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 domingo, 25 de enero de 2004

La otra ciudad
Cementerios: Las formas de la vida después de la muerte
Contracaras silenciosa de la urbe, en El Salvador y La Piedad los afectos y el recuerdo hacen presentes a los que no están y reafirman la continuidad de la existencia

Ivana Romero

Los cementerios en Rosario conviven con el resto del tejido urbano de una manera apenas perceptible, pero contudente. Semiocultos detrás de los muros, proclaman con desfachatez que la muerte es un lugar común. En tono más sutil, indican que el entramado de memorias y signos que los constituyen son reflejo de las ciudades que los amparan.

El Salvador y La Piedad son los dos cementerios municipales. Si bien el primero es considerado como el más viejo, también el segundo es de gran antigüedad.

El primer cementerio de la ciudad fue un camposanto ubicado en el terreno que rodeaba a la Iglesia, situada en la misma manzana donde hoy se halla la Catedral. En ocasiones, la inhumación se realizaba dentro del lugar, como puede inferirse de las lápidas que existían en la antigua iglesia o por los restos humanos descubiertos al efectuarse los primeros trabajos de ensanche, en 1882.

Cuando a Rosario se la declaró ciudad, en agosto de 1852, el cementerio estaba situado sobre la barranca del Paraná, en la manzana comprendida hoy por las calles Corrientes, Paraguay, Jujuy y la prolongación imaginaria de la calle Brown.

Finalmente, El Salvador se habilitó el 7 de julio de 1856 aunque obtuvo su nombre años más tarde, en 1891, por decisión del intendente Gabriel Carrasco. Los orígenes de La Piedad son más difusos. Se sabe que las primeras lápidas son de mediados de 1850. Las comunidades inmigrantes -que luego conformarían el complejo mosaico de clases medias en la ciudad-, fueron las que comenzaron a enterrar sus muertos allí.

En aquel tiempo se prefería ubicar a los cementerios lejos del poblado invocando argumentaciones higienistas. Sin embargo, la expansión urbana debió incorporarlos como parte del paisaje. Hoy las 11 hectáreas y media de El Salvador se encuentran rodeadas por avenida Francia y por la calle Ovidio Lagos. Las 31 que ocupa La Piedad están divididas por Provincias Unidas: 24 de un lado y otras siete si se cruza la avenida.

El Salvador se erigió como un cementerio monumental por influencia de tradiciones arquitectónicas y urbanísticas europeas, especialmente francesas. No casualmente su estructura es similar a la del cementerio de Montparnasse. Pronto, en El Salvador las modestas lápidas comenzaron a reemplazarse por amplios mausoleos familiares, que en Rosario se popularizaron desde fines del siglo XIX. En La Piedad estas construcciones fúnebres conviven con tumbas perpetuas, un tipo de estructura ahora en desuso que permitía ubicar hasta cinco nichos bajo tierra, uno debajo del otro. Y también con enormes áreas de sepulturas bajo tierra.

Con sus vías principales y laterales, sus solares, sus monumentos, su prosapia y sus nombres anónimos, las ciudades de los muertos son la contracara silenciosa de las que habitan los vivos.


El lenguaje del dolor
En el centro de El Salvador se levanta un viejo mausoleo cuyas puertas ya están clausuradas. Tiene un torre coronada en punta con restos de mosaicos azules. "A esa torre la quebró una centella, una noche de tormenta hace ya varios años", apunta uno de los cuidadores.

Lejos de historias espeluznantes, es posible atravesar mansas callejas para encontrar la docena de tumbas en tierra que todavía se conservan en el lugar. En medio de construcciones magníficas aparece, por ejemplo, la modesta sepultura de un irlandés fallecido en 1894. La lápida está labrada en inglés con el nombre del difunto. Sobre un costado alguien depositó un ramo de flores frescas.

Las imágenes de la muerte traducen la actitud de los hombres en un lenguaje que no es sencillo ni directo, sino llenos de astucias y desvíos. Por eso es difícil para el visitante ocasional descifrar el significado exacto de la iconografía de estos sitios.

Como en La Piedad, abundan las urnas, las cruces, las columnas truncas, las flores y guirnaldas talladas en bajorrelieves. También las frases en latín que aluden al descanso perpetuo: requiem aeternam, requiescant in pace, molliter ossa cubent.

Los nombres de las familias tradicionales están inscriptos en el frente de panteones que combinan mármol, granito y hierros forjados, con diseños inspirados en el art noveau. En los frentes o a los costados, estatuas dolientes acompañan el sufrimiento de los deudos o guían el alma del difunto hacia el más allá. Algunas languidecen sobre las escaleras.

