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sábado,
03 de
marzo de
2007 |
El buen vecino
Dicen que la convivencia es el resultado de las interacciones de todos los protagonistas de la sociedad, por lo que para disfrutar de una sana relación es imperioso extremar los sentidos a fin de lograr la armonía necesaria. No hace mucho tiempo el buen vecino nos complacía con excelentes hábitos cotidianos. Hoy enfrenta una lucha entre el individuo que fue y el que arroja los desperdicios en cualquier lugar menos en los cestos. El sujeto sueña ser como antes, pero sus ilusiones se desvanecen cuando observa cómo desde
autos, colectivos, camiones o balcones se tiran pañales, botellas plásticas, latas o papeles. El aspirante a buen vecino piensa que si fuera cierto aquello de que "ciudad limpia es la que menos se ensucia", por qué no se suman fuerzas entre todos para evitar ser invadidos por la suciedad. Quiere y no puede disfrutar de la vida al aire libre, porque debe cuidarse de no tropezar con la boñiga esparcida por las mascotas. Ahora debe hacer caminatas zigzagueantes y se pregunta por qué no son los dueños de los animalillos quienes se ocupen de recoger sus desechos. El personaje añora cuando siendo un joven educado a la antigua, pasaba cerca de hospitales y ante la advertencia de hacer silencio
continuaba sus tertulias en voz baja. Antes, cuando viajaba en transportes públicos la buena acción que más lo gratificaba era ceder su asiento a mujeres, embarazadas o no, o a personas mayores o discapacitadas. Buen vecino es sinónimo de solidaridad, como ayudar al no vidente a cruzar la calle, y sin esperar que el minusválido tenga que golpear su bastón pidiendo auxilio. Sin embargo no logra comprender el porqué de tanta indiferencia por hacer las cosas bien. No entiende las peripecias y maniobras laberínticas que deben
padecer peatones, madres con sus hijos en brazos o en coches para cruzar la calle y tampoco ha podido descifrar el misterio de por qué muchos automovilistas no se percatan de las necesidades de los más débiles. Pero pese a todo, el individuo pretende ser un buen vecino y se ha propuesto romper con un sinfín de hábitos inadecuados, porque quiere que sus hijos aprendan con su ejemplo, disfruten de una sana civilidad y tengan claro que la vida que les toque no es un don material, que sepan que nadie los ha elegido como
seres superiores, sino que sólo son insignificantes protagonistas provistos por la naturaleza cuya mayor felicidad, en el breve tránsito por la vida, será alcanzar la gracia espiritual amando al prójimo por sobre todas las cosas.
Enrique Lingua
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