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 domingo, 11 de enero de 2004

El "efecto Saddam" cambia al mundo árabe
El patético fin del temido dictador hizo que Libia, Irán y Siria busquen acercarse a Washington e Israel

Madrid.- Para los líderes de Oriente Medio, la imagen de los soldados estadounidenses registrando la boca de Saddam Hussein, hace tan sólo un mes, ha sido como un auténtico electroshock. Escribe Henrique Cymerman en La Vanguardia de Barcelona que todos se mueven frenéticamente al constatar el patético fin de uno de los mandatarios más temidos de la región en los últimos 30 años. Todos esperan que les abran las puertas de la Casa Blanca.

El presidente libio, Muammar Khadaffy lanzó una bomba informativa al declarar que aceptaba desmantelar sus armas de destrucción masiva, mientras sus enviados proponían a Israel entablar un diálogo diplomático. El ministro de Exteriores israelí, Silvan Shalom, ha reconocido que últimamente mantiene contactos con otros países árabes del norte de Africa y del golfo Pérsico: aparentemente se trata de Argelia, Omán, Yemen y Dubai.

Egipto e Irán reanudan sus relaciones diplomáticas, cortadas en 1981, cuando en Teherán bautizaron una céntrica calle con el nombre del asesino del presidente egipcio Anuar El Sadat, arquitecto del primer tratado de paz firmado con Israel; ahora la avenida se llamará "Intifada".

Irán ha aceptado adoptar el Tratado de No Proliferación de Armas No Convencionales, lo que permitirá a los inspectores de la ONU visitar, por ejemplo, sus instalaciones nucleares sin aviso previo. Tras el mortífero terremoto de Irán, con decenas de miles de víctimas, Teherán aceptó recibir ayuda internacional, incluso del "Gran Satán", EEUU, rechazando solamente un avión del que consideran el "Pequeño Satán", Israel.

Incluso en la eterna guerra entre palestinos e israelíes se oyen nuevas voces: el primer ministro, Ariel Sharon, se enfrenta al comité central de su partido, el derechista Likud, por apoyar la creación de un Estado palestino -en el marco de la llamada "Visión Bush"- y el desmantelamiento de colonias israelíes en Cisjordania y Gaza, que él mismo ayudó a construir. Por otra parte, el líder espiritual de Hamas, el principal movimiento integrista palestino, el jeque tetrapléjico Ahmed Yassin -considerado por cientos de miles de seguidores como un Dios en vida-, dejó a muchos palestinos estupefactos al anunciar que acepta un Estado independiente al lado de Israel, renunciando de facto a la destrucción del Estado judío, y proponiendo "dejar ese tema para la historia".

El presidente sirio, Bashar El Assad, acaba de visitar Turquía -el gran aliado estratégico de Israel en la región- por primera vez desde la independencia de su país en 1946; Assad tomó a Israel por sorpresa al proponer reanudar las conversaciones de paz, y por primera vez no pone condiciones previas ni vincula el proceso a la cuestión palestina.

Es que las reglas del eterno juego sirio-israelí han cambiado: en los años noventa Israel usaba las negociaciones con Damasco para convencer a los palestinos y a otros países árabes de que normalizasen relaciones; el entonces raís, Hafez El Assad, padre de Bashar, era el que intentaba imponer condiciones y "cobrar" a Israel un precio diplomático por el simple hecho de dialogar.

Tras la guerra de Irak, su hijo Bashar se siente aislado y bloqueado por sus todopoderosos nuevos vecinos norteamericanos que ocupan Irak: ahora es Siria la que considera el simple hecho de negociar con Israel como una ventaja diplomática que le aleja un poco más del "Eje del mal" de Bush.

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Muammar Khadaffy, el dictador libio, cambió bruscamente su política exterior.

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