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 sábado, 31 de julio de 2004

Kirchner y la oposición

Juan José Giani

Hace algunos años protagonicé una amistosa polémica con un notable cientista político rosarino, actualmente radicado en la Capital Federal. El título de aquella contienda argumental bien podría haber sido: "¿Qué significa pensar?"; o puesto en términos más precisos, "¿Cuál es la manera más fructífera de pensar?". Mi amigo sostenía allí que la profundidad de la razón debía operar en el ámbito de lo general, detectar las regularidades, las marcas de continuidad, subsuelos de lo real que rigen la lógica estable de los acontecimientos, núcleos invariantes que permanentemente emergen para reducir los márgenes de novedad, incertidumbre o desamparo conceptual. La mirada inteligente, entonces, es la que no se deja encandilar por la diferencia menor, por el matiz irrelevante, por el detalle empíricamente rutilante pero cognoscitivamente accesorio.

Como contraparte, creí conveniente en el contexto de aquel debate reivindicar un pensamiento segmentado, atento a lo particular, predispuesto a destacar las modulaciones de la historia, timbres cambiantes del mundo que abastecen una mayor riqueza de la praxis. Tanto más en la política, donde la sabiduría táctica y la repentización que exigen las intrincadas pasiones humanas requieren de teorías consistentes pero esponjosas, rigurosas pero proclives al dato imprevisto. La mirada inteligente, entonces, es la que no se deja adormecer por el largo plazo, la que tiene algo que recomendar a las prepotencias del día a día. Ambos contendientes sabíamos (y sabemos) que la doctrina adecuada surge de un equilibrio tan imprescindible como artesanal, de un ejercicio intelectual que desdeñe tanto el imperio de la coyuntura como la obcecación doctrinaria y el formalismo moral.

El tema puntual que motivó el encontronazo explica los énfasis. Mi amigo procuraba demostrar en cuánto algunos de los entonces opositores al menemismo quedaban presos de su lógica cultural más profunda (lo que invitaba a repudiarlos). Yo me inclinaba a diagnosticar que su intransigencia ético-política nos

confinaba a una absoluta impotencia práctica (lo que favorecía que el oprobioso neoliberalismo vernáculo continuase haciendo de las suyas).

En el marco de un sistema político los actores que en él se desempeñan suelen adoptar un posicionamiento básico. Son oficialistas u opositores. Esto es, si comparten los valores y emprendimientos del Ejecutivo de turno adscriben a la primera clasificación, y si los rechazan resultan revestidos por la segunda. A fuerza de sencillez sinóptica, este esquema binario pronto deja ver sus dificultades para albergar los abundantes grises que caracterizan a la política. Oficialismos críticos y oposiciones razonables emergen entonces como figuras atenuadas, aptas en principio para encuadrar con superior precisión las simpatías no genuflexas o la discrepancia desprovista de necedades. En cualquier caso, cómo ubicarse frente a los tiempos que diseña la acción ejecutiva organiza el escenario político en cada circunstancia histórica.

¿Cómo debe situarse la centroizquierda frente a la gestión del presidente Néstor Kirchner? He aquí el punto. De otra manera: ¿cómo desplegar con eficacia estrategias propias de cara a un gobierno que autoriza sintonías ideológicas pero se alimenta de una sospechosa base de sustentación partidario-electoral? En su momento y puesto a elegir, Kirchner desdeñó integrar una potente coalición progresista e ingresó a la Casa Rosada de la incómoda mano del peronismo bonaerense. El código genético autoriza así suspicacias.

Con un primer mandatario poco afecto al arte de la consulta y gobernando aferrado a su núcleo más íntimo de confianza, a la centroizquierda el rol de oficialismo se le torna inviable. Dilapidaría identidad sin percibirse hasta hoy mecanismos nítidos para canalizar el desacuerdo sensato, el distanciamiento cordial, la proposición enriquecedora. Para protagonizar oficialismos, sean enfáticos o moderados, se requiere participar de una construcción institucional colectiva que hoy despunta huidiza, renuente.

La prédica opositora, apocalíptica o responsable, deviene a su vez un desatino. Parece indudable que, tras agobiantes años del más funesto neoliberalismo, el gobierno nacional se esmera en desplegar un conjunto sostenido de acciones orientado a desactivar y/o revertir los efectos de la tempestad menemista. Renovación de la Corte Suprema, pase a archivo de las "relaciones carnales", combate franco a las huellas del genocidio y entereza para pulsear frente a la presión del establishment económico marcan el intento (precario pero tangible) de edificar un proyecto de país con aspiraciones de dignidad. Más allá de cada iniciativa puntual, con independencia de logros y deudas, se advierte, digamos, otra disposición, otro temperamento axiológico-cultural que amerita ser acompañado.

Es obvio que no hay registro de gobiernos impecables. Siempre son detectables flancos débiles; llámense claudicaciones, omisiones, impericias, demoras. El oficialista las disimula mientras procura revertirlas, el opositor las denuncia para ser votado en el próximo turno como sustituto adecuado. ¿Qué esperar aquí y ahora de la centroizquierda? Pues que ejerza la inteligencia, en el sentido mentado al inicio de este comentario; teniendo la destreza suficiente para amoldarse al hecho singular, al episodio raro que nos presenta la Argentina de principios de siglo. Rehuyendo por tanto el plácido aunque rutinario dilema oficialismo-oposición. Transitando un sendero que podríamos denominar colaboración desde la diferencia.

Frente al error o la agenda incompleta, involucramiento afable y recetario alternativo. Frente a los acosos revanchistas de la derecha, solidaridad ideológica. Frente a las tentaciones del autismo presidencial, exigencias de una coalición de gobierno purificada de los impresentables que pululan en el Partido Justicialista.

La transversalidad no puede ser, por tanto, apenas un conglomerado de intendentes exitosos y programáticamente afines, ni un club de amigos del presidente, sino el continente estratégico de un nuevo sujeto político que sepa anudar una alianza estable entre el peronismo transformador y la izquierda sensata.

El sectarismo profético, la indolencia organizativa y el narcisismo de las pequeñas diferencias, tan caros a la prosapia de centroizquierda, habilitan en definitiva un panorama negro para el sistema político argentino: Kirchner pactando con los menemistas conversos un reaseguro de gobernabilidad, la centroderecha aprovechando sus inconsecuencias y el peor radicalismo procurando resurgir de sus bien merecidas cenizas.

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