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miércoles,
14 de
noviembre de
2007 |
De las revoluciones
Todo en esta vida vale y se mide por sus resultados. Se trate de una retroexcavadora, un par de medias o de una lata de conservas. Y así sucede también con las revoluciones. Históricamente todas las revoluciones adolecen de un problema gravísimo: no sirven para nada. Salvo para dedicarse a matar a todo aquel que no comulgue con ellas. Me explico. Ninguna revolución conocida ha llevado a cabo jamás sus postulados. Si el resultado de la tan cacareada Revolución Francesa fue el Emperador Napoleón Bonaparte, me quedo con Luis XIV. Si el resultado de la Revolución Rusa fue Yosif Stalin soy capaz de quedarme con el zar Pedro El Grande. Si el resultado de la Revolución Cubana es la dictadura de Fidel Castro, no sé con quién me quedo, pero seguro no es con Fidel. Es cierto, por otro lado, que el mejor de los sistemas políticos conocidos —la democracia— no es perfecto, pero no olvidemos que fue una democracia la que permitió a Castro hacer lo que decía que iba a hacer. Por suerte las revoluciones terminan derrumbándose solas con el paso del tiempo. El pueblo termina hartándose de ellas y no soportándolas. Es cuestión de sentarse a esperar.
Cristián Hernández Larguía, L.E 3.687.935
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