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 domingo, 02 de septiembre de 2007  
Sara Facio: “Buscamos fotografía de autor”
No sólo se dedicó a su propia producción sino también a difundir las de otros fotógrafos. En esta entrevista repasa esa trayectoria

Sara D'Angelo / La Capital

Sus retratos de Jorge Luis Borges, María Elena Walsh, Julio Cortázar y Victoria Ocampo y la serie de fotos de los funerales de Juan D. Perón en 1974, entre otros de sus trabajos, son ya imágenes de la historia. Pero Sara Facio no dedicó su oficio sólo a su producción personal, sino también a la de muchos otros fotógrafos latinoamericanos, a los que promovió y difundió a través de La Azotea, editorial que fundó junto a la guatemalteca María Cristina Orive en 1973.

Una muestra de ese trabajo se exhibe en el Museo de La Capital. La exposición fue además una buena excusa para que Sara Facio visitara Rosario y accediera a esta conversación, en que reflexiona, entre otros temas, sobre el papel de La Azotea, y la pertinencia actual de la fotogalería, cuando la fotografía ya se ha ganado un lugar incuestionable dentro del arte contemporáneo.

—¿Cómo se gestó la editorial La Azotea?

—Fue toda una aventura; en esa época, 35 años atrás, la tecnología para hacer los libros de fotografía era deficiente. En todo el mundo, en realidad, salvo en los grandes centros culturales, es muy difícil todavía hoy editar fotografía. Nosotras teníamos la ilusión de que los buenísimos fotógrafos del continente, y sobre todo de América Latina, tuvieran publicaciones bien impresas, como se merecían.

—El proyecto comenzó con la idea de publicar sólo a artistas latinoamericanos. ¿Por qué?

—Justamente porque en Estados Unidos y en dos o tres países europeos tenían fotógrafos excelentes, y también publicaciones muy buenas. En cambio nosotros, tanto en Argentina como en el resto de América Latina, no teníamos la mínima posibilidad de acceder a esas editoriales. Éramos totalmente desconocidos, y más allá del gusto de tener un libro, la editorial es un negocio, y no hay mercado para invertir en un material tan grande porque después es irrecuperable. Por eso digo que fue una aventura y una quijotada casi, porque no somos millonarias ni mucho menos. Trabajamos en la fotografía e invertimos todo lo que ganamos en la editorial por una cuestión de gusto y de satisfacción por dar a conocer a nuestros fotógrafos, que, como se demostró treinta años después, están a la par de los mejores del mundo.

—¿En qué nombres piensa?

—Por ejemplo en Martín Chambi del Perú, que en la Argentina tuvo su primera muestra de fotografías originales, y el libro de La Azotea fue su primer libro, y hoy día es uno de los mejores fotógrafos del mundo. Nosotras, sobre todo Cristina, descubrimos a un joven, Luis González Palma, le hicimos la primera muestra internacional que fue en la Fotogalería del teatro San Martín, que yo dirigía en ese momento, y le publicamos su primer libro.

 —¿Cuáles son las imágenes que perduran?

—Las únicas que van quedando en la memoria colectiva son las realmente buenas. Decir que vivimos en la civilización de la imagen no es un eslógan. Desde que nos levantamos y vamos en colectivo o en auto miramos fotos. Si todas esas fotos nos quedaran en la memoria, seríamos monstruos, no se pueden absorber tantas imágenes. La pregunta entonces es por qué algunas quedan. Una gran foto periodística es la que te impacta, te atrae, y después te lleva a leer para saber de qué se trata. El concepto de fotografía es tan amplio que puede haber una fotografía artística tanto en un vulgar y simple reportaje de actualidad como en una fotografía de publicidad que está vendiendo un producto. No son las especialidades las que hacen al artista: los verdaderos creadores hacen arte con la fotografía. Por eso el concepto es también tan amplio, y los artistas plásticos hoy día hacen fotografía, sin saber, muchas veces ni qué es, ni su historia, ni su técnica, pero usan la riqueza de lo que es el soporte fotográfico.

—¿Destacaría alguna tradición en particular en la fotografía argentina?

—Hay temas que se repiten y que en la Argentina son muy importantes, como por ejemplo el retrato. Es un tema bien definitorio en todas las épocas, te podría citar por décadas desde 1890 hasta hoy, que se repite una constante, una cantidad de buenos retratistas. No hay buenos paisajistas, por ejemplo.

—¿Qué tienen esas fotos que las hacen tan singulares?

—Tienen mucho carácter, de alguna forma plantean el momento histórico, muestran muy bien su momento. Por ejemplo las fotos de Annemarie Heinrich son retratos de los años 40 y 50, no se pueden ubicar en otro momento; los de Witcomb reflejan lo que fue la sociedad en la formación de la clase media argentina entre 1900 y 1920. Eso les da un valor histórico, fotográfico y estético muy importante.

—¿La Azotea reclama algún lugar en esta singularidad?

—Nosotras buscamos la fotografía de autor, no fotos anónimas, o de una persona a quien por casualidad una vez le salió bien un trabajo o tuvo la suerte de estar en el momento justo cuando sucedió algo importante. Buscamos un fotógrafo que de alguna manera muestre su mundo, su manera de sentir,.

—¿Cree que se justifica la existencia de las fotogalerías?

—Sí, porque la fotogalería está generalmente dirigida o curada por alguien que entiende mucho de fotografía. En cambio, en las galerías de arte en general, aunque aprecien mucho a la fotografía y a los autores, están más detrás de un mercado o de una moda. La fotogalería está buscando la calidad y lo que el fotógrafo quiere mostrar, sin pensar en la venta o en lo que está de moda sino, simplemente, en las buenas fotografías.


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