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 domingo, 31 de agosto de 2003

Cazador oculto: Un buen motivo para una fiesta

Ricardo Luque / La Capital

Un cumpleaños es siempre una buena excusa para dar una fiesta. Más si se han vivido suficientes años como para que el acontecimiento merezca no ser pasado por alto. Porque, hay que admitirlo, a los jóvenes no les interesa festejar su cumpleaños. Y no es para menos. A su edad es inevitable sentirse inmortal. Pero el tiempo cambia la perspectiva. De pronto, lo superfluo resulta vital. Como el Viagra, que en la adolescencia no pasa de ser un motivo de broma, y después, cuando las esperanzas flaquean, se revela como una bendición. Con los años se aprende que no hay que dejar pasar las oportunidades. Y eso fue lo que hizo Albertito Gollán, que cumplió 50 y lo festejó tirando la casa por la ventana. O mejor, tirando El Círculo por la ventana, porque fue allí, en esa inmaculada catedral de las artes, donde celebró su cumpleaños. La reunión, íntima de toda intimidad, se llevó a cabo con la más absoluta discreción y sólo la familia y los amigos gozaron del privilegio de la invitación. La entrada del puñado de ricos y famosos que asistieron a la velada fue amenizada por el grupo de covers de los hermanos Vila Ortiz. Su música suave acompañó un entremés frío convenientemente regado con vino blanco. Las mesas se tendieron en el hall del teatro. La cena fue matizada por un conjunto de cámara que, más allá de la delicadeza de sus interpretaciones, fue elogiado por las curvas de su primer violín, una belleza llamada Lara. La reunión llegó al clímax con la Manhattan Swing. Hasta un fan del free jazz como el Gordo Pogonza, que asombró a propios y extraños al aparecer de saco y corbata, siguió el ritmo sincopado de su música. El baile no se hizo esperar y reveló habilidades desconocidas de los invitados. Pero el rey de la noche fue, sin dudas, el Negro Albarracín, que se lució con el contoneo de cintura con el que siguió, con igual talento, ya sea un rock de Elvis Presley o una balada del Puma Rodríguez. Pero la selección musical del Bambito García, un DJ capaz de levantar a los muertos, no fue infalible. A Julio César Orselli no le hizo efecto. El animador más divertido de la pantalla rosarina no se movió de la silla en toda la noche. Y con su gesto, una de sus viejas muletillas cobró el valor de una verdad revelada. El tiempo es tirano.

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