Año CXXXVI Nº 48173
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 sábado, 11 de octubre de 2003

Charlas en el Café del Bajo

-Algunos amigos están exultantes, complacidos y entusiasmados con el nuevo gobierno. Y sus opiniones no son de aquellas que uno suele desechar de plano. Nada de eso, son palabras de intelectos refinados, de analistas exquisitos y bien informados. Pero otros amigos también brillantes están escépticos.

-¿Y usted con quien coincide, Candi?

-Sin que la mía sea una posición salomónica, sin pretender quedar bien con todos, diría que en ciertos aspectos todos tienen razón, aunque yo no soy de aquellos que conceden el beneficio de la duda. La verdad es que voy a tener una posición más clara, más contundente, cuando más contundentes sean las medidas adoptadas por el nuevo gobierno en materia económica, cosa que hasta ahora no ha sucedido. Yo creo que si se toma como un logro ponerse de acuerdo con el FMI, pues, amigos, hubiera preferido que el Estado se pusiera de acuerdo primero con el pueblo. Si se toma como logro las purgas militares, policiales, en la Corte, pues me parece bien en tanto y en cuanto ello sea por cuestiones de estricta justicia y no por resentimientos, venganzas o por imposición de hombres que porten como mérito sólo el compartir una misma línea ideológica.

-¿Adónde quiere llegar?

-Por ejemplo: deseo hacer una pregunta y quisiera que alguien me la responda con toda imparcialidad. ¿Qué hubiera pasado en Suecia, en Francia, en Inglaterra, en Estados Unidos si saliera a la luz que el candidato a ministro de la Corte Suprema es un evasor previsional y acude a una sesión del Senado acompañado de su asesor, un ex convicto acusado de ser en el pasado el jefe de una banda de secuestradores extorsivos?

-Yo creo que se hubiera armado un revuelo fenomenal.

-Sé que esto me cuesta una discusión con algunos amigos juristas garantistas que tengo, pero muchachos: este mamarracho sólo ocurre aquí. No dejo de reconocer que Zaffaroni es un genio del derecho, pero en un país serio, por más meritos que tenga, estas cuestiones lo invalidarían para ocupar cualquier cargo en la Justicia. Entonces hay razones para mostrarse escéptico.

-Y, sí.

-Ahora fíjese usted otra cuestión. Expulsan al jefe de la Policía Federal Giacomino por corrupto ¿Quién luchó a brazo partido para que se quedara este jefe cuando asumió Kirchner? Aníbal Ibarra. Ahora me pregunto: el jefe de gobierno de Buenos Aires, Ibarra, los hombres del gobierno nacional ¿no sabían de estas licitaciones cuando menos irregulares éticamente que habían ganado los familiares del policía? A mí se me hace difícil aceptar que nadie supiera esto. Se me hace difícil tragar que esto salió a la luz por la gran investigación que iba a publicar un medio periodístico. Prefiero quedarme con mi sospecha: esto trascendió porque un despechado del gobierno le mandó la información al medio. Y creo saber de qué despechado se trata y usted también puede intuirlo, amigo lector. Cuando asumió Kirchner, Ibarra presionó para que lo dejaran a Giacomino a quien ponderó. Kirchner lo bendijo, pero no era el indicado para algunos hombres del nuevo gobierno y como estos hombres conocían lo de las licitaciones (como supongo deberían haberlo conocido todos, porque en la esfera del poder estas cosas no pasan inadvertidas) dejaron pasar un tiempo y mandaron la factura.

-Y la mandaron a través de un medio, porque hubiera sido muy directo y alevoso golpear al socio presidencial desde el propio gobierno.

-Así es. Esa es mi opinión. Ahora, todo esto ocurre porque aún persisten cosas poco claras y nadan los rencores no sólo en las cúpulas sino en la misma sociedad. Y también, desde luego, porque la Argentina convive desde hace años con un principio macabro: "Si es mío, aunque sea malo, sirve". El sacerdote Ignacio ha dicho que hay que enterrar el pasado. Creo interpretar lo que quiso decir el cura, quien no supo expresarse y cuyas palabras fueron tomadas por algunos para matarlo con calificaciones de repudio. El pasado forma parte de la vida del hombre y de la sociedad y por eso no puede enterrarse. Lo que hay que enterrar es la venganza, el resentimiento, el odio y la ceguera y todas aquellas cosas que destruyen al hombre y a la sociedad. Y después de eso hay que enterrar, también, y muy bien enterrada, a la hipocresía que en este país campea a gusto como una flor nacional.

Candi II

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