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domingo,
01 de
abril de
2007 |
Los olvidados
y el dolor
de siempre
Llueve otra vez. Por la ventana de Náutico Avellaneda el Paraná parece una acuarela descolorida e inerte. Cuesta creer que en unas horas se tragó tres vidas y una casa. Los evacuados forman hileras para desayunar mate cocido, solo o con leche, y dos bizcochos. Afuera, la ciudad ya puso en marcha una nueva jornada tan gris como el paisaje, pero movimiento al fin. La vida sólo se interrumpió para ellos, los corridos por el agua, anónimos hasta hace días pero ahora multiplicados como imágenes dolientes con cámaras y flashes.
En el centro de evacuados el aire es denso. Los cuerpos, los pisos y la ropa registran y exhalan la humedad de cinco días de diluvio. Los niños siguen con la agitación del primer día pero los mayores ya tienen más silencios que palabras. Están abatidos o agobiados, no se sabe. Son historias de vida que pueden leerse en sus pieles y en sus ojos, y aunque no hubiera relatos hay una elocuencia que aterra en sus miradas.
Cuando uno se va del lugar, se lleva una sensación difusa pero cierta de estar en deuda con algo o con alguien. Allí quedan ellos, expuestos, agradecidos o insatisfechos, los perdedores de siempre, hasta que otra lluvia loca los vuelva a poner en escena.
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