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 domingo, 02 de septiembre de 2007  
Oscuro fin de un joven que sufrió un golpe en el centro

Eduardo Caniglia / La Capital

Su figura esmirriada se pasea por el living de la casa. Apenas saluda con la mirada extraviada. Camina cabizbaja hasta que se apoya sobre un mueble, en un rincón del departamento, y comienza a llorar en forma desconsolada. Elisa Smarvelli sepultó a Diego, su hijo de 29 años, el martes pasado. El muchacho había fallecido el lunes a la tarde luego de agonizar 36 horas en el hospital Provincial.

   Lo habían encontrado moribundo el domingo a la mañana en el centro con un tremendo golpe en la cabeza. Elisa parece no comprender lo que ocurrió. Sus sobrinos la observan y no pronuncian palabra. Tal vez porque la mujer no tiene consuelo.

   Los familiares de Diego no saben quién lo mató ni por qué lo hicieron, pero presumen que lo asesinaron para asaltarlo. Sin embargo, la policía maneja otra hipótesis: cree que el crimen pudo tener una motivación pasional.



Trabajo y diversión. Diego Barcellona trabajaba como barman en la discoteca El Latino, de Alem y Mendoza. Sus días transcurrían entre su actividad laboral y sus salidas nocturnas, aunque sus padres casi ni conocían su vida privada. “Cuidaba mucho su intimidad, pero sabíamos que no tenía pareja”, recuerda su primo, Claudio Morera.

   En El Latino mezclaba tragos largos algunos fines de semana. Por eso, el sábado pasado, como no trabajaba, fue al boliche La Rosa, el local con números eróticos y strippers ahora ubicado en el barrio Pichincha. Allí pasó una noche de diversión junto a algunos amigos. A las 6 decidió marcharse con Gabriela, una amiga que trabaja allí. “Aguantame, que entrego el dinero que cobré y nos vamos”, le dijo Gabriela. Fue la última vez que lo vio con vida.



Contacto. Un rato después, cuando la chica fue a buscarlo, no lo encontró. Le envió entonces un mensaje de texto, a través de su teléfono celular, para preguntarle dónde estaba. Pero él no respondió. Gabriela se fue a su casa, pero a las 10 del domingo recibió un llamado en su aparato móvil. Quien se había contactado era un policía que había encontrado a Diego malherido sobre una de las veredas de Mitre al 1200. “Encontramos a un muchacho tirado en el suelo”, le dijo su interlocutor desde el celular de Diego.

   La chica primero creyó que le habían hecho una “broma”. Después dudó y se inquietó. Entonces llamó a Claudio, que se contactó con la policía. “Venga rápido, que el muchacho está gravísimo”, le dijo el uniformado.



Al hospital. Un rato después, una ambulancia trasladó a Diego al hospital Provincial. Unas doce horas después le diagnosticaron muerte cerebral. Murió a las 5 de la tarde del día siguiente. Un fuerte golpe en la nuca le había provocado una fractura en el sector izquierdo del cráneo. La policía sostiene que el agresor utilizó un objeto contundente. para golpearlo.

   La policía está tomando declaraciones a personas que lo conocían. El objetivo es aproximarse al círculo de amistades que revelen el motivo o la identidad del agresor. Diego era gay. No hay nada en su orientación sexual que explique su infortunio. La incertidumbre agobia por ello a los parientes del muchacho.

   Claudio habla con cariño de su primo. “Adoraba.a mis dos hijos. A Lautaro, de 6 años, lo quería como a un hijo. Además, lo habíamos elegido como padrino de bautismo de Mateo, que cumplió un mes el sábado”. l
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