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 sábado, 31 de julio de 2004

Universidad: el ingreso irrestricto en terapia intensiva
Matrícula y calidad en la enseñanza, otra vez en el centro del debate

Las recientes declaraciones del ministro de Salud de la Nación Ginés González García, quien afirmó que Argentina "no tiene que tener más médicos, sino mejores", recalentó la olla de un conflicto que acecha sobre las facultades de Medicina del país.

Si bien no es la primera vez que un funcionario del gabinete nacional sugiere la necesidad de limitar el ingreso universitario, la voz del ministro de Salud se suma a la posición que sostienen la mayoría de los decanos de Medicina de las universidades nacionales, que vienen desde hace rato pujando por limitar explícitamente la matrícula nacional de esta carrera.

En rigor, desde hace algunos años se viene instrumentando en varias facultades del país una "ingeniería" que, mediante un examen de ingreso, instaló un cupo implícito o "virtual" (consistente, según padres y alumnos, en la elevación del grado de dificultad de los exámenes) que trajo como resultado una merma considerable en el ingreso anual de miles de estudiantes.

Así, la postura de González García se une a la de algunos protagonistas de la educación superior, como el decano de medicina de la Universidad Nacional de Córdoba, Oscar Willington, que promueve lisa y llanamente la aplicación de un cupo de ingresantes, vaya paradoja del destino, justamente en la misma universidad donde se gestó la Reforma del •18, que colocó como pilar fundamental de la educación superior el ingreso irrestricto, junto al cogobierno y la gratuidad de la enseñanza.

Ante esta realidad, muchos opinan que es hora de dejar de esconder el polvo debajo de la alfombra y transparentar, de una vez por todas, que las facultades no tienen la capacidad para formar más que un mínimo número de médicos al año.

Pero la carencia de recursos (edilicios y humanos) no es el único argumento que esgrimen los impulsores de los cupos. También afirman que en el país sobran médicos en relación a la cantidad de plazas hospitalarias, aunque otros informes alertan la mala distribución de los médicos a nivel nacional, y la ausencia sanitaria en determinadas zonas del país.

Así, el desafío, que avizora un nuevo conflicto a mediano plazo, plantea nuevamente la posibilidad de superar, o no, la dicotomía entre calidad y masividad. "¿Cuántos estudiantes tiene que tener una universidad para seguir siendo considerada una buena institución?", sentenció hace algunos años el ex Ministro de Educación Andrés Delich. Hoy, a casi 3 años de aquellos dichos, ya hay varios que se animan a ponerle una cifra a esa pregunta.

Pero si "lo masivo" atenta contra la calidad de la enseñanza, ¿qué estrategias se piensan para evitar que la única salida sea sostener una enseñanza de calidad exclusiva para unos pocos? Y además, ¿Cómo hacer frente a la necesidad de una planificación universitaria que responda a los intereses del desarrollo nacional sin coartar la inclusión de miles de jóvenes que pretenden ingresar a los estudios superiores?.

El debate sobre el ingreso universitario gana nuevamente el centro de la escena, aunque en los hechos desde la vuelta a la democracia en el •83, fue, junto con el financiamiento educativo, los temas de fondo sobre los que más se discutió. Pero además del replanteo a nivel social, la posible instalación de un cupo de ingreso obliga a las universidades a una profunda reflexión, en la que necesariamente participen todos los actores que las componen, pues son éstas, en función de su autonomía, quienes en definitiva tienen la capacidad de aplicar y optar para sí una política consensuada de ingreso.

(*) Comunicador social.

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Nuevamente se discute sobre la política de la llegada de estudiantes a la universidad.

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