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 lunes, 24 de septiembre de 2007  
Refelxiones
El índice y las capacidades del Estado

Osvaldo Iazzetta (*)

Tras la severa crisis desatada en nuestro país a fines de los años 80, algunas voces sugirieron provocadoramente que no teníamos Estado y que resultaba impostergable construirlo. Por cierto no se ignoraba la existencia de instituciones, edificios y funcionarios que lo encarnan, simplemente intentaban recordarnos que, junto a esos componentes infaltables, un estado debe reunir además, cierta capacidad de acumular y procesar información compleja. Ello forma parte de la construcción de capacidades mínimas que todo Estado debe acometer, sumando personal calificado en condiciones de manipular saberes sofisticados y una infraestructura institucional que le permita afrontar eficazmente esa responsabilidad. Dichas capacidades no se adquieren espontáneamente y menos aún, de la noche a la mañana; requieren tiempo y una voluntad de construcción institucional que debe sostenerse en el largo plazo.

Si aceptamos que estas tareas forman parte de la construcción de un Estado, no puede dejar de inquietarnos la persistente crisis que sacude al Indec y el riesgo de que se acepte como natural —por el simple transcurso del tiempo— que hoy se desmantele aquello que ayer logró edificarse con esfuerzo. Aunque también merecen nuestra atención las capacidades faltantes en áreas en las que éstas resultan impostergables, más aún nos preocupa el empeño en desmontarlas en otras que ya las habían construido paciente y exitosamente, como en el caso antes mencionado. Dicho comportamiento resulta inconsistente con la retórica de un gobierno que ha enfatizado la necesidad de reconstruir el estado y que ha promovido en parte su recuperación tras el desmantelamiento indiscriminado que sufrió bajo el fundamentalismo de mercado imperante en los ‘90.

Tal vez convenga recordar que la formación histórica del Estado —en tanto complejo institucional moderno— no sólo se apoyó en la gradual adquisición de ciertos mecanismos monopólicos cruciales (violencia física y fiscal, entre los más importantes), sino también en el desarrollo de capacidades administrativas que le permitieron procesar las crecientes y cambiantes demandas de la sociedad civil. Ello implica contar con un cuerpo de funcionarios públicos permanentes —claramente separados del ámbito privado— a los que les confía la generación de saberes especializados indispensables para sostener las decisiones públicas. La creación de un cuerpo profesionalizado y estable es condición para que el estado aspire a una mayor autonomía frente a las tentativas de colonización privada que constantemente lo acosan. Nada impide que el sector privado desarrolle conocimientos e información alternativa que pueda cotejarse con la elaborada desde el estado, en cambio resulta inadmisible que éste renuncie a producir información objetiva y confiable para fundar sus políticas públicas.

La construcción y la preservación de estas capacidades resultan indispensables por otras razones adicionales que apuntamos a continuación:

n En tanto poder centralizado que dispone de cuantiosos recursos que la sociedad contribuye a formar con sus tributos, el estado asume la tarea de asegurar emprendimientos de magnitud que no podríamos concretar en forma aislada. Esa abrumadora concentración de medios le permite elaborar y acumular información compleja —entre ellas la estadística— susceptible de ser procesada en un mismo ámbito. Frente a la inevitable dispersión de la sociedad, el estado dispone de la peculiar capacidad de "pensar" y fijar su atención sobre un tema común, en un mismo lugar y un mismo instante, lo que lo convierte —según Durkheim— en un auténtico "cerebro social".

n Al mismo tiempo, la información pública generada bajo esas condiciones representa un bien público que no puede quedar subordinado a los intereses de corto plazo de ningún gobierno de turno ni admite manipulación en función de un interés sectorial.

n Asimismo, es imprescindible que nuestros gobiernos dispongan de información rigurosa y actualizada pues el ABC de la política reside en la capacidad de anticipar escenarios, de modo que cuando pierde esa cualidad, la política como tal es derrotada, resignando iniciativa frente a contextos que recortan sus opciones y anulan su margen de intervención creativa.

n Por último, el escenario internacional constituye una fuente de incertidumbre e inestabilidad que exige cierta sensibilidad analítica para registrar sus variaciones. Semejante nivel de refinamiento no condice con la escasa confiabilidad que hoy despiertan nuestros índices oficiales de inflación, crecimiento, desempleo, pobreza e indigencia, aportando mayor desconcierto e incertidumbre que la que están llamados a contener. Esa información nos provee mapas equivocados y con ellos arriesgamos confundir torpemente los lugares en los que nos desplazamos, traicionando cualquier pretensión seria de perseguir un rumbo estratégico.

En suma, recuperar el Indec es impostergable por las razones apuntadas, pero fundamentalmente porque fortalecer las capacidades infraestructurales del Estado es parte de una tarea democrática aún pendiente en nuestro país. Resulta oportuno recordar este desafío en tiempos en que la calidad institucional parece haberse convertido en una aspiración compartida de un amplio espectro político. Sin embargo, ella sólo se convertirá en realidad cuando la construcción de la democracia logre conjugarse con una construcción institucional que amplíe constantemente su horizonte y preserve lo ya conquistado.



(*) Licenciado en ciencia política
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