Año CXXXIV
 Nº 49.297
Rosario,
domingo  11 de
noviembre de 2001
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Diego Maradona tuvo un emotivo partido homenaje en la Bombonera
La selección y un equipo de estrellas sirvieron de marco para las últimas piruetas del más grande

José María Petunchi

Buenos Aires (enviado especial). - Espero que esto dure para siempre, casi como una eternidad", dice la letra del tema que los Ratones Paranoicos le compusieron al más grande jugador de todos los tiempos: Diego Armando Maradona. Y esa fue la sensación dominante que invadió a las casi 50.000 almas que desbordaron la Bombonera para ver al mayor inspirador de sueños de los argentinos en los últimas 25 años.
Todos querían que ese momento mágico durara para siempre. Hacía más de 30 minutos que Luis Oliveto -el árbitro del partido- se había encaprichado en dar por terminado el último partido de Diego con la 10 de la selección argentina, pero nadie se movía de su lugar. Diego seguía saludando entre lágrimas, y agradeciéndole a la gente por tanto amor, la gente tratando de devolverle con su afecto tantas alegrías. Ni los jugadores invitados, ni los de la selección, ni el siempre circunspecto Bielsa querían perderse detalle. Nadie quería perderse nada. Todos querían gozar hasta el último instante, disfrutar de un momento histórico, único e irrepetible. Casi tan mágico, como la mismísima zurda del diez.
Todos querían disfrutar de ese momento, en el que Diego parecía despedirse de cada uno con un abrazo imaginario, mientras era acompañado con el fondo musical ensordecedor que proponían los hinchas con el "Diego no se va...", que hacía temblar la Bombonera como pocas.
Pero semejante demostración parecía quedar chica ante la majestuosidad del tipo que más alegrías futbolísticas le dio al pueblo argentino, tal vez más de las que él mismo pudo gozar. Nada alcanzará para reconocerle todo lo que nos dio y las fantasías con las que nos hizo vibrar.
Fue, al fin, el merecido y demorado reconocimiento a Diego. Aunque ningún homenaje será suficiente. Lo suyo fue único. Por eso, poco importa que no haya estado en su peso ni en ritmo de competencia. Tampoco si algunos de los grandes nombres de las marquesinas no concurrieron a la cita. Porque el homenaje a este jugador-símbolo vale por sí sólo.
"Brasileño, brasileño, que amargado se te ve, Maradona es más grande, más grande que Pelé..."
La cancha de Boca latió con mayor intensidad cuando, apenas pasadas las 16, Diego pisó el césped de la cancha con la mítica camiseta número 10 en su espalda, abrazado a sus hijas (Dalma y Giannina), su pecho erguido, su inconfundible trote cansino y la cinta de capitán. Ahí estaba el diez, otra vez con la celeste y blanca sobre su pecho, la camiseta que hizo brillar como nadie y defendió como muy pocos.
"Lo quería Barcelona, lo quería River Plate, pero Maradona es de Boca porque gallina no es"
Fue todo muy intenso. Casi en paralelo como su vida. Se abrazó con todos, y empezó a encender a la gente con sus toques distintivos. Transcurría el partido pero el gran momento se demoraba. Hasta que llegó. Fue a los 60', cuando Bermúdez derribó a Cruz y Lamolina decidió sumarse a la fiesta. Diego se paró frente a Higuita con los brazos en jarra en la cintura y la acarició al gol. Explosión, alegría, emoción, fantasía, encanto. Agréguele el sinónimo que prefiera, porque las sensaciones no se explican, se sienten. Y para completar el cuadro Diego sacó otro conejo de la galera, al sacarse la camiseta de la selección y mostrarle a la gente la de Boca, con el nombre de Román (Riquelme) que tenía debajo. La Bombonera casi se viene abajo.
Entendedor como pocos de los sueños de los hinchas, el diez les dio el gusto, para terminar de transformar el partido en la fiesta de la gente, cuando desde los cuatro costados le clamaron: "Jugá con la de Boca, lalalalalaá...". Y Diego, que suele sucumbir a las tentaciones, no se pudo resistir.
"Hay que saltar, hay que saltar, es Maradona el orgullo nacional"
Disfrutó como un chico con los fuegos de artificios que partieron de la cabecera de Boca, después de su gol, y se emocionó hasta las lágrimas cuando los jugadores lo llevaron en andas hasta ese sector. "los llevo a todos en mi corazón" pareció decirles a los hinchas, que no paraban de gritar su admiración por él. Oliveto estuvo a punto de terminarlo, pero Diego quería más. Llegaron más goles, ya también la frutilla del postre. Otro penal y otra vez Diego, que la acaricia como si fuera una piba de 20 años. Entonces sí, Oliveto dijo basta y la fiesta se hizo más emotiva. Diego se dejó llevar por la emoción, se abrazó con todos y dio caminando junto a sus inseparables hijas una vuelta olímpica simbólica -quien mejor que él para eso-, con el "Maradoooó, Maradoooó..." de los Ratones como fondo musical y se iba transformando en la mejor música para decirle gracias justo a él, el gran maestro de la pelota.
Se hacía difícil contener la emoción ante tamaña entrega de afecto. Había que ser extraterrestre para no sentirlo. No llamó la atención que los jugadores del seleccionado agitaran las palmas y cantaron a coro con los hinchas. Ni que el cauto y siempre mesurado Bielsa aplaudiera como un chico. Diego, al fin, cosechó su siembra. Fue el agradecimiento del fútbol hacia su figura, hacia su magia. Diego tuvo su homenaje, pero el agradecimiento será eterno. "Me dieron muchísimo", dijo Diego en el final, inundado en lágrimas, demostrando una vez más su grandeza y humildad. De nada maestro, usted nos dio mucho más.



El llanto del Diez en un encuentro lleno de emoción.
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