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 lunes, 12 de noviembre de 2007  
El dulce y majestuoso hechizo de la Sinfónica de Varsovia
El Círculo cerró la temporada con una estupenda orquesta europea y con una ovación de pie

Orlando Verna / La Capital

La función de clausura de la temporada de abono de la Asociación Cultural El Círculo se cerró con una ovación de pie en reconocimiento a la impecable interpretación de obras de Lutoslawski, Tchaikovsky y Brahms a manos tanto de la Orquesta Sinfónica de Varsovia, bajo la batuta del maestro Antoni Wit, como del solista, el pianista chino Mei-Ting Sun.

   El sábado a la noche en el teatro El Círculo se respiraba la satisfacción de otro año de arduo trabajo y ni bien dieron las 21, las luces se apagaron y la entrada a escena del maestro Wit hizo que se cerraran las puertas de la sala, dejando afuera a una docena de retrasados. La flauta dulce dio el tono y desató el primer movimiento de la Pequeña Suite de Witould Lutoslawski.

   Seguida de otros tres, donde se conjugan combinaciones de oboe con el vigor de las cuerdas en todo su esplendor, la diminuta obra fue recibida con beneplácito por los espectadores, quienes retribuyeron con un cerrado aplauso la primera de las tres obras por interpretar. La Sinfónica de Varsovia está compuesta por 108 instrumentistas, una magnitud que estremece cuando se impone en todo su conjunto.

   La suite de Lutoslawski duró los minutos necesarios como para crear el clima para una obra monumental: el Concierto Nº 1 para piano y orquesta, Op. 23, de Piotr Tchaikovsky. Para recrear la popular composición del genial artista ruso, llegó a nuestro país con la Sinfónica de Varsovia el pianista chino Mei-Ting Sun, un joven de 24 años que estudiando en Nueva York se convirtió en una de las mayores promesas de la música clásica.

   La interacción entre la orquesta y el pianista quedó reflejada en el sutil acompañamiento de la primera y la potencia interpretativa del segundo. Lo demás lo hizo el archiconocido inicio de la obra que fue seguida con plena atención por la platea. . Sun tuvo que varias veces a saludar y hasta regaló una introducción solista al piano que embelezó a los presentes.

   Tras el intervalo, el escenario había cambiado de disposición porque aparte del centenar de músicos, ahora estaban frente al público los 95 miembros del coro de la sinfónica polaca. Estaban allí para interpretar la Sinfonía Nº 1, en Do menor, Op. 68, de Johannes Brahms. De la mano de la maestría de Wit para engarzar los sonidos de los más de 100 artistas en escena, la sinfonía de Brahms conmovió y expuso toda su majestuosidad en un teatro casi hipnotizado por la música.

   El final era previsible, una ovación de pie saludó a los músicos durante varios minutos y los obligó a sentarse nuevamente para ofrecer una pequeña parte de su arte, esa que todos esperan vuelva a sonar en la incomparable acústica de El Círculo. Afuera del teatro el frío sorprendió entre comentarios de que, a veces, las reiteraciones vienen bien, sobre todo si se trata de la altísima calidad del programa ofrecido.
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Ciento ocho instrumentistas en acción bajo la experimentada batuta del maestro Antoni Wit.


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