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 domingo, 08 de febrero de 2004

Nota de tapa. De regreso
Volver a casa, la mejor forma de pasar las vacaciones
Es la elección predilecta de los estudiantes del interior y los emigrados:disfrutar del verano con los seres queridos y los amigos que quedaron lejos

Virginia Fornillo

Según la definición del Diccionario de la Real Academia Española, las vacaciones marcan la "suspensión de los negocios o estudios por algún tiempo". Sin duda alguna, no se despegan de la idea de veranear, es decir de pasar el verano en alguna parte. Es así como Mar del Plata, Punta del Este o Villa Carlos Paz se convierten en los centros multimediáticos, cuyos paisajes aparecen como los escenarios preferidos, por la gran mayoría. Pero lejos de tanta frivolidad glamorosa, que acapara a esta concepción tradicional del receso veraniego, existe otra mirada de las vacaciones, mucha más profunda e íntima, que tiene como protagonista a nuestro querido "hogar dulce hogar". Porque este es el lugar que eligen los estudiantes del interior, una vez finalizados los últimos exámenes, y la nueva "clase social" de estos tres últimos años, los emigrados argentinos, quienes regresan para saludar y visitar a sus familias.

Así, desde diciembre, estos dos fragmentos sociales convergen en una misma manera de vacacionar que los lleva de regreso a disfrutar de sus orígenes, ya sea hasta el mes de febrero, para los universitarios, o como un "paso fugaz", breve pero intenso, para los expatriados. Aquí testimonios que revelan el significado de esa fiesta de emociones, que se vive estando de vacaciones en casa.


Recreo universitario
Con el arribo de enero en el almanaque, la imagen de millones de estudiantes, cargados de enormes bolsos invadiendo atropelladamente la Terminal de Rosario, queda instalada como una instantánea de Polaroid. Un cuadro perfecto, en el cual todos imaginan el sonido de un timbre, que indica la "vuelta al pago" y el llamado al receso para tanta ansiedad y expectativa, después de un largo año en compañía de los libros.

Sin duda, la cara inversa de aquel sabor amargo del primer despegue del hogar, y por ende de la llegada a Rosario, para "hacerse la experiencia" en el mundo universitario. El elemento infaltable de la emoción, en llantos y abrazos de familiares y amigos, acompaña a esa primera salida en ómnibus, haciéndola la más larga y dramática de todas.

De ahí que para muchos, como el tucumano Nicolás Font, estudiante de tercer año de Comunicación Social, "la partida parecía tan rotunda que el espanto y la alegría se mezclaban constantemente". Porque detrás de tanto dolor, estaba el miedo y la incertidumbre por un cambio que se avecinaba inevitablemente. Así lo define Mauro Bertone, recordando el día en que abandonó su Elisa natal: "era como una bisagra, como una vuelta de página en tu propia historia".

En fin, es por eso que para los estudiantes no hay nada mejor que el reencuentro de fin de año con sus pares. Si bien deben soportar "la previa" de esos últimos exámenes, ellos ya están listos para lanzar , indudablemente, el famoso suspiro de "¡Qué alivio, otra vez en casa!".

Pero existen particularidades a la hora de volver cada año. Muchos optaron por cargar con un matiz especial, al regreso del 2003. Tal es el caso de Ezequiel Viceconte, de Concordia, quien define con firmeza a este último retorno como "el mejor de todos", por lo que agrega: "este año me volví lleno de proyectos para cumplir en el verano". A diferencia del "uruguayo" (como conocen a Ezequiel en los pasillos de la Siberia), el eliseño Bertone, revela que en comparación con otros años esta vez "al estar más asentado en Rosario, regreso a mi casa, anhelando volver más pronto a la gran ciudad". Distintas circunstancias del proceso de la vida universitaria podrán variar las maneras de encarar todos los años el retorno a "la tierra", sin poner en duda que las ganas por ver a la familia y los amigos son el motivo fuerte para recibir con alegría ese descanso.


