerse de una costumbre tan argentina y que trasciende el Estado nacional para ser descubierta también en los órdenes provinciales y municipales ¿O no es una necedad andar pavoneándose de que las Naciones Unidas felicitan a Rosario mientras todo un parque se derrumba porque nadie hizo controles?

La necedad, por su propio peso, deriva en cinismo y si algo caracteriza a este mal, como decía Wilde, es que quien lo padece conoce el precio de todo pero el valor de nada. Y sin son los líderes quienes están infectados de estos virus entonces el destino de los seres humanos es el infierno social, un infierno muy parecido al argentino, un infierno como el que desea la señora Hebe para Juan Pablo II.


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