Los ángeles se treparon a los techos. Allí rezan, montan guardia eterna o piden silencio para que los muertos descansen. Es llamativo: las figuras que representan al Angel de la Muerte son andróginas, y están cubiertas por túnicas atadas con nudos. Así parecen indicar que la muerte es más poderosa que otras circunstancias -en este caso, las que refieren a la sexualidad- y que, en consecuencia, todas ellas le deben tributo. Muchos de estos trabajos fueron tallados por el milanés Luis Fontana, algunos en colaboración con Juan Scarabelli.

Los nichos son una invención relativamente novedosa, que se incorporó al comprobar que el número de inhumados iba en aumento. La parte antigua alberga en total tres pisos de nichos en galerías. En el sector moderno, hay un piso más. A todos ellos se puede acceder a través de escaleras o ascensores. Si bien están divididos en prolijos números y secciones, de cuando en cuando se producen confusiones. Por ejemplo, cierto señor visitó durante años la tumba de una persona amada. Una mañana encontró el nicho vacío. Luego de su reclamo ante las autoridades, se constató que el señor había visitado el lugar equivocado. El número era el correcto, sólo que el nicho en cuestión estaba ubicado un piso más arriba.

Graciela Ramos, directora de El Salvador, observa que los visitantes son muy exigentes en cuanto a los detalles de limpieza y cuidado. La pulcritud también se traslada a los gestos que aquellos despliegan. Ramos comenta: "Las muestras de los deudos son recatadas, nada escandalosas. En el momento de la inhumación, casi nunca hay explosiones de llanto aunque sí se evidencia el dolor, especialmente si la persona que fallece es joven. De todos modos, quien llega aquí está en una situación emotiva muy fuerte y somos nosotros, los empleados, quienes debemos mantener la calma. En este trabajo es difícil sustraerse de las diversas realidades que vemos a diario y no llevarlas a casa".


Moradas del pasado
En La Piedad, una placa recordatoria reza:

"Te amé y te amo por eso tu partida nos hace sentir tu ausencia y te recordamos con dolor y pena aceptamos tu derecho a partir a tu hora y sin nuestro consentimiento aceptamos nuestro dolor al extrañarte y este enojo inexplicable porque al partir nos abandonaste. Tu esposa e hijos".

A medida que el "yo" se transforma en "nosotros", la frase traza un espiral que se inicia con la resignación aunque termina enrostrándole al muerto su desaparición. Así quiebra los hábitos lingüísticos que impone la muerte y libera sentimientos más genuinos.

Ni defensa de la tradición, ni impasibilidad y resignación: en La Piedad, la muerte es otro de los tantos desafíos a los que somete la vida. Además, a diferencia del paisaje monocromo de El Salvador, aquí los colores y los materiales de ocasión chillan como lloronas.

Sucede que en algunos casos, las tumbas en tierra se otorgan gratuitamente sólo por dos años, o en lapsos renovables previo pago de una suma discreta. Si no hay dinero, el cementerio también se transforma en un lugar de paso. Entonces las ofrendas son precarias.

En esas tumbas se multiplican los cenotafios con tapas de vidrio, similares a capillas pequeñas. Allí se colocan fotos, poemas y flores de papel. Una de las floristas ofrece recordatorios plásticos en forma de corazón con inscripciones indelebles "que mandamos a hacer a la imprenta, para que resistan el sol y la lluvia". Esos corazones son típicos en las tumbas de este cementerio y le imprimen otra marca genuina a mensajes enviados a los difuntos.

Además de las cartas que se le dejan al finado, es posible encontrar notas destinadas a otros familiares: "Querida: como verás vine a visitar a Pedro. Le mojé sus plantitas y le acomodé las flores como pude. También le puse dos tarjetitas y le dije cuánto lo extraño y lo amo. No podía irme sin antes visitarlo".

Algunas tumbas dan cuenta de preferencias futbolísticas, otras de grupos de rock o de cumbia. Así conviven Newell's y Central, Maradona y la paloma de Aldo Pedro Poy, el resemantizado say no more de Charly García con vinchas que declaran una pasión incondicional por el Grupo Cali. También marquillas de cigarrillos, artesanías y líquidos que se resecan dentro de botellas decoradas.

Federico Vitali, director de La Piedad, comenta: "Es común que algunas comunidades hagan una celebración distinta con cantos, bailes y bebidas para el muerto. Por eso hay tumbas con botellas y otras ofrendas. La Piedad es el cementerio de la diversidad: gente de todos los estratos sociales, con todo tipo de historias encima".

También hay un espacio destinado a los menores de un año (denominado popularmente el sector de "los angelitos") y extensos solares cubiertos por tumbas perpetuas. Según el arquitecto Gustavo Fernetti, docente de la Escuela Superior de Museología, la estructura de éstas fue diseñada por un albañil rosarino de apellido Bagnera.