Vacaciones hogareñas (I)
Recibir el cálido abrazo y los "pegajosos besos" de "la vieja", tirar el bolso, repleto de ropa sucia por ahí y lanzar un mandato de órdenes, que reclamen, por ejemplo, por la comida preferida, son sólo algunos de los más comunes indicios de que "la nena o el nene han llegado a casa".

Y ni hablar de las preguntas que rondan los primeros días: "y ¿cómo te fue, mamita?" o "¿qué te pasó que estás tan cambiado?". La primera, torturadora para algunos, bienvenida para otros. La segunda, alusiva a los cambios, que produce una ciudad "multifacética" como Rosario y que repercuten de muchas formas en esa estadía tan placentera. Cambios en hábitos que pueden devenir en un problema de readaptación al hogar tras la larga ausencia o resultar positivos en otros casos .

En definitiva, los entretelones con los que se encuentran los jóvenes universitarios, a lo largo de la estancia en sus pagos, sean buenos o no, son inigualables, porque inevitablemente son parte de ese crecimiento personal que les toca vivir. De ahí, los sentimientos que surgen en el momento de definir a esas vacaciones tan particulares en el ambiente familiar.

María Esperanza Serur, de Concordia, estudiante de Ciencias Políticas, diría que "son descanso primero, para devenir en cansancio después". Ella, chica de fuertes ideales, siente un "enorme alivio al estar en casa" pero dice que es poco duradero porque enseguida reniega de las indicaciones de sus pares. En cambio, hay quienes ven en esta ocasión un momento para "repreguntarse cosas". Para detenerse ante todo aquello que aparentemente sigue igual, pero que en el fondo está mutando y nadie lo ve. Palabras como las de Font lo describen a la perfección: "es conocer un nuevo lugar que te da confianza, calorcito humano y calor del clima, porque Tucumán quema".


Sed de patria
No cabe duda que veranear en casa es una divina tentación. Y más aún en estos tres últimos años, en donde se ha convertido en un "trofeo deseado", gracias al nuevo fenómeno que nos acompaña, en los noticieros, artículos periodísticos, Internet y hasta en la literatura: "la emigración argentina". Base constitutiva de nuestra nacionalidad, trajo la paradoja de que este país, primero tierra prometedora para millones de inmigrantes, con el tiempo se ha convertido en el escenario de cinco exilios, siendo este último el más numeroso de toda su historia.

Increíblemente, una lista de motivos fue empujando, cada vez con más intensidad, a una cantidad masiva de hombres y mujeres a colocarse el cartelito de viajero/a y a hallar en los aeropuertos de Ezeiza o Fisherton las únicas salidas a las respuestas de sus necesidades. Se sabe que encabeza la lista "el sentimiento de no tener un lugar donde desarrollar un futuro de acuerdo con las expectativas, ambiciones y deseos personales", tal cual lo vivió Hernán Filippini ( o "el Pela" para los amigos), ese 22 de agosto del 2001, al partir rumbo a Zaragoza, España. De esta causa, se desglosan otras como la obtención de becas para estudios o la chance de concretar alguna que otra "aspiración artística o deportiva".

No obstante, a pesar de toda la desilusión, tristeza y bronca, por la que han tenido que pasar los protagonistas de esta realidad al pisar tierra extranjera, la emigración del 2001 cuenta con una salvedad: ofrecer una puerta abierta para volver en cualquier momento, lo que la aleja, indudablemente de aquel retorno prohibido de la última dictadura militar.

Efectivamente, en este verano 2003/2004, un alto porcentaje decidió hacer sus valijas para compartir unas mini-vacaciones. Algunos de los que eligieron este camino afortunadamente coinciden en encontrar "un optimismo en el aire" que, por momentos, les devuelve la esperanza de una estadía permanente. Guillermo Bancchini, quien reside en Los Angeles hace ya cuatro años, tras obtener una beca para un posgrado en Arquitectura, asegura que de los tres regresos que tuvo, "este es diferente".

