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 miércoles, 10 de noviembre de 2004  
Editorial:
Acuerdo que crea expectativa

Después del estallido del sistema de convertibilidad, el escenario desastroso en que se convirtió la Argentina demostró el fracaso de un modelo que había incluido al país en un supuesto "Primer Mundo" para desembocar en el auge de la indigencia, el brutal aumento del desempleo y la entronización de una crisis social de magnitud hasta entonces desconocida. Sin embargo, la democracia sobrevivió sin inconvenientes al poderoso embate y el pueblo pudo producir el recambio político necesario para intentar revertir la dramática situación. Hoy el panorama es notoriamente mejor y la reactivación económica, aunque dista de haber beneficiado a todos, ya es un hecho que no se discute. En ese auspicioso marco, genera notables expectativas -y dispara esperanzas- el anuncio de un inminente acuerdo con una potencia cuyo crecimiento ha sido la "vedete" mundial en la última década: China.

Los ruidos políticos en torno del monto en juego no han contribuido a destacar la real importancia de la noticia. Sin embargo, dimes y diretes, afirmaciones y desmentidas no consiguen diluir la impaciencia reinante por conocer en detalle cuál será el contenido de lo que algunos audaces no han dudado en calificar como un "nuevo Plan Marshall".

Se aludió en principio, en efecto, a la sideral cifra de veinte mil millones de dólares. Después, funcionarios de la diplomacia del gigante asiático relativizaron los alcances de esas afirmaciones acaso sobrecargadas de optimismo. Pero de todas maneras, con el arribo -el próximo martes- del presidente Hu Jintao se aguarda que en conjunto con Néstor Kirchner hagan público un paquete de inversiones de notable trascendencia para los argentinos.

Las versiones hacen referencia a la realización de obras de infraestructura que incluyen corredores bioceánicos, proyectos en el sur nacional en compañía de la flamante empresa estatal Enarsa para buscar y explotar petróleo, el mejoramiento de la red ferroviaria desmantelada durante los años noventa y la puesta en órbita del segundo satélite argentino de telecomunicaciones.

Desde la oposición se han señalado -a veces, en tono tremendista- los potenciales riesgos que podría traer aparejados un acuerdo con nación tan poderosa, cuyo mercado de mil trescientos millones de consumidores se halla en constante expansión. Pero tal vez fuera más oportuno esperar -y sobre todo sopesar, también, las oportunidades que se abrirían- antes de efectuar críticas en tono tan severo. El país necesita, después de haber calmado en gran medida las turbulencias internas, reinsertarse en el mundo bajo un signo nuevo, opuesto al del pasado mediato. Es posible que el acuerdo con China sea un primer y valioso paso en ese sentido.
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