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 martes, 20 de marzo de 2007  
Reflexiones
¿Qué debe hacer el radicalismo?

Por Juan Carlos Millet (*)

La Unión Cívica Radical es un partido que, a lo largo de sus más de 100 años de historia, ha contribuido a hacer de Argentina un país democrático y a reivindicar el valor trascendente de la honestidad y de la ética republicana. Es cierto también que en el pasado reciente ha cometido desaciertos con consecuencias dolorosas para la sociedad argentina y eso ha lesionado a su dirigencia y menguado su vigencia y credibilidad. Pero ello no significa que las ideas que lo originaron ni las conductas que lo cimentaron hayan dejado de ser necesarias o que no tengan ya quienes la representen. El nuestro es un partido erigido en torno a la defensa de un sistema: la democracia, como forma de expresar la voluntad de la mayoría, y como conjunto de procedimientos que resguardan los derechos de los ciudadanos.

Por eso en la UCR hay un antes y un después de 2001. Las connotaciones negativas de aquella crisis son tan evidentes como dolorosas, pero si algo tuvo de positivo es el haber dejado para los radicales un claro mensaje: lo verdaderamente importante, como decía sabiamente Yrigoyen, no es ganar sino mantener en alto los principios. Por el contrario, en el 99, con el afán de derrotar al menemismo olvidamos esta vieja sentencia y nos juntamos con todos los opositores sin un plan de gobierno. Desde esa verdadera anomia de la Alianza, prometimos mantener la convertibilidad aún a sabiendas de que sometía a la ciudadanía a una presión tal que resultaba prácticamente imposible el sostenimiento de la democracia republicana.

Contradiciendo nuestros principios pasamos, sin escalas, de ser un partido popular a avalar una medida francamente antipopular que concentraba la riqueza en unos pocos, excluyendo a la inmensa mayoría. Y pasamos de ser un partido nacional a sostener una política antinacional permitiendo que nuestras riquezas se fueran al exterior a través de las empresas privatizadas. Lo que vino después (el helicóptero) fue sin duda una consecuencia lógica de tamaño dislate. Quedó claro entonces, que en el 99 enfrentamos un dilema: ganar las elecciones o... mantenernos fieles a nuestros principios y, muy probablemente, perder frente a la inmensa presión mediática y corporativa que en aquel momento demandaba la permanencia de la convertibilidad. Creo que es fácil imaginar cuál habría sido el resultado de una decisión ajustada a nuestros principios históricos: la Alianza no hubiese ganado, la convertibilidad de todos modos se hubiera roto, pero la Unión Cívica Radical seguiría siendo una opción fuerte seria y creíble.

Hoy los radicales de Santa Fe, después de seis años intensos de reconstrucción de nuestra organización partidaria, enfrentamos la misma encrucijada: importantes sectores de la sociedad santafesina piden un cambio de rumbo en la provincia y exigen que los partidos de la oposición nos juntemos para derrotar al justicialismo. Pero el frente opositor que se está plasmando adolece de tantos defectos como aquel de 1999: aglutina sectores ideológicamente muy disímiles (ARI, PDP, PS, PJ, PC, etcétera); no tiene programa alguno (no hay puntos de coincidencia entre los intereses económicos opuestos que pretende incluir); y no cumple con los acuerdos fundacionales de los partidos que originalmente lo crearon. Y, lo que no es menos grave, pretende subordinar la discusión de los partidos políticos que habrían de integrarlo a la arbitraria y caprichosa voluntad del candidato, erigido por las encuestas como "el gran elector".

A pesar del enorme esfuerzo que estamos haciendo desde la conducción de la UCR, no nos ha sido posible hasta el presente rectificar esta dirección. La cuestión es: en este estado de cosas, ¿qué debe hacer el radicalismo? La decisión surge clara si de lo que se trata es de defender los intereses de los santafesinos, que serán, en definitiva, quienes se beneficiarán de nuestros aciertos o se perjudicarán con nuestros errores. Tenemos la obligación de aprender del pasado. Es nuestra responsabilidad evitar por todos los medios a nuestro alcance, que se repita aquí una experiencia tan dolorosa como la del 99.

Le ha tocado a nuestra generación de militantes participar en esta tumultuosa etapa de la historia radical viviendo intensamente el tránsito a la democracia que significó la recuperación de las instituciones y de la libertad, el fin de la censura, de las persecuciones, la reinstauración de la Justicia con el enjuiciamiento a las juntas militares y tantos otros hitos históricos que nos enorgullecen por el rol que le tocó cumplir a nuestro partido. También participamos de las frustrantes caídas sufridas ante las presiones corporativas en ocasión de los levantamientos armados de la década del 80 y, más recientemente, de la debacle económica del 2001. Unos y otros nos señalan el camino para esta coyuntura.

Por la mayor o menor responsabilidad que pudimos haber tenido en los errores del pasado reciente, como conducción, como militantes, hoy le debemos a la historia de la Unión Cívica Radical el respeto por los aciertos, por los aportes que el partido hizo a la historia grande de la Argentina. Es cierto que Santa Fe puede estar ante una oportunidad histórica, pero eso no significa que es el momento de los oportunistas. Por el contrario, es el momento de ser más rigurosos con los procedimientos y precisos en la formulación de los proyectos políticos para que la oportunidad no sea después otra frustración histórica. Nuestro norte debe estar en el ejemplo de nuestros pro-hombres, en mantenernos fieles a los principios que inspiraron desde siempre a la UCR y en defender la dignidad del ser radical. Lo demás no sirve. No sirve al radicalismo ni sirve a la provincia. En el 99 debimos escuchar a Yrigoyen y no lo hicimos. En lo personal creo que si no queremos volver a equivocarnos, hoy corresponde tener en cuenta la sentencia de Leandro Alem: "En política como en la vida no se hace lo que se puede, ni lo que se quiere, se hace lo que se debe o...señores no se debe hacer nada".

(*) Diputado provincial (UCR)


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