"A la gente se la ve caminando con otra cara; como si se respirara otro ánimo", dice el también ex jugador de Rugby de Logaritmo. Lo mismo opina Juan Pablo Nardone de 24 años, un rosarino que se fue "luchando por la danza" y que en estas fiestas se encontró "con una calle San Luis repleta de gente, comprando y llena de bolsas".

Pero más allá de los vientos de esperanza con los que se hayan topado, este reencuentro con la Patria ofrece un rico cocktail de anécdotas, mateadas, asados, y por sobretodo, sorpresivas situaciones cotidianas, para saborear entre todos. Como la sorpresa que le dieron los amigos a Leandro Cerrudo, jugador rosarino de rugby del Parma desde el 2000, en su reencuentro este verano: "decidieron quedarse los quince días conmigo. Y así fue, vacaciones rosarinas también para ellos", confiesa alegremente.

A su vez, "regresar al nido" repercute, fuertemente en la familia, especialmente en los padres. David Glikman, secretario general de la Asociación Lazos, dedicada a la entera contención de Padres con Hijos en el Exterior, confiesa que la última vuelta de su hija Liza, actualmente viviendo en Andorra, "fue corta pero movilizadora".

"Hicimos en tres días, lo que hago con mi otra hija en tres años", dice entusiasmado, agregando que "Vodka", el perro de la familia también se vió trastocado por la visita. "Cuando se fue Liza, simplemente enloqueció".

Vivencias que desfilan por esos días felices y que, en el fondo, no pueden frenar la llegada de otra despedida. "Ahí, cuando se vuelven de vuelta, a veces, el golpe es más duro que antes", dice Glikman, definiendo el sentimiento generalizado de los padres.


Vacaciones hogareñas (II)
El viejo y sabio Aristófanes decía : "la patria de cada hombre es el lugar donde mejor vive". Y eso es algo de lo que los emigrados, inauditamente, están cada vez más convencidos, tras estar pasando una experiencia como la de vivir afuera.

De hecho, frases como "Ningún paraíso", o "Fantasía irreal", llegan a nuestros oídos, colocando en tela de juicio las posibilidades concretas y firmes de tener una mejor calidad de vida allá en el Primer Mundo. Gabriel Sauro, un "abrazador de la cocina", como él se define, relata su impresión al arribar a París: "fue un click llegar y darme cuenta de que nos hacen creer que del otro lado está la fiesta".

Por eso, para Patricia Argüelles, es importante advertirles a "aquellos con ansias de irse" que "no lo hagan". Esta pelirroja rosarina con acento español ya incorporado emigró con su esposo en 1989, plena época inflacionaria, "tan sólo a probar". Y es hasta el día de hoy que no duda en confesar que si tuviera que retroceder catorce años atrás, no volvería a irse.

Sin embargo, al margen de los sinsabores del transitar de estos viajeros, cada uno va armando su propia postal para llevarse en la partida la intimidad de un veraneo siempre inolvidable. Hernán Haimovich, que vive en Australia desde el 2002 tras obtener una beca para un posgrado en Medicina, no duda en imaginar la postal de "sus vacaciones en casa" como "una vorágine de asados y porrones, con muchos amigos y la familia". Otros se sienten "raros" al darse cuenta que están vacacionando en su "lugar de tantos años", pero así y todo no se arrepienten de haberlo elegido. "Yo me crié en el Paraná, y como paso tanto tiempo extrañándolo, no lo compararía en estos días ni con la costa azul", dice Leandro Cerrudo.

Y finalmente, están los que alguna vez sintieron el miedo de haberlo perdido todo, como "el Pela", quién con el paso del tiempo, descubrió que la manera correcta de "pintar" una estadía como ésta es "como la mejor forma de recordar que los años vividos ahí no se pierden por el hecho de irse".

No cabe duda de que, a la hora de descansar y salir de la rutina, un paisaje paradisíaco parece ser la mejor opción. Ahora, cuando la necesidad de afecto sobrepasa a un simple placer turístico es porque buscamos la calidez de lo conocido, lo arraigado. O, tal vez, como Diego Melamed lo expresa en su libro "Irse", "el refrescante calor de poder ser de un lugar único sin estar en un único lugar".



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