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 martes, 09 de enero de 2007  
Viajeros del tiempo
Rosario 1905/1010

Por Guillermo Zinni / Fuente: La Capital

La transformación de los inmigrantes colonos
Llegados después de nuestros gauchos legendarios, en la soledad infinita de nuestras tierras se destacan las siluetas de los colonos. Italianos, franceses, suizos, rusos, alemanes o austríacos es igual, porque las ideas y los sentimientos no tienen nacionalidad. Originarios casi siempre de algún rincón oscuro del Piamonte, de Odessa, de Bavaria o de Pau, fueron campesinos, maestros, médicos, estudiantes, traperos, buhoneros, de todo, menos vagabundos. Y un día, avergonzados de su miseria, decidieron arriesgarse y venir a la Argentina. Así se embarcaron con sus familias y baúles en uno de los tantos piroscafos que van a Buenos Aires. Al llegar, él era incapaz de encender un fósforo, y ella apenas sabía enhebrar una aguja y tender el lecho. Pero aquí el hombre se hizo albañil, pocero, carpintero, pintor, herrero, agricultor, pastor, amansador de bestias y baqueano en todas las mañas del campo, hasta llegar a reírse de todos sus compatriotas recién llegados y ciegos de ignorancia. Ella ahora cocina, lava, plancha, cose, amasa el pan, siembra hortalizas, cuida del jardín, enseña a leer a sus hijos, y cuando es necesario también maneja el carro, el arado y saca con el caballo agua del pozo. Es que un día sintieron que la metrópoli los aplastaba y desesperados por pisar sus propias tierras, labrarlas y fecundarlas con su sudor, compraron o arrendaron las más baratas y alejadas. Ni los especuladores, ni los peligros, ni las malas policías lograron detenerlos. Levantaron con estacones el esqueleto de sus ranchos. Con barro amasado por sus propias manos construyeron los muros y con pajas o juncos los techaron. Con cierto orgullo hicieron entrar a sus mujeres e hijos, acomodaron el equipaje y pusieron de puerta un cuero vacuno. Un pedazo de carne y galleta eran todo su alimento. ¿Agua? De la laguna o del pozo. Pero con el tiempo compraron un arado, un rastrillo, bueyes, semillas y una vaca. Sufrieron fríos, lluvias, granizadas, las mangas de langosta y hasta ataques de los indios. Pero ahora tienen hasta comedor, en el que se ven zarsos con pan, chorizos y jamones, y despreciando el título de "chacareros" dicen con orgullo: ¡somos colonos!

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