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 domingo, 20 de marzo de 2005  
El glamour, las luces y la sensualidad detrás de las cámaras
Un día en la vida de las conejitas de Playboy
Una periodista convivió con las playgirls que se preparan para un concurso y cuenta su experiencia

Jackie Isola / Revista PODER

"Tenés que ir bien depilada y con las manos hechas." Fue la única consigna. No fue tan fácil decir que sí. Siempre tuve un exceso de represión tiránica gobernada por mi infranqueable psiquis que inútilmente mi terapeuta se empeñó en destruir. No fue fácil ponerme los tacos de cinco centímetros, abrir las piernas y posar, sensual, delante de una cámara.

A primera hora de la mañana me pasó a buscar un remís que me condujo a la academia donde las Miss Playboy TV Latinoamérica 2005 se están formando. En una quinta con pileta, aire acondicionado y parque, me recibió mi bunny mother: una madrina conejita que lejos estaba de la glamorosa madama que mi mente había osado imaginar.

Con un par de años menos que yo, Natalia, así se llamaba, me extendió el protocolo que debería seguir dentro de la moderna casona. A partir de ese momento iba a ser tratada como otra playgirl.

Debía obedecerla en todo: "La ropa es la que te dan. Si no te gusta la tanguita, el color o el modelo, no me importa. Por algo te lo damos a vos", sentenció marcial. Tragué con dificultad. La lista continuaba: "Bajo ningún concepto podés estar a solas con un hombre. Está prohibido ingerir alcohol en los cuartos, drogas o realizar cualquier actividad sexual", recitaba entusiasmada.

Juan, el coiffeur, inició la ardua tarea de convertir mi pelo en un peinado a la altura de las circunstancias. Escondida en el primer camarín que había pisado en mi vida, vi cómo cada tanto entraba una asistente reclamando la presencia de alguna de las bellezas. "Necesito a Venezuela y a Colombia, en tres minutos y desnudas para las escenas de las duchas...", "México, Brasil y Paraguay, a depilación, ahora".

Como mi nacionalidad ya estaba repetida, obviamente estaba Argentina, se me ocurrió que, si me llamaban por mi barrio de pertenencia, el reclutamiento iba a estar más parejo. El problema era que Once no daba con el target Playboy. Ni Once, ni Balvanera, ni Abasto. En verdad, me resultaba patético escuchar a grito pelado: "Abasto, andá a que te retoquen los pómulos". Me resigné entonces a que se dirigieran a mi persona por mi nombre de ex primera dama, o viuda de magnate griego que, por cierto, no era poco.

Casi dos horas demandó la peluquería ensartada a base de ruleros y otros accesorios. Al salir del camarín, mis hermanas rabbit me dieron la bienvenida con la promocionada remera del animalito de largas orejas y moño ejecutivo. Con los ruleros que amagaban con escapar de mi cabellera recién ornamentada, me saqué cuidadosamente la remera que llevaba encima y comencé el lento proceso de colocarme la nueva vestimenta. En rojo y blanco, la minimusculosa tenía hasta el cuello en miniatura. O mi cabeza era demasiado grande, o la remera era muy chiquita. Quise estirar el pequeño orificio por donde se suponía debía introducir el peinado y la cabeza, pero fue inútil. El tamaño seguía siendo tan chiquito como mis pechos. Hice lo que pude. Extraños movimientos giratorios craneales e insospechadas contorsiones longitudinales lograron finalmente recibir con gloria al ansiado conejito.

Por fin nos llamaron a comer. Mi ansiedad pedía a gritos un poco de carne o algún que otro embutido a base de colesterol. Grande fue mi sorpresa al advertir que la mesa del almuerzo estaba finamente decorada de tartas y verduras. Ingenuamente pensé que era la entrada, el entremés, la picadita. Hasta que España, con inocencia, me preguntó: "¿Eso solo vas a comer?". "No, yo como poco a poco", mentí, llorando por dentro al saber que ese iba a ser mi único alimento del día. Malcriada y carnívora hasta la muerte, apenas toqué las verduras.

