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 domingo, 01 de julio de 2007  
“Este gobierno en ciertos aspectos continúa el menemismo”
Tomás Abraham sostiene que es falso el debate ideológico entre izquierda y derecha

Walter Palena / La Capital

Tal vez el mérito mayor de Tomás Abraham es su intención permanente de llevar a la filosofía al terreno impuro de la política. Así, entonces, opina y contraopina, dice y se desdice, sin temerle a las contradicciones y a los símbolos de lo moralmente debido. Su libro “El presente absoluto” (se presentó en Rosario hace dos semanas) compila en casi 400 páginas artículos enteramente discutibles, en el sentido más lato de la palabra.

   La discusión, como buen filósofo, es lo que más le gusta a Abraham. Debate con otros y con él mismo, no se sube al púlpito del maestro bienpensante; al contrario, baja al llano y también al lodo, que es el terreno donde la política se entretiene con sus ídolos y sus demagogos.

   Abraham reniega del tópico que parcela el territorio político entre izquierda y derecha. No es que adhiera a la teoría que postula el fin de las ideologías, sino que sostiene que el eje es hoy entre fascismo y democracia republicana. La elección en la ciudad de Buenos Aires, que ganó Mauricio Macri, representa para el filósofo porteño un ejemplo de ello.

   —El título del libro es de por sí fuerte (“El presente absoluto”). Si bien es una continuidad de “Pensamiento rápido”, ¿qué diferencia al primero del segundo?

   —Es una diferencia formal. “El presente absoluto” es un libro dedicado enteramente a la política. “Pensamiento rápido” le agregaba artículos sobre medios y sobre filosofía. Además, en el título está la duplicación desde instancias diferenciadas de un mismo fenómeno. Desde un lugar se lo ve desde el pensamiento; desde el otro, desde el tiempo.

   —¿Qué es construir una contraopinión? ¿Es separarse del “deber ser” o lo políticamente correcto?

   —Contraopinar es un trabajo que se hace individualmente o de un modo asociado para multiplicar las fuentes de información y no estar sujeto a las grandes empresas mediáticas y a la agenda que marcan junto a los formadores de opinión. Es esencial para la educación y la formación política del ciudadano. La Internet es esencial para cumplir este cometido, además del estudio para aprender a leer de otro modo lo que los opinadores y los informantes más los comunicólogos nos tiran cada día.

   —Parece que hace de la contradicción una estrategia discursiva. En mayo del 2003 invitabas a todos a votar por Kirchner. ¿Es siempre la política del mal menor?

   —La contradicción no es una estrategia sino la asunción de la complejidad de los dilemas en el campo político. La elección no es teológica, entre el bien y el mal de una vez para siempre. Así como los políticos cambian permanentemente de alianzas y disimulan sus actos con palabras encubridoras, rompen pactos y olvidan promesas, nosotros, los habitantes comunes, también debemos movernos para no quedar atrapados por espejismos y pseudoideologías.

   —Hay en sus textos un desafío permanente a lo “moralmente permitido”, como si el progresismo, sobre todo después del advenimiento de Kirchner, lo hubiera hartado o sacado de las casillas.

   —Hace rato que lo ha hecho. El progresismo ha hecho del tradicional ideario de la izquierda un pastiche para uso y abuso de embaucadores. Los de la extrema izquierda trotskista nada tienen que ver con el jefe ruso, que tampoco era un santo varón. Son grupos de choque extraparlamentarios a la manera del fascismo de la década del 30.

   —Usted hace una división entre fascismo-democracia republicana en vez del eje derecha-izquierda. ¿Puede profundizar ese concepto?

   —La democracia debe ser republicana y no asambleísta. Se debe mantener el momento del secreto, que es lo mismo que decir mantener la idea de individualidad y de asociaciones parciales. El asambleísmo es violencia disimulada, es democracia formal y no real, gana el que más presiona y más amenaza, y, por supuesto, el que se queda hasta el final.

   —En la nota de la Esma señala que un pañuelo blanco es un símbolo del dolor y no una credencial para desparramar acusaciones. ¿Bonafini expresa lo que usted llama microfascismos?

   —No. Su discurso violento es vengativo. Concibe el mundo como un campo de batalla sin tregua y sin acuerdo posible, donde todo lo reduce a amigo-enemigo. Pero no la califico en términos fascistas. No todo lo que uno critica es fascismo; ese es el recurso fácil.

   —El gobierno dice hacer de los derechos humanos una política de Estado. Sin embargo, usted advierte que se ha convertido en un botín para uso de piratas...

   —Creo que nadie lo duda. Pero hay quienes sostienen que mejor así que nada. Yo prefiero nada a que se mancille uno de los ideales de justicia que quedan. Bastardear la palabra genocidio, justicia, derechos humanos, no es un bien democrático.

   —¿Hubo en la elección porteña un dilema ideológico, una discusión entre pasado y presente, como planteó el gobierno?

   —Este gobierno es pasado, no hay nada nuevo. En ciertos aspectos continúa el menemismo, en otros no. El dinero que entra al país y el que se ahorra por la situación del mercado mundial y por el default permiten una reactivación y mayor ocupación. Si se detiene la larga marcha china, que quizás no sea tan larga, estaremos posiblemente igual que antes, pero con los Kirchner lejos. Respecto del PRO, me remonta culturalmente a la época de Onganía.

   —¿El triunfo de Macri cambia algo el escenario político para las presidenciales de octubre?

   —No lo sé. A nivel nacional no hay candidatos fuertes. Lavagna no lo es, es un hombre frío, demasiado calculador, y sin un discurso contrastado con el del poder.

   —Tiene un concepto elogioso hacia Hermes Binner. ¿Que es lo novedoso que encuentra en él?

   —Es un hombre honesto, práctico. Sólo espero que los socialistas y sus aliados lo acompañen y se muestren rápidos en el pensamiento y valientes en las decisiones, y que aprendan que la política no es un centro de estudiantes ni una parroquia de puritanos.
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