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 sábado, 31 de julio de 2004

Juegos olímpicos. La otra apuesta
Bielsa juega todo a ganador en Atenas

Más allá de que había tomado la decisión antes de la Copa América, y de su infortunado desenlace, el hecho de que Marcelo Bielsa conduzca al plantel argentino que afrontará los Juegos Olímpicos habla de una apuesta a todas luces valiente: la recompensa, aunque valiosa, no guarda relación con los perjuicios que llegarían de la mano de un eventual fracaso.

En realidad, pareciera que el destino le presenta a Bielsa desafíos que por un lado atañen a su ciclo al frente de los seleccionados nacionales, pero por otro lado subrayan deudas de vieja data, contraídas, por así decirlo, en tiempos de Daniel Passarella, acaso de Alfio Basile, o incluso más remotos.

Pensemos, por ejemplo, en la Copa América: los once años de sequía excedían el par de tropiezos que se habían suscitado en esa competencia bajo el mando de Bielsa.

Y si de los Juegos Olímpicos hablamos, el lastre es infinitamente mayor, aun cuando en el palmarés del entrenador rosarino conste la sorpresiva eliminación para Sydney 2000.

Que el equipo argentino de fútbol jamás haya ganado la medalla dorada, que en rigor las medallas doradas les sean sistemáticamente esquivas a los deportistas de este confín del globo, y no desde ayer, multiplica cargas y responsabilidades.

Y en este sentido, justo será consignarlo, Bielsa interpreta de modo cabal el clamor popular hasta asumirlo en palabras y en actos: lleva a Grecia una formación compuesta por la mayoría de los jugadores que acaban de competir en Perú, vale decir, un seleccionado clase A.

Y éste, desde luego, es un dato primordial, que en la misma medida que cifra expectativas y sugiere posibilidades, revela sus costados más antipáticos y más inquietantes: es Argentina y no otro, el claro favorito a llevarse el premio mayor.

En este punto son tantos los elementos contantes y sonantes, palmarios, irrefutables, que huelgan las expresiones de deseos, las segundas intenciones, los rebusques: no habrá en Atenas otro plantel capaz de ostentar un bagaje semejante, ni siquiera aproximado.

¿Y entonces? Pues entonces, que se parte de un piso alto, de una inversión mayúscula en consonancia con una aspiración de máxima, y de allí que se presuma, con asidero, que menos de la medalla dorada todo sabrá a poco y que, salvo circunstancias excepcionales, imposibles de imaginar hoy, cualquier otra posición en el podio será mirada con desdén.

Ni hablar si llegara a quedar en el camino en un grupo compartido con Serbia y Montenegro, Túnez y Australia. ¿Hasta dónde llegarían los ecos de la repulsa?

Bielsa lo sabe, bien que lo sabe, pero en lugar de privilegiar su situación personal, de preservarse, de refugiarse en un retiro táctico, da la cara, toma las riendas con firmeza y se somete a las consecuencias.

¿Otros, en su lugar, no hubieran delegado la conducción del plantel a un adiestrador alterno o de juveniles?

Quien se pusiera en abogado del diablo podría afirmar, eso sí, que antes que una muestra de coraje el rumbo elegido por Bielsa expresa su necesidad de conquistar un título, de ganar algo, y por añadidura de embellecer su imagen pública y de remontar un barrilete que hasta hace no tanto parecía irremontable.

Admitida esa objeción, sin embargo, cabría preguntarse si de igual modo no sería legítimo que alguien que en general no goza de una consideración positiva se interne en arenas de las que no es seguro, ni mucho menos, que alcance a salir indemne.

Después de todo, analizar rigurosamente el cometido de Bielsa no supone omitir o relativizar sus honestos esfuerzos en pos de ser cada día mejor. (Télam)

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