Tomatito con choclo fue lo que me tocó en suerte. Debí de suponerlo. Los conejos se alimentan con zanahorias, las conejitas, con sus derivados. Mi atención apuntó entonces a las frutas. Uruguay, que había estado sentada al lado mío, inició una improvisada clase de seducción. "La fruta se agarra con dos dedos, no la muerdas". Colombia y Venezuela se unieron a la lección intentando enseñarme cómo evitar que la ciruela no fuera deglutida como una hamburguesa. "Entreabrí los labios, mirá de reojo, besá la fruta pero sin besarla", me decían entre todas. Y en medio de tantas conejitas, yo seduciendo con mi típica sonrisa de feliz cumpleaños. "No abras tanto la boca. No es un aviso de crema dental", decían entre risas las chicas.

Semialimentada, mi mami rabbit me sometió a un riguroso maquillaje que incluía la lenta, puntillosa y dolorosa depilación de cejas. Cerré los ojos. Rogué que la podadora no me arrancara, además de mis vellosidades, mi divina personalidad. De alguna manera, con los años me había encariñado con esas cejas. Habían sido mías desde que nací. Y ahora, sin despedida previa, iban derecho a la basura.

El proceso del make up llevó otras dos horas pero el resultado fue sorprendente. Frente al espejo me encontré con otra mujer. Y me gustó.

Así,coloreada hasta las orejas, me llegó el turno del vestuario. Acepté sin temor la triquini roja. El equipo venía con unos tacos tamaño obelisco que jamás en mis años mozos me había animado a usar. Era la hora de posar. No había vuelta atrás. Más allá del bien y del mal, sentí que ya estaba entregada. Y en tacos y cola less.

Me zambullí en el enorme colchón de piel y plumas dispuesto para las fotos. Se me sumaron Venezuela, Brasil y Colombia. Una vez más, mis hermanas me dieron una nueva y reveladora lección. "Sacá cola, ponete derecha, el pelo hacia el costado y los pechos, bien, bien afuera, que apunten hacia delante. ¿Ves?", me decía Venezuela, mientras posaba con sus pectorales tridimensionales.

Al rato llegó mi turno. Con la ayuda de las bunnies me convertí por un segundo en su Barbie articulada: inspiré hondo para meter panza mostrando mi cola, que no quería mostrar, realzando mi humilde pechera. Me habían preparado para ser una conejita más. Me faltaba la sensualidad y la mirada hot, pero eso es un problema que ya no tiene remedio.

Hacía calor. Comencé a transpirar. Los ojos me picaban y nada podía hacer. Los deseos de restregarme y rascarme hasta extraer mis pupilas, se aplacaban pellizcando con más fuerza el almohadón corazón que tenía delante de mí.

Todo el peso de mi cuerpo se sostenía sobre mis brazos... así estuve por espacio de veinte minutos. El cosquilleo en mis manos era una leve tortura. Creo que si me amputaban alguno de mis dedos, en ese momento la anestesia no iba a ser necesaria. Y así, en posición felina, empecé a seducir. O eso creí que estaba haciendo hasta que la fotógrafa me fulminó con un "Dale Jackie, ponete sexy", dijo la muy descarada.

Cuando la sesión terminó, me saqué la triquini, a la que ya tiernamente le había tomado cariño y, con el maquillaje aún vigente, emprendí la retirada. De regreso, el remís paró en una estación de servicio. Con mi musculosa conejito y mi rostro gatúbelo me dieron ganas de "salir a pasear" y probar el efecto de ese día.

Me bajé del auto y con paso seguro y mirada atrevida me encaminé hacia el minishop. Fiel al personaje que encarné, busqué, por primera vez en mi vida, una gaseosa dietética. Me hice la indecisa, disfrutando del momento, de la atención de los hombres y del juego de ser una estrella. "Chau mamita", escuché. Sonreí para mis adentros. Quizás eso era ser una chica playboy. Tener todo el mundo a mis pies.


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Cuatro de las doce postulantes para Miss Playboy TV.

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