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sábado,
17 de
marzo de
2007 |
Una transformación que proviene de ausencias
Las escuelas medias para mayores reciben alumnos cada vez más jóvenes
Cecilia Kolic (*)
Surgidas en la década del 70 como respuesta a la necesidad de ampliar el horizonte cultural y laboral de miles de hombres y mujeres que no habían podido cursar o concluir “el secundario” en tiempo, las escuelas medias para adultos abrieron un mundo de posibilidades hasta ese momento postergadas.
En aquel tiempo, era habitual y posible “estudiar y trabajar”, la edad promedio de los alumnos adultos era de 30 años o más, y habían sido alfabetizados en la escuela primaria, los contenidos curriculares eran los mismos que en el secundario común aunque acotados, y la cultura del esfuerzo, una característica común. Las mayores dificultades en las aulas de adultos eran el tiempo transcurrido sin escolaridad y vencer el prejuicio de “estudiar de grandes”. También eran otros el proyecto país, la distribución de la riqueza, el monto de la deuda externa y las condiciones del trabajador.
La dictadura del 76 abrió una herida en el tejido social de la que aún hoy no hemos podido recuperarnos. La ley federal de educación, instrumentada más de una década después y tributaria del proceso de privatización y vaciamiento de contenidos de todo orden, vino a completar, con la transferencia de las escuelas a las provincias y el tan mentado “polimodal” , parte del origen de esta crisis de la que estamos padeciendo uno de los momentos más graves.
Las escuelas de adultos, aunque poco contempladas en la ley federal, vienen dando cuenta año tras año de los cambios que se fueron operando: 18 años la edad de ingreso, en lugar de los 21 de los primeros tiempos, contenidos cada vez más recortados y matrícula cada vez más joven, producto del fracaso de adolescentes en la media común.
Las crisis económicas, las nuevas condiciones laborales (jornadas de trabajo ilimitadas en supermercados, shoppings, bares y afines) y el efecto discurso publicitario del exitismo sin formación alejaron a los adultos de nuestras aulas.
Integradas hoy por jóvenes de entre 18 y 20 años en un 80 por ciento, las escuelas medias para adultos han sido solución para una parte ínfima de esos jóvenes-adolescentes que ingresaron desde la media común. Pero los fenómenos de desgranamiento y repitencia que hoy abruma a la escuela media es el mismo en las Eempas. Por una parte, porque no es cierto que en las “Eempas aprueban todos”. Invito a que se consulten las estadísticas.
La conflictiva de la educación media, cuyas causas tan bien describe el profesor Fernando Pisani en el suplemento de Educación de La Capital del sábado 10 de marzo, es transversal y profundísima en tanto abarca por igual a sus diferentes modalidades.
No creo que las nuevas medidas que se pretenden aplicar -promoción automática, “prohibido desaprobar” y la orden de retener alumnado a cualquier costo- sean el camino de recuperación. ¿Qué propone y qué oculta esta “escuela inclusiva” ¿Acaso cree que la alfabetización plena y el mejoramiento de la calidad educativa se logran “por decreto”?
Límites y jerarquías
Víctimas y victimarios de un lento camino de borramiento de límites y jerarquías, los adultos estamos atrapados en un mundo de incertezas en que conviven la nostalgia del pasado falsamente idílico, el temor de repetir conductas indeseables, el miedo del desamor de hijos y alumnos, con la imposibilidad de asumirnos padres, profesores y referentes...
Hemos perdido de vista las diferencias entre lo público y lo privado. Nos cuesta asumir la asimetría del vínculo padre hijo-docente/alumno. Crisis de crecimiento, complejo de Peter Pan, cirugías reales y simbólicas, “new age”, y moda niveladas; y ese oscuro temor de decir “no” cuando sentimos que es preciso exigir respeto,y la pérdida de “las buenas costumbres”.
Deberíamos volver a pensar en nuestras fallas en la transmisión de valores, en que ser adultos no es una desgracia, no nos convierte en dinosaurios, no nos saca de este mundo cibernético y falsamente divertido. Por el contrario, podemos asentarnos en nuestro presente, seguir edificando el futuro, criticando el pasado, aprendiendo de los errores.
También disfrutar de la responsabilidad y la libertad que significa ser adulto. Pensar en que las necesidades de nuestros niños y jóvenes no es allanarles todos los caminos “para que no sufran”, ni retenerlos en casa porque la calle es peligrosa. Podríamos pensar en brindarles herramientas para que logren su independencia, en mostrar nuestras mínimas seguridades como un producto de la experiencia y el acierto, en asumir nuestros desaciertos sin humillarnos.
Desterremos la idea de que “en mis tiempos esto no sucedía”. Todo sucedía, sólo que no estaba a nuestro alcance verlo. Los jóvenes deben ser rebeldes para poder ser ellos mismos. Los adultos debemos ser el muro contra el que se choquen. El hormigón tiene su flexibilidad interna y su dureza externa. ¿Será por eso que constituye la base de un edificio?
¿Somos y queremos ser los educadores hoy esta estructura de hormigón armado y las columnas del edificio que sostenga la torre cada vez más alta del edificio de una educación digna en la Argentina?
(*)Profesora de lengua y literatura, trabaja en la modalidad adultos desde 1977.
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