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 domingo, 02 de septiembre de 2007  
[historia] - ”Marx en la argentina”
Leyendo “El Capital”
El historiador Horacio Tarcus analiza en un minucioso estudio la difusión local del marxismo a partir de fines del siglo XIX

Horacio Tarcus

En las antípodas de aquella perspectiva que entiende que hay un “verdadero Marx” al que basta leer correctamente, el punto de partida de esta investigación ha sido la recepción como problema. Lejos de suponer al marxismo como una teoría universal disponible para su uso adecuado y que sólo se trata de “aplicar correctamente” a la realidad local, me interesa aquel malentendido estructural inherente a todo proceso de “adopción” de ideas en un contexto heterónomo al contexto de su producción.

La pregunta que guió esta investigación no fue, pues, ¿quién leyó “correctamente” a Marx en la Argentina de fin de siglo XIX y principios del XX?, sino otra, si se quiere previa: ¿era posible leer “El Capital” en la Argentina de las décadas anteriores al Centenario? No sólo en el sentido lato de si se hallaban ejemplares disponibles de esta obra −cuestión nada menor, desde luego−, sino, sobre todo, en el sentido de si existían lectores individuales o sujetos sociales que pudieran decir o hacer algo productivo con él. Sabemos que leer “El Capital” no fue, a pesar de las manifiestas esperanzas de su autor, una tarea sencilla, siquiera en Europa Occidental. Desde entonces hasta hoy, la historia de “El Capital” es la historia de ciento cincuenta años de querellas en torno a sus interpretaciones. ¿Qué significaba, entonces, leer “El Capital” en el país de las vacas y de las mieses, tan lejos del maquinismo? Y en todo caso: ¿por qué leerlo?, ¿para quiénes?, ¿contra quiénes? Y aún más: ¿por qué traducirlo y editarlo?, ¿cómo difundirlo, cómo enseñarlo? Es más: ¿leerlo en sintonía con qué otras obras de su época: Darwin, Comte, Spencer, Haeckel? ¿O en compañía de Saint-Simon, Fourier y Lassalle? ¿O incluso en la de Nietzsche? ¿Como una obra científica sobre las leyes que rigen el modo de producción capitalista o como una condena ética del Capital como maquinaria que se alimenta de trabajo humano vivo? Y, desde luego: ¿cómo referirlo −“aplicarlo”− a la realidad argentina? ¿Debían los socialistas argentinos entender el texto de Marx en el sentido de que la expansión mundial del capitalismo era progresiva y por lo tanto debían alentarla en el propio país, o bien debían resistirla con barreras proteccionistas? ¿Podía también nuestro país, como parecía sugerir el texto de Marx, ver reflejado su propio porvenir en el espejo de los países industrialmente desarrollados? ¿Hablaban de nuestra situación los tramos de “El Capital” referidos a la “acumulación originaria” y a la “moderna teoría de la colonización”?

El presente estudio intenta configurar un mapa de las respuestas que a estas preguntas ensayaron obreros, intelectuales y científicos en la Argentina de 1871-1910, ya fueran inmigrantes o criollos. Como toda obra de historia, la presente busca ponderar desde el presente alcances y límites de cada una de sus respuestas. Pero la “vara” para esta evaluación no es la “correcta” interpretación que se reserva para sí el autor, sino las condiciones históricas de recepción de la teoría.

El lector encontrará en este libro una serie de paradojas, abiertas por el “malentendido” inherente a toda recepción. Raymond Wilmart, el introductor de “El Capital” en la Argentina, no encuentra lectores para la obra de su maestro en el Buenos Aires de 1873 y, decepcionado ante el escaso eco de la recepción, no tarda en transformarse en un prestigioso abogado de la élite dirigente. Germán Avé-Lallemant, el naturalista de origen alemán y primer lector local intenso de “El Capital” hace su lectura de esta obra −que había tomado al capitalismo británico como modelo y cuyo autor esperaba que fuera leída por la clase obrera industrial− desde la periferia de la periferia: la ciudad de San Luis en el año 1888. Juan B. Justo, que asume el ingente esfuerzo de traducir “El Capital” por vez primera al castellano, toma prudente distancia de la teoría de Marx y del marxismo. El joven José Ingenieros recorre en una década la parábola que comienza en un “socialismo revolucionario” de tintes románticos y libertarios y concluye en un socialismo reformista de tintes biologistas y hasta racistas. Y Ernesto Quesada, que cuestiona el socialismo pero pretende haber alcanzado una lectura más rigurosa, fidedigna y profunda de Marx que los propios socialistas...

Esforzándome en situar a estos actores históricos en su horizonte epocal y privilegiando esta mirada paradojal, me propuse trabajar ante todo los matices, las tensiones internas, los claroscuros. Me anticipo a advertir que se decepcionará aquel lector que busque en este libro la idealización de alguna figura magistral para ejemplo de las jóvenes generaciones −a la manera de la literatura reverencial sobre Juan B. Justo. Pero también se decepcionará aquel que busque en él una suerte de historia “justiciera” que establezca justos y réprobos según los actores históricos leyeran “correctamente” o “incorrectamente” a Marx, o según lo “aplicasen” de modo fiel o “traicionasen” al Maestro, ya sea seducidos por las ilusiones del Revisionismo o el Reformismo o ya sea tentados por las prebendas del Poder. Al contrario, he tomado como punto de partida que las lecturas originales y productivas de un autor suelen ser ciertas “malas” lecturas.

Si apelo a un Marx, es también el Marx de la paradoja, aquel que no se reconocía en el modelo instituido. Y si apuesto a una transmisión, creyendo −como creo− que la historia puede aportar a la construcción crítica de una memoria de los oprimidos y ofrecer orientaciones y estímulos en las luchas por su emancipación, busqué evitar las formas cerradas y simples del relato ejemplar y heroico del pasado.
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