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 domingo, 17 de agosto de 2003

Cuando las individualidades superan al juego colectivo

Alejandro Cachari / La Capital

Dos imágenes con buen contraste. Sin dejar de mencionar que es lógico que a esta altura se alternen aciertos con imprecisiones porque la dureza de la pretemporada todavía resiste y atenta contra la buena relación con la pelota.

Central: un equipo partido y dependiente de las individualidades que sólo aportaron destellos. Chacarita: un equipo con una línea de juego definida, muy celoso del esquema táctico; prolijo.

Entre esas dos aguas navegó el desarrollo. Las oleadas intempestuosas, esporádicas e impredecibles de los auriazules y el agua mansa, sin demasiadas alteraciones, casi rutinaria y por momentos monótona del conjunto tricolor.

En el rubro merecimientos Central quedó arriba por decimales, pero lo más justo parece ser lo que sucedió: el empate. El equipo de Russo llegó algo más, pero no siempre bien. El termómetro, Ezequiel González, no funcionó y la segunda opción, Messera, se animó menos de lo aconsejable.

Del otro lado, el sapiente Pompei supo cómo encargarse de manejar los tiempos del juego y allí estuvo la diferencia entre un equipo que dependió demasiado de sus movimientos individuales y otro que expuso un juego de conjunto de menor vuelo en todas las líneas, pero bastante más compacto. Un empate en la tercera fecha como local y ante Chacarita no es para rasgarse las vestiduras ni mucho menos, pero el mensaje negativo está en la indefinición de una línea de juego.

Cuesta mucho encontrar un calificativo que abarque el funcionamiento colectivo de Central. Es mucho más sencillo explicar el andar del equipo de Russo a partir de la actuación de sus individualidades más representativas.

Eso no es bueno, pero tampoco grave. Por ahora sólo resta que las piezas se acomoden. Si esta tendencia se mantiene habrá que preocuparse. Hasta aquí sólo se trata de los efectos residuales de la pretemporada y las incorporaciones de último momento.

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