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 domingo, 20 de marzo de 2005  
¿Puedo tener la palabra?

Previamente quiero presentarme: soy un joven docente. Docente que día a día busca perfeccionarse, que prepara sus clases a conciencia, que se preocupa por conocer a sus alumnos y las demandas de éstos, que cree y confía en sus enormes potencialidades, que utiliza todo su ingenio a la hora de pensar estrategias que posibiliten el aprendizaje para la vida dentro y fuera del aula, que corrige y que busca evaluar con criterios objetivos, que pide perdón cuando se equivoca, que entiende que el trabajo en equipo y mancomunado trae buenos resultados, que es consciente de sus limitaciones y busca día a día superarlas. Digo con todo esto, alguien apasionado por su trabajo. Pero que hoy está rebelado, porque hay cosas que lo rebelan. ¿Es suficiente que un docente tenga como ingreso $620, o $ 700, u $ 850 para vivir dignamente? Yo digo que no. Piense en alguien que debe todos los días "levantar las persianas de su casa" y reflexione "cuánto le sale". ¿Es suficiente ese monto para pagar impuestos, alimentarse, vestirse, trasladarse, tener su casa propia, mínimas comodidades -reparar lo que se rompe- y por qué no, para festejar los acontecimientos lindos de la vida (la amistad, cumpleaños, etc.)? Y no estoy enumerando otra cosa más que lo que un hombre del siglo XXI desea o aspira de todo corazón. Y usted me puede contestar: "Hay muchos que viven con eso y viven con menos". Sí, tristísima e injusta realidad, que me duele al constatarla. Pero esto no puede consolarme ni conformarme. Porque de lo contrario, yo docente, estaría educando a los chicos en la resignación. O sea, es detener nuestro principal motor a la hora de educar: la utopía, la posibilidad de soñar con un mundo más justo, más digno, es como decirles -transmitirles- a los chicos "cuando sean grandes, resignensen, como yo lo hago, a este modelo económico perverso que sólo le cumple sueños a unos pocos". Eso sería terrible, es que sería dejarnos morir como educadores. También podrá decirme que el paro no es el camino conveniente o adecuado para reclamar porque los principales perjudicados son los chicos. Sí, en parte le doy la razón. Me duele que las puertas del colegio estén cerradas y los chicos en sus casas. Me duele no enseñar. Pero, ¿qué hacer para que nuestras autoridades nos escuchen? Bien, si no es el paro, imagine esta realidad. Dos partes que se juntan a dialogar, por un lado nuestros ministros, por el otro, los docentes. Hablan fraternalmente, cada una de las partes poniéndose en lugar del otro, con sinceridad. Los docentes no tienen la intención de arrebatarles el dinero de sus billeteras -o las arcas del tesoro provincial-, sólo que su tarea sea valorada. Los ministros quieren asegurar una educación de calidad para su pueblo, saben que para ello deben invertir dinero: en infraestructura, en sueldos, en subvenciones, en cursos de perfeccionamientos para los docentes, etc. Llegan a un acuerdo. ¿Tan difíciles esto? Se ve que sí, porque de lo contrario no se hubiera llegado al paro. ¿Cómo hacer para que nos escuchen? Yo no quiero ser rico, créanmelo. Me considero un hombre afortunado, con condiciones y que si mi principal objetivo sería aquello les aseguro que ya habría cambiado de profesión. Pero sí pido esto: trabajar -en mi querida Argentina- de lo que amo viviendo dignamente. ¿Eso es mucho?

Prof. Pablo DNI 26.835.463


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