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 sábado, 02 de junio de 2007  
"Canallas", pero jamás violentos

Por Carlos Duclos
La ira, el enojo y el paroxismo de la violencia es el lugar común de la sociedad de nuestros días. No es una casualidad, ni tampoco una isla en medio de un grupo humano determinado, es el resultado, la consecuencia del fomento y la permisividad de la agresión física y moral por parte del sistema dominante. Los fines son claros, y como propósito culminante podría hablarse del sometimiento humano. Todo esto ha contribuido al crecimiento de la cultura de la muerte por la que transita esta sociedad. Muerte, sí, porque toda forma de violencia importa una muerte, pues muere en la persona atacada una parte de su sentimiento y sobre todo muere en la sociedad la esperanza de un mundo en paz y un ser humano pacificado.

Hay muchos ejemplos de violencia; sin embargo podría decirse que el más paradigmático es el del fútbol, un deporte que debería servir para el solaz de la psiquis, la alegría del corazón de quienes conforman el público, pero que se ha convertido en un infierno para todos.

La violencia en el fútbol es generalizada en el sentido de que ocurre en muchas partes del mundo, aunque, en culto a la verdad, en Argentina todo suceso alrededor del club sirve para que los exaltados apelen a la brutalidad, al desmesurado e insensato accionar que ni tan siquiera los animales salvajes ponen en acción. Por estos días, y muy lamentablemente, una institución futbolística gloriosa del fútbol argentino, que alguna vez, y de diversas formas, paseó por el mundo la fina técnica futbolística y la honra de ser rosarina, se encuentra sumida en un barullo de proporciones que tiene a la agresión feroz como protagonista. Y más lamentablemente aún, estas agresiones ya no se circunscriben a resultados desfavorables o a históricos enfrentamientos entre barras, ni se limitan a las adyacencias de un campo de juego antes o después de un encuentro. Esta violencia está signada por el interés y se extiende a diversos puntos de la ciudad, a diversas personas y hogares. ¡Es una barbaridad! El Estado provincial, a través de sus instituciones pertinentes, debe detener de inmediato esta barbaridad antes de que la cuestión pase a mayores y haya que lamentar víctimas fatales.



Amenazas. A los violentos, además temerarios, no les tembló el pulso a la hora de amenazar y violentar físicamente, en pleno día, a la jueza rosarina en lo civil y comercial, Liliana Giorgetti. Un hecho tan lamentable como intolerable. Pero lejos de detener allí las acciones, los violentos la emprendieron contra el abogado rosarino Gustavo Isaac, primero con pintadas agraviantes y arrojándole luego, a plena luz del día, una bomba molotov contra el frente de su vivienda. Un hecho grave, que hubiera podido terminar en tragedia, como que las puertas de la casa del profesional son de madera. Como bien dijo alguien: “Si no hubiera habido gente se incendia la casa”. Pero ávidos de violencia, los protagonistas de esta serie de hechos casi matan, anteayer, al dirigente centralista, ex tesorero, Jorge Sauán quien, a estar por las versiones, si no murió fue porque Dios es grande, aunque terminó con golpes y heridas.

Todo esto, inflamado por luchas internas insensatas, no hace más que poner por el piso a una institución deportiva a la que Laerte Carroli alguna vez vio grande y soñó victoriosa: “Rosario Central, forjador de campeones. Con Rosario Central vibran los corazones”. Si observara la realidad de nuestros días, él y otros tantos como él, llorarían ante la verdad de que hoy sólo se pretende forjar el desencuentro, la agresión, el interés personal y vil por sobre la grandeza del club. Grandeza que, por supuesto, no se alcanzará jamás si quienes tienen responsabilidades en la cuestión (dirigentes, inversores, hinchas, jugadores y cuerpo técnico) no se sientan a una mesa a encontrar puntos comunes de encuentro para la solución de las dificultades. ¿Acaso se cree seriamente que la desunión y el camino de la violencia favorecerá al club y a todos sus protagonistas? Cualquier mente dotada de sentido común sabe que el infierno no beneficia a nadie, ni a dirigentes, ni a jugadores, ni a técnicos, ni a hinchas, ni a inversores. Cualquier mente dotada de sentido común reconoce que en el infierno sólo se puede aguardar la muerte por abrasamiento. Cualquier mente con sentido común, sabe que el fuego lanzado contra el adversario termina incendiando al mismo que lo arroja, porque a los vientos del destino no siempre los manejan los hombres.



Diálogo y orden. Por eso es imprescindible y urgente que quienes están alrededor del actual escenario centralista atemperen sus ánimos y se encuentren en el deseo común de solucionar los problemas que afectan al Club Atlético Rosario Central, desestimando el uso de aquellos métodos que sólo perjudicarán al conjunto. Claro que esto no podrá hacerse sin justicia, y por ello es imprescindible que no se corone la impunidad ante hechos que sobrepasan los límites de la razón.

En ese marco, es plausible el deseo y accionar de funcionarios y magistrados del Poder Judicial, entre ellos el fiscal de cámaras José María Peña y la jueza Liliana Giorgetti, quienes abogan por poner debido orden ante una batahola que ya anda por el camino del delito y que terminará mellando las garras del águila centralista que, de seguir así, terminará siendo famélica paloma de monte perdida en la noche del fracaso, algo que ningún rosarino de bien quiere, aun cuando no simpatice con los colores del Gigante de Arroyito.

Por eso, es bueno tener en cuenta el anhelo de la mayoría de la hinchada del club de arroyito sintetizada en una frase de un veterano auriazul hace pocas horas: “Basta de estas cosas, que se sienten todos a conversar y ver cómo se sale del atolladero, porque canalla somos de corazón, pero violentos jamás”.


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