A lo largo de La Piedad proliferan imágenes de un esplendor mitigado. Las estatuas siguen apostadas delante de los mausoleos. Los vitraux aún filtran las luces de la mañana. Continúan en pie los recordatorios, las ofrendas, las sepulturas. Pero la parte más antigua del cementerio se cubre de polvo. El pasado pareciera estar buscando aquí su última morada.


El gran interrogante
Si bien son lugares resistidos, los cementerios ayudan a elaborar internamente la pérdida de un ser próximo. La psicóloga Beatriz Dellevédove, quien trabaja junto a pacientes terminales, sostiene: "Los ritos de la muerte, como los velatorios y los entierros, son un pasaje necesario. Si bien marcan el límite de la vida también permiten un acercamiento al dolor. El muerto no termina de estar muerto sin ponerlo adentro de un cajón, sin saber que está en un cementerio, sin la posibilidad de ir a visitarlo y llevarle flores. Cuando alguien muere, quienes se quedan sienten que parte de sus propias vidas se acaba. Pero la aceptación de la muerte es el primer paso hacia la restitución del instinto vital". Y aclara: "Parádojicamente, una tumba indica la presencia de lo ausente. La posibilidad de la ofrenda allí tiene un doble sentido: por un lado, es una forma de recordación hacia ese ser que no está; por otro, es un gesto que permite la reparación del propio dolor".

Inexorable y universal, la muerte se nos presenta como un abismo plagado de secretos. Dellevédove reflexiona: "Los seres humanos vivimos como si fuésemos inmortales: hacemos ahorros, compramos casas, armamos proyectos... La verdad que acecha es que en algún momento, más o menos inesperado, ese hilo se corta. Y nadie sabe qué hay más allá de eso, si hay algo. La muerte nos interroga como sujetos pues es el límite angustiante que da cuenta de nuestra finitud".

Ante la pesadumbre de una realidad semejante, muchas personas se refugian en la idea de una vida posmortem, en la resurrección o en la reencarnación. Es común que sobre las tumbas se inscriban citas bíblicas que rezan "Iba a decir que el Maestro había muerto. Pero no pude decirlo... el Maestro vive en mí", o "Yo soy la resurrección y la vida. El que crea en mí no morirá para siempre".


Lírica de la muerte
Un conocedor conspicuo de la muerte y su lírica es Matías Pérez. Con su hijo Adrián está a cargo de una fundición de bronce en la zona oeste de la ciudad. Allí construyen placas recordatorias y otros figuras ornamentales.

Sobre la mesa de trabajo se amontonan papeles manuscritos y hojas de fax con códigos numerarios. La mercancía tiene algunas particularidades, pero en definitiva es un bien de uso como tantos otros: "Nosotros trabajamos como mayoristas aunque también atendemos particulares -dice-. Para eso tenemos un catálogo: la gente elige la placa que le gusta, la frase que quiere poner y las medidas".

Pérez tiene 69 años y 55 de oficio, pero confiesa que cada cliente que lo consulta es un nuevo desafío para su entereza: "Este no es un trabajo fácil -confiesa-, pero ningún comercio relacionado con la muerte lo es". También deja entrever cierto disgusto por algunos deudos con devoción frágil cuando afirma que ya nadie recuerda a sus muertos. "Cuando uno va al cementerio, los que van a depositar flores son siempre los mismos. Mi padre murió en el 46 y sin embargo yo conservo la costumbre de visitarlo. Aprovecho para contarle cosas de mi vida".

Actualmente, muchos clientes se inclinan por placas de chapa cuyo único detalle son las letras entintadas con lacre. Pero están los que aún prefieren las de bronce, pesadas, con adornos y oropeles.

El proceso es largo. Se elige una matriz, una tipografía y se arman los moldes originales en yeso. Se toman del derecho y el revés para garantizar el espesor justo de la placa. A través de los moldes se trazan unos ramales que permiten la entrada del bronce líquido. Luego éstos se prensan. La placa se seca dentro de una estufa durante varias horas y más tarde se funde en un horno.

Finalmente los detalles de corrección, terminación y cincelado se realizan de manera artesanal.

La confección de piezas funerarias es un trabajo como otros, pero es preferible mantener una cierta distancia de la situación, saber lo menos posible del destinatario de la ofrenda. Y ni hablar de conocer su rostro. Por eso Pérez advierte: "A eso de hacer placas con fotos yo le disparo. Prefiero mandarlas a hacer y después incorporarlas. Es que no hay forma de conformar al cliente, que nunca verá la foto parecida a la cara del muerto".

En los textos elegidos para los epitafios abundan los lugares comunes. Pérez asegura que todas las expresiones escritas son más o menos parecidas: «eternamente» es la palabra más repetida. "Yo la odio. Es una palabra mentirosa. ¿Qúe es eso de la eternidad?. Uno se murió. Los otros tenemos que seguir viviendo".



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Tumbas de La Piedad. Fotos, poemas y flores de papel son manera de recordar a los seres queridos.

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