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 domingo, 28 de marzo de 2004

Panorama político
Primer zafarrancho de combate

Mauricio Maronna / La Capital

¿Las chispas que se cruzaron el viernes Cristina Fernández de Kirchner e Hilda Duhalde precipitarán un incendio que destruirá la ya de por sí astillada unidad justicialista o servirá para que se levante una inmensa cortina de humo que tape la insensatez, la desmesura y la imposibilidad dirigencial de dejar de mirar con los ojos en la nuca?

Los episodios escandalosos que se vivieron el viernes en Parque Norte volvieron a poner sobre las tablas una pésima obra que se padece desde allá lejos y hace tiempo: el destino del país dirimiéndose en una interna justicialista.

El presidente de la Nación, Néstor Kirchner, y su antecesor, Eduardo Duhalde, prefirieron esconderse bajo el ropaje de sus esposas para dar una pelea verbal cargada de vulgaridades, extravagancias, provocaciones e insultos, mientras los muchachos peronistas pura sangre enrojecían sus gargantas para despotricar contra quienes consideran portadores de un virus destinado a borrarlos del mapa: la transversalidad.

La provocación se inició de boca del gobernador santacruceño, Sergio Acevedo, quien cruzó a José Manuel de la Sota una vez que el cordobés cosechó una estruendosa ovación por su discurso de reivindicación a los militantes peronistas muertos durante la dictadura, y a José Ignacio Rucci, asesinado por el grupo Montoneros el 25 de septiembre de 1973. "En nombre del peronismo se está justificando el terrorismo de Estado. Rucci no hubiera permitido que se votaron las leyes laborales que se votaron", bravuconeó el ex jefe de la Side. "Que se vaya, que se vaya", le respondieron al unísono desde el auditorio.

Después llegaría el insólito cruce por portación de apellidos entre Chiche y la primera dama, las Chicas Superpoderosas. "Vos servís para gastarte la guita en ropa y para mandar a apretar periodistas, traidora. Gracias a nosotros estás en Olivos", vociferó un congresal bonaerense, antes de que un enviado santafesino le tapara la boca con la mano derecha.

La renuncia de Cristina Kirchner, Acevedo, Mario Das Neves y José Alperovich a los cargos partidarios instaló la sensación de que el peronismo finalmente se partió, y que el santacrcuceño iza las velas en rumbo de los transversales que lo esperan en la centroizquierda con las manos abiertas.

La opción, en todo caso, no es novedosa. Le fue sugerida al presidente hace algunos meses por su intelectual de cabecera, José Pablo Feinmann: "No sos peronista. Sería un gravísimo error ser apenas peronista. Vos sos mucho más". El consejo fue escuchado y antes leído atentamente por el jefe del Estado, que ya siente una animadversión irrefrenable hacia los gobernadores que le cuestionaron mediante una solicitada su abrazo con Hebe de Bonafini y el veto para estar presentes en el pase a retiro de la Esma.

Los dirigentes del PJ que acusaron a Bonafini de haberlos "discriminado" cayeron en un mix de infantilismo e hipocresía que no resiste ningún análisis profundo. La titular de Madres de Plaza de Mayo logró su objetivo porque Kirchner la respaldó y ninguneó a la dirigencia peronista. "Es lo mismo que cuando le echaban la culpa de todo a María Julia y a Adelina de Viola y salvaban a (Carlos) Menem", le dijo a La Capital un legislador que cree que al sureño "se le soltó la cadena" y que lo único bueno del congreso (en un exceso de optimismo) es "que de ahora en más (Jorge) Obeid y (Carlos) Reutemann estarán juntos".

El día después de que la Esma se convirtiera en Museo de la Memoria, varios analistas políticos de los diarios de mayor circulación de la Argentina cayeron en el error de no distinguir entre un acto de estricta justicia y reparación histórica (algunos olvidaron que en la Escuela de Mecánica de la Armada se torturó, se robaron bebés y se destinaron prisioneros hacia los vuelos de la muerte) con el espectáculo bizarro y sobreactuado de ordenarle ante miles de cámaras al jefe del Ejército que retire, subido a una escalerita, los cuadros de los dictadores Jorge Videla y Reynaldo Bignone.

Kirchner se esmeró en que nadie le birlara el protagonismo central, pero en pos de ese objetivo cometió también la torpeza y la irrespetuosidad de acusar a todos los políticos de no haber hecho nada por los derechos humanos desde la posdictadura.

Antes de que estallara la pelea de las presumidas Rosas Luxemburgos de Kirchner y Duhalde, fue revulsivo contemplar la violencia verbal de algunos diputados oficialistas (el caso más patético fue el de Miguel Bonasso, insultando de la peor manera por televisión a un legislador de la centroderecha) y la reivindicación tácita del terrorismo de Estado de parte del elenco estable del nacionalismo ultramontano.

Cuando un grupo de personajes cargado de rencor sigue inmerso en la decadente costumbre de categorizar a la violencia de "buena o mala" según sus posiciones ideológicas, ningún horizonte diáfano puede alumbrar en lo inmediato. Mucho menos cuando la mayoría de la sociedad está harta de oír las mismas cantinelas y se muestra a años luz de desear el reverdecer de la intolerancia.

"Es lo mismo de siempre pero con música progre", diagnostica, chispeante, la revista "Enfoques" (ligada al Partido Comunista) sobre la marcha de la gestión de gobierno.

"Las instalaciones de la Esma no fueron solamente liberadas a propósito y sin custodia por las autoridades nacionales a los insultos y ladronerías de los defensores de los derechos humanos; fueron antes abandonadas por los almirantes que tenían la responsabilidad de preservar en ellas el honor de nuestra Marina de Guerra", castiga editorialmente en su portada del viernes pasado el diario La Nueva Provincia de Bahía blanca, conocedor más que nadie del pulso militar.

A 28 años del último golpe de Estado, la sinrazón, y la tentación de hacer callar al otro por la fuerza constituyen un pésimo síntoma en un país que jamás podrá salir adelante sin un baño de sentido de común.

Cada gobierno, desde el 83 hasta hoy, quiso "refundar la Nación", "construir la nueva historia" o "desterrar el pasado ignominioso". Resulta curioso que algunos funcionarios que ahora pretenden erigirse como el ejemplo del "hombre nuevo" intenten resetear sus propios pasados como piezas clave de los mismos gobiernos que ahora denostan. ¿O Alberto Fernández no fue menemcavallista?

Mientras las palabras intentan anestesiar la realidad, 11 millones de pobres deberían pesar más que cualquier anécdota en la conciencia de quienes ocupan algún espacio de poder. Ninguna mente iluminada está en condiciones de sacar por sí mismo de la marginación y la indigencia a un ejército de desocupados que sufren en carne propia el tiempo que pasa demasiado rápido.

Mientras kirchneristas, duhaldistas, menemistas, radicales, aristas, liberales e izquierdistas (y siguen las istas) están ocupados haciendo otra cosa y la vida es lo que pasa, el futuro no podrá traer más que malas noticias. Aunque dentro de pocos días se venga el encuentro reparador de Kirchner y Duhalde, habrá que coincidir con esa estupenda canción que dice que el futuro llegó hace rato, al menos en la Argentina. Es hora de gobernar.

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