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 domingo, 01 de julio de 2007  
[Lecturas] - Un escritor secreto de Rosario
Gregorio Echeverría: el guiño
Ganó el segundo premio de ficción en el concurso Ciudad de Rosario y ahora obtuvo el Felipe Aldana de poesía, ambos de la Editorial Municipal. Aquí, uno de sus relatos

Gregorio Echeverría

Al adelantar el pie derecho volví a dudar. Entorné los ojos, jugándome a tropezar con el breve desnivel y hacer un papelón. Pero necesitaba ayuda. Tal vez más que ayuda una ratificación, un guiño. No sé por qué (sí que lo sé por supuesto) esto me pone en pantalla la cara del general. Y como un disparador todo lo que vino atrás. Bien ordenadito pero todo enquilombado ¿entendés? Para qué te pregunto. Esa manía de pedir permiso, de buscar confirmaciones que nadie te puede dar. Y si pueden es lo mismo. A nadie le interesa dártelas. Ni confirmaciones ni nada. Solamente dudas. ¿Quién fue mi padrino (o madrina) de confirmación? Primero tendría que ubicar la época. Antes de la colimba, eso seguro. Y en la primaria posiblemente no. Entre los doce y los dieciocho entonces. Un dato medio pobre, algo vago. Pensé vago y sentí la mirada del tipo. No quería abrir los ojos porque sabía que estaba ahí. Frente a mí con su mirada despectiva. Son ratas que quisieran meter la mano en el bolsillo y sacar un grande. Tirártelo con gesto de tomá pibe. Sienten que al llamarme pibe se ven menos arrugados. Pero el alma no te la podés planchar, hermano. Te relojean de arriba a abajo y cierran los ojitos, haciéndose los giles. Somos muchos. Esa moneda que no querés soltar te quema en el bolsillo. Vos sabés por qué. Estos negros de mierda son capaces de cualquier cosa para dar lástima. Estás bastante cambiado, hijo de puta. Pero las canas y el portafolios y el citizen que se te escapa por la manga no dan para armar el personaje. Bajá la vista cuando te hablo, turrito. Sí la bajo. Sí qué tagarna. Sí, mi teniente primero. La bajo justito para darme cuenta que un reloj de ese precio encima de estas vendas roñosas, casi en el codo, sería una boludez. Así con los ojos cerrados lo veo clarito. Colores y ruido todo de golpe. El sistema de tracking automático está ajustando la imagen. Esto no es joda, manga de maricones. Se pueden ir olvidando de mamita y de las milanesas con puré. Si no les cierra el menú del día van a tener que buscar algún gringo o copar una chacra. Ni que fuera brujo el desgraciado. No ese día ni esa noche. Pero el viernes o el sábado dimos con la casa y con la mujer. Es increíble lo rápido que se aprende cuando tu vida depende de las orejas y una bayoneta. Tendría unos cuarenta y tantos. Y hasta ahora nunca supe si la mirada era de miedo o de desprecio. Posiblemente las dos cosas. Después de una semana de fajina a media ración no te queda demasiada paciencia. Si hace falta les cortan las manos. Estas inglesas manejan armas y son de cuidado. Total igual les pueden abrir la bragueta con los dientes. Y se reía el hijo de puta. Pero cuidado con los testigos. Si se dejan madrugar ni Cristo los salva del consejo de guerra.

En realidad ni confirmé ni me confirmaron nada. Pero pienso que fue Gastón, claro. Enchufarme dos o tres sacramentos era medio como echar hortal para espantar los grillos topo o liquidar hormigas. Que el mundo es redondo ya no lo dudo. Dimos la vuelta y ahora el topo sos vos, pelotudo. Convencido de que si le das a la palita y a las uñas y dejás la piel de las rodillas en esta tosca de mierda hasta podés seguir respirando. Sin averiguar qué es lo que te tironea de las tripas y de los huevos. No, tenés razón, eso quedó colgado en la puerta del cuartel, hace tanto tanto tiempo. Nada de fasos, manga de boludos. Los ven a un kilómetro y son boleta. Duermen encima de los infrarrojos y los telémetros estos culos rotos. Abro un cachito los ojos para ordenar la película. Cambiaste bastante pero esa mirada no me engaña, no la olvidaría aunque viva mil años. Te pasaste el portafolios a la zurda. Para desenfundar más cómodo, claro. Te diste vuelta después de ladrar bajito andá adelante que te cubro. Alcancé a mascullar que era más seguro el pozo, a pesar del barro y el olor a mierda y a fiambre congelado. Con el gruñido del seguro me convenciste. Tienen que avanzar hasta el punto de encuentro a las cero más ochenta y cinco. Hay un mortero atrás del montecito. Y un par de rastreadores por satélite entre esa posición y el Kent. Hay que volarlos para poder zafar. Y claro, teniente, pensaste que no valía la pena comentar lo de las minas. Al fin de cuentas yo tenía fama de discutidor al pedo y nos podíamos pasar la noche en ver si eran inglesas o nuestras. Mirá dónde ponés los pies, es lo único que dijiste. Tranquilo que te cubro. Y ahí estaba la noche y el Kent adelante y treinta pasos atrás el turro con el fal apuntándome al centro del culo. Yo también abrazaba el mío. Aún sabiendo que si me llegaba a temblar el dedo me bajaban de una. Pero mirá lo que son las cosas, siempre pensando que el peligro estaba allá adelante. Tratando de adivinar la ubicación del mortero pero sin perder de vista los dos murciélagos. Decían que te marcan un atado de fasos desde cuatrocientos kilómetros de altura. Y el oficial de tiro, calentito y sin mojarse te apunta en una computadora de bolsillo y fuiste. Sé que no pude pensar nada. Fue todo junto mi pie derecho y el relámpago, avanzando con bastante calma porque te lo habías guardado para vos. Y yo en medio de un calorcito que me subió de golpe por las piernas y el sol de repente cuando faltaban todavía casi tres horas para el amanecer.



Me estás marcando y te miro y no sabés. Es decir sabés pero no sabés si yo sé. Me vas a querer primerear con ese guiño de turro y el billete de dos pesos que apareció de repente en tu mano y el gesto amistoso de señalarme el asiento para discapacitados y ayudarme a parar las muletas contra la ventanilla.
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Prolífico. Echeverría tiene una vasta producción inédita y recibió varios premios.

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