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 domingo, 09 de noviembre de 2003

Recovecos del mundo en el Aristidis

Entrar al Aristidis D fascina y desconcierta a la vez. La primera sensación puede relacionarse con que no es común viajar en un barco carguero. Lo novedoso impresiona y mantiene la atención. Aunque básicamente allí hay puertas y escaleras, que sean de un buque confirma la diferencia. De hecho, cada escalón es más angosto y empinado, y a través de los ojos de buey de las oficinas se ve casi siempre agua. Pero lo verdaderamente llamativo es la confluencia de nacionalidades. Los marineros son filipinos, el capitán es griego y el jefe de cubierta, ucraniano. Todos tienen un aspecto claramente diferente.

Apenas llega, el equipo de La Capital es invitado a almorzar. Hay tres mesas grandes en el comedor y una está tendida. De repente un joven (quizás no mayor de 20 años) empieza a servir la comida: rabas, cornalitos, ensalada y arroz con espinaca. Tal vez cada plato tenga un origen distinto, como los aderezos y el agua. Es que en el lugar hay botellas envasadas en Francia y Portugal y frascos escritos en alemán, inglés y otras lenguas. Una especie de sitio multirracial.

Ya durante el trayecto fluvial, los prácticos recuerdan anécdotas. Los embarcados guardan historias sabrosas, muchas veces relacionadas con mujeres.

En el Aristidis la lengua común es el inglés. Y resulta simpático escuchar las distintas pronunciaciones, matizadas también por los estados de ánimo.

Uno de los marineros filipinos ofrece café y se anima a responder algunas preguntas de La Capital. El joven cuenta que tiene 24 años y hace seis meses que navega en el carguero, profesión que adoptó desde hace 2 años. Parece servicial.

Otro de ellos, Erwin, aparece luego portando una minivideocámara. "Quiero llevar estas imágenes a mi familia", dice, antes de asegurar que el paisaje le gusta mucho y que el puente Rosario-Victoria "es muy hermoso". No es para menos, el día está radiante y el río repleto de barquitos mientras muchos bañistas toman sol en las playas de ambas márgenes.

Llega el momento en el que los periodistas de La Capital tienen que abandonar el buque. Deberán bajar con la embarcación en movimiento por una mínima escalerilla. Mientras llega el barquito que conectará hacia la costa, uno de los prácticos cuenta historias de quienes se cayeron al agua mientras intentaban descender. "Muchos terminaron en el hospital", asegura. No era el momento de recordarlo.

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