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 sábado, 01 de septiembre de 2007  
Viajeros del Tiempo
Rosario, 1905/1910

Guillermo Zinni / La Capital

Asilo nocturno para canillitas rosarinos. La humanidad necesita que todos los atruístas siembren la semilla del amor. Por eso, cuando de tiempo en tiempo surge una iniciativa humanitaria el espíritu se inunda de satisfacción. Una de ellas acaba de ser lanzada por las autoridades del Rosario bajo la idea de crear un asilo nocturno para vendedores de diarios. Recoger a ese pequeño que no tiene techo ni hogar donde encontrar el reposo que su débil cuerpecito reclama después de correr todo el día por las calles ofreciendo diarios, es tan bello, tan noble, que aún los más envueltos en el materialismo del dollar (sic) rendirán tributo y respeto a quienes con su pensamiento dieron vida a tan meritoria obra. Los que hemos crecido rodeados de mimos y atenciones quizá no nos demos cuenta del sufrimiento y la miseria que padece el pequeño vendedor de diarios, ni comprendamos la serie de dolores físicos y morales que ha experimentado ese pequeño ser que ha sentido más de una vez enroscarse en su pecho la serpiente del odio y la envidia a la vista de la opulencia de los demás, que siente agriarse su alma de protestas y rebeldías ante la sociedad por la mísera existencia que el destino le depara. El Rosario ha reconocido la necesidad de recoger al pequeño vendedor a la hora que las tinieblas tienden su oscuro manto por la ciudad; se ha dado cuenta del mal y trata de atenuarlo. Pero debemos preguntarnos: ¿cuál es su hogar durante el día?; ¿dónde come y descansa durante las horas de la luz? ¿será en el marco de una puerta, en el rincón de un zaguán, en el patio de un conventillo donde le tiran un trozo de pan? Si a esos padres no les importa dónde está su hijo de noche, tampoco les importa lo que hace de día. El niño así abandonado tiene por hogar la calle y por maestro al vicio, por lo que es tan importante que tengan un asilo nocturno como que se los recoja a las horas del sol. (1910)

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