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 domingo, 23 de enero de 2005  
Editorial:
Cuando las paredes hablan

Cualquier rosarino que recorra con un mínimo nivel de atención la geografía urbana será con seguridad consciente del estado lamentable en que se hallan numerosos muros como consecuencia del comportamiento desaprensivo de muchos ciudadanos. La deplorable costumbre de efectuar inscripciones, "graffitis" o pintadas sobre paredes ajenas convierte a la urbe en un triste muestrario de la irrespetuosidad y la incultura. Y lo más preocupante no es sólo la continuidad del fenómeno, sino la tolerancia ante el mismo que exhiben las autoridades.

Existen casos emblemáticos de atropello. Uno de ellos -acaso el más contundente- es un hospital público cuyas autoridades hicieron oportunamente confeccionar un cartel en el cual se solicitaba expresamente, y con toda cortesía, que no se ensuciaran las paredes. La respuesta de cierta gente ante el cordial pedido fue la más absoluta indiferencia: desde inscripciones con contenido político -el espectro ideológico incluye la extrema izquierda y también su nítida contraparte- hasta expresiones de carácter amoroso, pasando por graffitis cuyo significado sólo comprendían sus autores, a estas pintadas de tan disímil origen las unía su profunda carencia del más elemental respeto por el prójimo. Ciertamente, un verdadero papelón, que dio claras muestras de que la tan mentada crisis no pasa solamente por las dirigencias y abarca a una considerable cifra de ciudadanos.

Pero el hospital mencionado es sólo un ejemplo de un hábito extendido: son demasiadas las residencias particulares cuyos propietarios ya se han resignado a que las paredes sean un patético muestrario de groserías. Sencillamente, ya no las pintan más. No tiene sentido hacerlo cuando a los pocos días, o las pocas horas incluso, alguien volverá a mancharlas, gozando de completa impunidad.

Algo debería quedar claro al respecto: la severidad del castigo para tan desconsiderado comportamiento merecería ser incrementada. Así como la vigilancia al respecto. Entre las tareas que la Guardia Urbana Municipal debería cumplir cotidianamente se justificaría incluir la vigilancia sobre los muros de Rosario. Es una auténtica lástima que la ciudad, que ha dado sobradas pruebas de su pujanza durante el transcurso del pasado año, no aprenda todavía la lección de cuidarse a sí misma como debe.
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